Las Meditaciones de Marco Aurelio
En medio de las brutales campañas contra los pueblos bárbaros del Danubio, el emperador Marco Aurelio escribió unas reflexiones que lo situaron entre los más famosos pensadores de la Antigüedad
Durante las campañas bélicas en el Danubio, Marco Aurelio redactó las Meditaciones, un conjunto de reflexiones sobre diversos asuntos que se han convertido en una obra clásica de la filosofía de todos los tiempos.
LasLas Meditaciones son una obra maestra de la filosofía antigua escrita por el emperador romano Marco Aurelio. Sorprendentemente, su autor no tenía ninguna intención de publicarla, sino que eran un conjunto de apuntes personales, elaborados sin ningún propósito que fuera más allá de forzarse a ser mejor gobernante y, sobre todo, mejor persona. Marco Aurelio las escribió al final de su vida y (al menos, en parte) durante la prolongada y cruenta guerra que libró contra las tribus germánicas asentadas a lo largo del Danubio entre los años 169 y 180.
Ante la cercanía de la muerte, tanto propia como ajena, Marco Aurelio busca consuelo en la filosofía: ya no le queda tiempo para escribir sus memorias, ni tampoco para leer los escritos que se había reservado para su vejez. Ahora lo único que procede es tomar conciencia de sí mismo y del significado último de las cosas para preparar el encuentro final con la divinidad. El resultado de ese sincero ejercicio de introspección son doce libros con notas aparentemente inconexas, como si hubieran sido compiladas en ratos libres en medio de esas campañas militares, y que incluyen desde máximas contundentes hasta breves disertaciones sobre la vida y el ser humano.
Marco Aurelio no las escribió en latín, sino en griego, la lengua de la filosofía forjada por Platón y Aristóteles, que el emperador dominaba desde pequeño (la había aprendido con su madre) hasta el punto de citar con soltura a Homero y al trágico Eurípides. También en griego se habían escrito por entonces los preceptos morales compilados en el Enchiridion («Manual») de Epicteto, un antiguo esclavo griego reconvertido en filósofo estoico. Ése fue el modelo más directo del que se sirvió Marco Aurelio para escribir sus reflexiones, aportando una obra original a esa tradición filosófica.
En busca de la paz interior
Al leer esas notas, uno se sorprende de lo poco que se regocija Marco Aurelio con sus victorias ante los bárbaros: eso habría sido, afirma, como si la pequeña araña se enorgulleciera de haber cazado una mosca. Es verdad que ciertas líneas evocan la experiencia del combate: «Alguna vez viste una mano amputada, un pie o una cabeza seccionada yaciendo lejos de su cuerpo». Pero Marco Aurelio no se regodea en ese tipo de visiones, más bien al contrario: «Desprecia la carne –se recuerda continuamente–, huesecillos, fino tejido de nervios, arterias y venas», nada más. Lo importante para Marco Aurelio
es encontrar la paz de espíritu tras sus largas jornadas costeando el Danubio, durante las cuales recuerda que la vida es «un río en constante fluir, una corriente impetuosa de acontecimientos». Por ello, no es tanto en su cuartel general donde Marco Aurelio se refugia para escribir como en su propia alma transformada en una ciudadela, pues «el hombre no dispone de ningún reducto más fortificado». La razón –que para los filósofos estoicos es ese pequeño dios que reside en cada uno de nosotros– le sirve a Marco Aurelio como «guía interior» (así lo denomina) en la única lucha que a él le importa: su salvación eterna. Al ponerse a escribir, quizás en la soledad de la noche, parece que Marco abre su corazón con total sinceridad. Así, las Meditaciones son una especie de «rendición de cuentas» con la que quiere dar gracias a todos los que influyeron positivamente en él a lo largo de su vida. Por ejemplo, agradece a sus preceptores que lo alejaran de la superstición y el vicio y moderasen su pasión por los juegos circenses y de azar haciendo que se inclinara por una vida más austera y virtuosa. El más importante de ellos, como recuerda el emperador, fue Quinto Junio Rústico, quien corrigió su carácter impetuoso y lo introdujo en la lectura de los filósofos estoicos. Gracias a esta recomendación, Marco aprendió que la felicidad depende de la práctica de la virtud y que uno ha de guiarse en todo momento por la razón ante los embates de la vida.
Sólo sombras
Marco también recuerda su vida en la corte de Roma, a la que llegó con apenas 17 años. Allí aprendió a vivir sin necesitar guardia personal, vestidos suntuosos y otros lujos parecidos. Quien le impuso esa sobriedad fue su predecesor en el trono, el emperador Antonino Pío: de él alaba su afabilidad de trato, su celo por atender las necesidades del Imperio y la firmeza serena con la que tomaba sus decisiones. Marco confiesa que, en esa época, apenas si sintió la tentación de satisfacer sus impulsos sexuales y se mantuvo virgen hasta el matrimonio. De su esposa Faustina la Menor, la hija de Antonino
Pío, alaba que fuera «tan obediente, tan cariñosa, y tan sencilla» como cabría esperar, aunque (se cuenta) lo engañaba con apuestos soldados y gladiadores. Pero Marco Aurelio sólo tiene buenas palabras para todos: ya están muertos y son sólo la sombra de un recuerdo que evoca por escrito en sus noches de vigilia en el campamento.
La muerte, una liberación
Cuando despunta el día, esos recuerdos se desvanecen y se impone la cruda realidad: un emperador romano también tiene que ponerse al frente de sus ejércitos en una nueva jornada. Pero Marco Aurelio reconoce en las Meditaciones que a veces se levanta «de mala gana y perezosamente»; y, sobre todo, se siente viejo y débil, al borde de la muerte. En ese contexto de guerra, Marco reflexiona sobre los grandes generales del pasado, como Alejandro Magno, César o Pompeyo, y cómo, a pesar de sus resonantes triunfos, «también ellos acabaron por perder la vida». vida». También evoca las fastuosas cortes imperiales de Augusto, Adriano o Antonino: el espectáculo de poder que todos ellos ofrecieron fue el mismo, sólo cambiaron los actores. Incluso menciona a los habitantes anónimos de Pompeya y Herculano, que murieron sepultados bajo las cenizas del Vesubio. Con ellos, Marco Aurelio comparte un mismo destino: «Piensa en la brevedad de la vida», «mañana morirás o, en todo caso, pasado mañana», «ejecuta cada acción como si se tratara de la última de tu vida», suele advertirse casi obsesivamente a lo largo de las Meditaciones.
Lo cierto es que la muerte también será para Marco Aurelio una liberación, al desligarse de un mundo donde muchos ignoran el único valor que él reconoce: el de la virtud racional y el bien moral. El verdadero drama de Marco Aurelio consiste en que él trata de amar a sus semejantes («amóldate a las cosas que te han tocado en suerte; y a los hombres con los que te ha tocado en suerte vivir, ámalos, pero de verdad», escribe), pero detesta lo que ellos aman: los juegos circenses, por ejemplo, le inspiran repugnancia;
el sexo lo desprecia como mera «fricción del intestino»; tampoco entiende que la gente sienta tanta pasión por las togas purpúreas, distintivo de senadores y emperadores: no son más que «lana de oveja teñida con sangre de marisco», dice. Para no perder la cordura, Marco Aurelio se autoimpone un discreto silencio sobre estos asuntos: «Que nadie te oiga ya censurar la vida palaciega, ni siquiera tú mismo».
Él intenta mantener la calma en todo momento, y no indignarse pensando en lo que su prójimo dirá o pensará de él. Además, ¿para qué? Si, como él mismo se recuerda: «Próximo está tu olvido de todo, como próximo también el olvido de todo respecto a ti». Única y exclusivamente es la filosofía la que ha de acompañarlo en su viaje final.
Todo esto se lo dice Marco Aurelio a sí mismo sin ningún atisbo de angustia o desesperación. Incluso la muerte debe aceptarse con agradecimiento: agradecimiento: «Sonríe a su llegada», llega a decirse a sí mismo. Para asumirla con absoluta naturalidad, Marco Aurelio incluso compara el momento de morir con algo tan simple como la caída de una aceituna en sazón «mientras elogia la tierra que la llevó a la vida y al árbol que la produjo». Marco Aurelio Aurelio comprende el privilegio que le ha supuesto simplemente haber vivido: respirar, pensar, disfrutar y amar al prójimo, incluso a aquél que lo ha perjudicado. Así pues, y sabiendo cuán agitada fue la vida de Marco Aurelio, uno no puede dejar de sorprenderse que concluya que es mejor «no morir gruñendo, sino verdaderamente con serenidad, dando gracias a los dioses por ello desde el fondo de tu corazón».