Gijón a inicios del siglo XIX
Los romanos fundaron Saxione –el Peñón– sobre el promontorio de Cimadevilla y lo amurallaron. A partir de la Edad Media, Gegione o Gijón creció entre la playa de San Lorenzo y la dársena del puerto pesquero, ocupando una planicie que las mareas cubrían a menudo.
sueño cumplido. Tenía como finalidad «educar buenos pilotos y mineros», pero era eso y mucho más, pues constituyó el germen de los institutos de educación secundaria y de formación profesional que sólo se generalizarían en España a mediados del siglo XIX.
La buena instrucción
Pese a innumerables obstáculos, Jovellanos sacó adelante su Instituto. Desde los primeros años, decenas de jóvenes del concejo y de otras localidades acudieron a sus aulas. En 1799 contaba con 91 alumnos repartidos en tres cursos, más un centenar de estudiantes pobres de primeras letras. Fue también don Gaspar quien redactó el plan de estudios y algunos libros de texto. Su concepción de la educación combinaba la formación científica y la humanística. En 1797, en un discurso a sus alumnos, les decía: «Las ciencias rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza; la literatura le da discernimiento y gusto, y le hermosea y perfecciona.»
Reformador convencido, Jovellanos advertía sobre los enemigos de una educación moderna: «Andan todavía en derredor ciertos espíritus malignos, enemigos de toda buena instrucción como del bien público [...]. Vean hoy los frutos de vuestro estudio, y enmudezcan. Porque ¿quién podrá parar los golpes que la calumnia y la envidia dan en la oscuridad?». Su plan rompía inercias seculares, pues buscaba liberar la educación de la «lógica escolástica y abstracta de nuestras universidades, sumida en una estéril esgrima de palabras».
En 1801, tras su breve etapa como ministro de Carlos IV, Jovellanos fue confinado de nuevo en Gijón. Incómodo para el régimen y considerado un cabecilla de los llamados «jansenistas», fue hecho prisionero, sin cargos. En realidad, su único delito era su integridad frente a la corrupción: «El gobierno debe desterrar de los establecimientos políticos hasta la sombra de la iniquidad», había escrito. Pasaría siete años encarcelado en Mallorca. Liberado en 1808, se sumó a la resistencia contra la ocupación napoleónica y jugó un papel esencial para que las Cortes de Cádiz se hicieran realidad. Éstas le declararían «Benemérito de la patria» tras su fallecimiento, acaecido el 28 de noviembre de 1811, cuando, con otros gijoneses, huía por barco del ataque de las tropas francesas.