UNA ‘MEGATUMBA’ A LA SOMBRA DE DJOSER
CERCA DE LA PIRÁMIDE DE DJOSER, arqueólogos egipcios dirigidos por Mostafa Waziri hicieron a finales de 2020 un excepcional descubrimiento: un centenar de sarcófagos depositados en una tumba colectiva que estuvo en funcionamiento durante la Baja Época y la era ptolemaica (siglos VII-I a.C.), lo que representa la mayor acumulación de ataúdes hallada hasta el momento en Egipto. El sepulcro se compone de tres pozos de más de 10 m de profundidad que dan acceso a grandes cámaras donde se fueron colocando los sarcófagos unos encima de los otros. En las mismas fechas se descubrió cerca del Bubasteo una segunda «megatumba» con casi 60 sarcófagos en su interior. Estos enterramientos colectivos fueron usuales en Egipto desde comienzos del I milenio a.C. Como indica la buena factura de los sarcófagos, estos sepulcros estaban destinados a personas de nivel económico elevado que deseaban ser enterradas cerca de la pirámide escalonada de Djoser, un monumento sagrado para los egipcios.
lo que muchos habitantes de Menfis y otras regiones creían que enterrarse entre los antiguos monumentos de Saqqara era una importante fuente de prestigio y un modo de favorecer su acceso a la vida de ultratumba. Por este motivo nunca dejaron de acudir a la gran necrópolis norteña para inhumarse, con la consiguiente alegría de los sacerdotes encargados de llevar a cabo las ceremonias fúnebres y proporcionarles los espacios adecuados, que por esta labor recibían los honorarios correspondientes.
Una atracción milenaria
Los egipcios también iban a Saqqara para inhumar animales. Durante la Baja Época (722332 a.C.) se puso de moda presentar una momia de animal como ofrenda votiva a su dios correspondiente, esperando atraer de este modo la protección de la divinidad. Ello dio lugar a un floreciente negocio de momificación y a la creación de inmensos cementerios de animales. En Saqqara hay uno de ibis y babuinos dedicados a Thot, el dios de la sabiduría y la escritura; otro de halcones dedicado a Horus, hijo de Osiris y heredero del trono; otro de gatos consagrado a Bastet, la diosa protectora asociada a la maternidad, y uno más de perros presidido por Anubis, el señor de las necrópolis.
Por otra parte, una serie de recientes descubrimientos está revelando la importancia que mantuvo Saqqara como lugar de enterramiento prácticamente hasta la época grecorromana. Uno de los hallazgos más notables ha sido un conjunto de «megatumbas», localizadas por arqueólogos egipcios a los pies del Bubasteo, un complejo de templos de época helenística y romana situado en el límite de la necrópolis de Saqqara con el desierto, donde también se encuentra el cementerio de momias de gatos anteriormente mencionado. Cada una de estas megatumbas, a las que se accede mediante un pozo de decenas de metros de profundidad, se compone de varios espacios donde, sobre pesados sarcófagos de piedra caliza, se apilan hasta el techo centenares de ataúdes de brillantes colores, decorados con pan de oro.
No son el único descubrimiento arqueológico destacado en Saqqara, porque cerca de allí un equipo japonés halló recientemente un intrigante grupo de ataúdes sin inhumar, depositados directamente sobre la arena. Y junto a la pirámide de Unas apareció un taller de embalsamamiento incluso con la plataforma para drenar los líquidos del cadáver. Todo ello revela como, siglos después de que se marcharan los faraones y sus cortesanos, la necrópolis de Saqqara, con su venerable pirámide escalonada y sus antiquísimas mastabas, siguió siendo para los egipcios, incluso cuando eran gobernados por griegos y romanos, una puerta privilegiada al más allá.