LA ERUPCIÓN PLINIANA 79 DEL AÑO
La descripción que hizo Plinio el Joven de la erupción del Vesubio ha llevado a que todos los episodios volcánicos de estas características se denominen «erupciones plinianas». Los investigadores han establecido que, desde hace 25.000 años, el Vesubio ha conocido ocho de estas erupciones, con un intervalo de entre 2.000 y 5.000 años entre ellas.
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Columna pliniana
Tras una fase –no registrada por Plinio– de pequeñas explosiones antes del amanecer, hacia la una de la tarde comienza la fase pliniana de la erupción. Se forma una enorme columna de gases y material volcánico de 27 km de altura en forma de pino.
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Nube volcánica
Fuertes vientos a nivel estratosférico impulsan la nube volcánica hacia el área de Pompeya. Sobre la ciudad cae una lluvia de piedra pómez y ceniza que hacia la medianoche forma una capa de casi 1,5 m de espesor. La columna volcánica alcanza los 33 km de altura.
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Oleadas piroclásticas
Hacia la una de la madrugada se produce el colapso de la columna eruptiva: los gases y los fragmentos de roca, en lugar de ascender verticalmente, se precipitan por las laderas del volcán en forma de oleadas piroclásticas de más de 400˚C a una velocidad de unos 80 km/h. Hasta las 8 de la mañana se registran seis oleadas.
se precipitó la primera de las seis oleadas piroclásticas que en las siguientes siete horas causarían estragos en las poblaciones cercanas al Vesubio. Estas nubes ardientes son un fenómeno volcánico bien conocido: consisten en una mezcla de gases tóxicos, cenizas y fragmentos de rocas a altísimas temperaturas, que se precipitan por las laderas del volcán a gran velocidad destruyendo todo lo que hallan a su paso y causando la muerte instantánea de cualquier ser vivo, por shock térmico.
Un horno gigantesco
La primera de estas oleadas se dirigió a Herculano, al noroeste de Pompeya. Allí algunos de sus habitantes se habían refugiado en unos locales abovedados situados junto a la playa, usados para guardar barcas o enseres. Se resguardaron en vano, pues fueron alcanzados de lleno por la nube ardiente, que los mató al instante. Entre 1980 y 1992 los arqueólogos hallaron en el lugar cerca de trescientos esqueletos, que durante siglos habían permanecido sepultados bajo 25 metros de depósitos volcánicos.
Gracias a los objetos hallados junto a las víctimas, algunas han recibido incluso un nombre, como «el soldado», por el cinturón con puñal y espada que llevaba, o «la dama de los anillos», una mujer perteneciente a la nobleza, que llevaba consigo sus joyas más valiosas. Resulta conmovedor el esqueleto de una joven esclava que protegía a un bebé en su regazo, quizás el hijo de su ama. Igualmente impactantes son los restos de un niño con una llave de hierro a su lado, probablemente la de su casa, que se llevó con la vana esperanza de poder regresar a ella.
En agosto de 1982 se encontró, en lo que había sido la playa de Herculano, una barca en excepcional estado de conservación.
De más de 9 metros largo, 2,20 de ancho y un metro de alto, pudo haber sido tripulada por seis remeros, tres a cada lado, y un timonel. Se ha planteado la hipótesis de que fuera una embarcación de rescate que intentaba recoger a los refugiados en los locales abovedados y que incluso «el soldado» estuviera al mando de la operación que finalmente acabó en tragedia.
Durante la noche, en Pompeya, el depósito de roca volcánica continuó acumulándose hasta alcanzar una altura de casi tres metros. Al amanecer, el volcán pareció dar una pequeña tregua, que permitió la huida de los que quisieron abandonar sus casas y sus refugios temporales. Otros, animados por lo que parecía el final de la catástrofe, regresaron a sus hogares en ruinas para salvar lo que pudieran.
Amanecer mortal
Pero tanto los que huían como los que volvían se vieron sorprendidos por las nuevas y violentas oleadas piroclásticas, que alcanzaron de lleno Pompeya y su entorno. A las 6.30, la tercera oleada golpeó la muralla norte de la ciudad y sepultó las villas que estaban fuera de la puerta de Herculano, como la famosa Villa de los Misterios. Quienes habían optado por huir en aquella dirección murieron al instante. Una hora después, otras dos oleadas sobrepasaron las murallas, entraron en la ciudad y acabaron con todo signo de vida en su interior. A las ocho, la sexta y última avalancha cubrió el espacio de Pompeya casi por completo.
En la llamada Casa de Julio Polibio, situada en la animada Vía de la Abundancia, se hallaron en 1975 restos de esqueletos que ayudan a comprender mejor los últimos momentos de una familia pompeyana de renombre. Polibio y los suyos habían decidido quedarse en casa, y el desarrollo de la erupción los había obligado a refugiarse en los comedores del fondo de su peristilo–el patio ajardinado con columnas alrededor del cual se desarrollaba la vida más íntima–. Las últimas oleadas entraron por el jardín del peristilo y derribaron las puertas de las estancias. Los refugiados, miembros de la familia y del servicio, perecieron al instante y quedaron sepultados tras el desplome de los techos.
La misión suicida de Plinio
Todo indica que el grueso de las víctimas de la erupción del Vesubio en Pompeya fue provocado por estas últimas oleadas piroclásticas. Es revelador que la gran mayoría de cuerpos se haya localizado por encima de la capa de materiales volcánicos de casi 2,5 metros de espesor producto de la erupción. Esas víctimas habían sobrevivido a la lluvia de piedra pómez, los derrumbes y la alteración del aire; lo que los mató fueron las nubes ardientes que se abatieron sobre Pompeya desde el amanecer. En total se han encontrado unos 1.150 cadáveres en el interior de la ciudad y 258 en los alrededores. Una de las víctimas de la fase final de la erupción fue Plinio el Viejo. En el inicio del episodio se hallaba en Miseno con su sobrino, cuando recibió la petición de auxilio de una noble dama amiga suya llamada Rectina, cuya villa estaba situada a los pies del volcán, entre Herculano y Pompeya. El comandante de la flota imperial organizó una operación de rescate con algunas cuadrirremes bajo su mando, pero, ya en el mar, el temporal le impidió acercarse a la villa de su amiga. El piloto de su nave le aconsejó regresar, pero el valeroso Plinio le
instó a dirigirse a Estabia, donde su amigo Pomponiano tenía una casa y la situación era mejor. «La Fortuna ayuda a los valientes», exclamó. Allí pudo descansar, e incluso dormir, aparentando calma y tranquilizando a sus compañeros. En algún momento de las primeras horas del día, los amigos de Plinio el Viejo lo despertaron y decidieron salir al exterior, cubriéndose la cabeza con almohadas sujetas con cintas para protegerse de la lluvia de cenizas. Bajaron a la playa para ver si era posible la huida por mar. Allí le sobrevino la muerte a Plinio, probablemente por efecto de la última oleada piroclástica, aunque también se apunta como causa una dolencia cardíaca que padecía.
Plinio el Joven, que prefirió no acompañar a su tío en la infortunada expedición, cerró su relato del episodio con unas emotivas palabras que resumen el alivio tras la catástrofe: «Finalmente, aquella oscuridad se desvaneció y se dispersó a la manera de humo o de una nube; después se vio la luz del día, un día verdadero; el sol también brilló, amarillento, sin embargo, como suele brillar en los eclipses. Recorríamos con ojos todavía aterrorizados todos los objetos cambiados y sepultados en una profunda capa de ceniza como si se tratase de nieve».