VENERADO POR SUS HOMBRES
Luego marchó a Pamplona, listo para alzarse en armas en cuanto muriese Fernando VII. Cuando este hecho se produjo, el 29 de septiembre de 1833, estallaron levantamientos de partidarios de don Carlos en varios lugares del País Vasco, Cataluña, Aragón, Valencia, Castilla la Vieja y la Mancha. Pero fue en Navarra donde el movimiento alcanzó mayor envergadura, en gran parte gracias a Zumalacárregui, que tras superar algunas envidias de otros mandos logró ser nombrado general de todas las partidas carlistas navarras y, más tarde, también de todas las vascas. Cabe señalar que, en aquellas semanas, no dudó en rechazar los ruegos de sus antiguos mandos y compañeros de armas, como el Pastor, y de su mismo hermano Miguel, que era liberal y masón, para que permaneciese fiel al régimen.
El ejército del norte
Como comandante carlista, Zumalacárregui tuvo que construir un ejército de la nada, instruyendo y disciplinando a voluntarios entusiastas, pero poco formados. Consciente de su inferioridad militar, tanto en efectivos
LA ADMIRACIÓN que suscitó Zumalacárregui como general quedó reflejada en el Episodio nacional que Benito Pérez Galdós dedicó en 1898 a la primera guerra carlista. El novelista canario veía a Zumalacárregui como un «maestro sin igual en el gobierno de tropas» y explicaba que tenía un ejército ducho «en las marchas inverosímiles, cual si lo compusieran no ya soldados monteses y fieros, sino leopardos con alas». Estos combatientes se distinguían por ser «duros, tenaces, absolutamente confiados en su poder y en la soberana inteligencia del jefe». como en material, recurrió a las tácticas guerrilleras que había practicado durante la guerra de la Independencia. A finales de año tenía a su mando unos 2.500 hombres con los que hizo frente en cierta igualdad al ejército liberal en varias acciones.
Su base de operaciones se situaba en el valle de Améscoa, bien defendido y comunicado con Estella (donde se había instalado don Carlos), Vitoria y Francia. La toma de la fábrica de armas de Orbaiceta le permitió apoderarse de un cañón y unos doscientos fusiles. A principios de 1834 los liberales