LOS OTROS TOROS SAGRADOS
de Nilópolis, situada unos 76 kilometros al sur de Menfis. Después regresaban a Menfis, donde el ternero era coronado y aclamado como un dios. El Apis se encerraba entonces en un recinto especial, cerca del templo de Ptah. Durante su vida, el Apis recibía plegarias, ofrendas y cuidados como si fuera un dios viviente. Gracias a este trato, el animal podía superar las dos décadas de vida, aunque algunos morían mucho antes. El Apis hacía apariciones públicas en procesiones y festividades religiosas. Dotado de poderes oraculares, la gente le consultaba y buscaba su orientación; por ejemplo, era un buen presagio que aceptase la comida que se le ofrecía, y malo si no hacía tal cosa. Cuando moría, se consideraba que se fundía con Osiris, dios del inframundo con poderes sobre el renacimiento y la resurrección, y pasaba a ser conocido como Apis-osiris.
A su muerte, el toro era cuidadosamente momificado en la Casa de Embalsamamiento, situada en el recinto del templo de Ptah. La momificación de un animal de la envergadura de un
LOS EGIPCIOS no adoraron sólo a los toros Apis, sino que hubo otros dos cultos importantes protagonizados por bóvidos. Uno fue el dedicado a los toros Mnevis en Heliópolis, de los que sólo se han encontrado un par de enterramientos. El segundo fue el de los toros Buchis, adorados en Hermontis, localidad próxima a Tebas, que prosperó sobre todo en época ptolemaica. Como los Apis y los Mnevis, los toros Buchis debían tener ciertos rasgos físicos, como ser blancos y con la cara negra. Sin embargo, el escritor romano Macrobio asegura que el Buchis también cambiaba de color cada hora y su pelo crecía hacia atrás. Se los enterraba en un lugar llamado Bucheum. toro era un proceso muy complejo y arduo. Sin duda se requerían varios sacerdotes para retirar los estómagos del animal, y vaciar los intestinos debió de ser un trabajo tremendamente maloliente. Se necesitarían enormes cantidades de natrón –una mezcla natural de carbonato de sodio, bicarbonato de sodio y sal– para desecar el toro durante 40 días, después de lo cual se ungía con aceites y resinas, se leían oraciones sobre él y era envuelto con vendas especiales de lino entre las que se intercalaban amuletos antes de llevarlo en procesión hasta su lugar de entierro. En total, el proceso duraba setenta días, y durante este período los sacerdotes y todos los ciudadanos guardaban duelo por el toro fallecido. Los sacerdotes vestían de luto y renunciaban a su aseo y al consumo de carne.
Un entierro por todo lo alto
Tras la momificación, se colocaba al toro Apis sobre una carreta de madera con adornos muy elaborados que era tirada por soldados o sacerdotes hasta su lugar de sepultura, en la cercana necrópolis de Saqqara. La procesión funeraria era imponente, con sacerdotes,