Gilf Kebir, pinturas del pasado verde del Sahara
En 1933, un explorador húngaro descubrió unas enigmáticas pinturas rupestres en un valle en medio del desierto egipcio
Durante la década de 1930, un grupo de soldados, cartógrafos y topógrafos de distintas nacionalidades se hallaban en el norte de Sudán explorando la región y trazando mapas por motivos militares. Como sus obligaciones les dejaban mucho tiempo libre, solían reunirse en un bar del pueblo de Wadi Halfa, y allí fundaron el Club Zerzura. El nombre del Club provenía del sueño de todos ellos: encontrar el oasis de la ciudad perdida de Zerzura.
Un tratado árabe del siglo XIII, El libro de las perlas ocultas, situaba esta ciudad en un wadi (el cauce de un río seco) y la describía «blanca como una paloma» y repleta de grandes riquezas. Siglos atrás, también Heródoto, hacia 450 a.c., había hablado de una ciudad blanca llena de tesoros inimaginables perdida en las arenas del desierto, al oeste del río Nilo.
En busca de Zerzura
Los miembros del Club estaban dispuestos a recorrer el desierto en vehículos y aeroplanos para encontrar aquella ciudad de ensueño. Pero el área por la que querían aventurarse era tan vasta como inhóspita: una inmensa región árida, seca y estéril, con imponentes mesetas de rocas de caliza y arenisca que se alzan sobre planicies de pedregales. 1925
El príncipe Kamal Eldin Hussein explora la meseta de Gilf Kebir, al sur de Egipto.
De todos los miembros del Club Zerzura, el conde Ladislaus (o László) Almásy era el que tenía los orígenes más pintorescos. Había nacido en 1895 en el misterioso y majestuoso castillo de Borostyanko, en el oeste de Hungría, donde desde muy joven se entregó a la lectura de libros sobre ocultismo, astrología, magia y brujería, adquiriendo un gusto por lo esotérico y lo seudocientífico que nunca lo abandonaría.
Estudió tres años en un internado de Inglaterra, donde aprendió inglés y quedó atrapado por la fiebre de la aviación. Tras el estallido de la primera guerra mundial, el conde Almásy (como le gustaba que le llamaran) se alistó en el ejército austrohúngaro, en el que se convirtió en un diestro aviador. En 1926 una 1932
Almásy, los Clayton y Hubert Penderel hallan un valle desconocido en Gilf Kebir. 1933
László Almásy descubre la cueva de los Nadadores y bautiza el lugar como Wadi Sura. compañía de automóviles lo envió a Sudán en un tour publicitario. Hechizado por el desierto y por la leyenda del oasis perdido, no dudó en lanzarse en busca de la mítica Zerzura. 2002
Los arqueólogos descubren la cueva de las Bestias, cerca de la de los Nadadores.