Londres, 1750: ginebra barata para todos
El consumo excesivo de ginebra a inicios del siglo XVIII provocó graves problemas sociales y de salud en Londres
Hace tres siglos, Londres estaba sumergida en un mar de alcohol. Durante buena parte del siglo XVIII, la poderosa metrópoli británica tuvo que lidiar con un enemigo tan insospechado como en apariencia imbatible: una bebida destilada de origen holandés y aromatizada con los frutos del enebro llamada ginebra o, simplemente, gin. Desde mucho antes los londinenses tenían a gala emborracharse; en sus calles abundaban las tabernas y la cerveza corría con tanta generosidad que incluso los diarios ironizaban sobre el tema. Pero la adicción al gin acabó derivando en una auténtica crisis de salud y seguridad.
La ginebra empezó a expandirse por Inglaterra a finales del siglo XVII. A su éxito contribuyó el ascenso al trono inglés, en 1689, del también holandés Guillermo III, quien mostró gran afición
al jenever –como se llaen holandés–, al igual que los soldados que se habían habituado a beberla en el continente. Más allá de su atractivo como bebida, la ginebra tenía importantes ventajas económicas, pues se reveló como una valiosa salida para los excedentes de grano en años de buenas cosechas. La elaboración de gin –un proceso no muy complejo– abría un nuevo mercado para los terratenientes, se evitaba un desplome de precios y podía aprovecharse el cereal de peor calidad, desechado para la alimentación o incluso en la preparación de cerveza.
Con ese telón de fondo, las autoridades inglesas tejieron un marco que favorecía la producción de ginebra. En 1690 una ley incentivó la destilación de licores a partir de cereal y permitió que en apenas cuatro años la producción anual de bebidas espirituosas rozase el millón de galones (4,5 millones de litros), en su mayoría ginebra. La ginebra se convirtió así en