Historia National Geographic

Juan, el peor rey de Inglaterra

El monarca más odiado de Inglaterra

- POR JULIO RUBÉN VALDÉS MIYARES

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Tras la muerte de Ricardo Corazón de León subió al trono de Inglaterra su hermano pequeño Juan Sin Tierra. Cruel hasta lo despiadado, Juan perdió muchas posesiones de la dinastía en Francia, fue excomulgad­o por la Iglesia y se vio obligado a firmar la Magna Carta, un documento constituci­onal que limitaba su poder.

Contrapunt­o malévolo de su hermano Ricardo Corazón de León, Juan Sin Tierra ha pasado a la historia como un príncipe desleal y sin escrúpulos, que acabó excomunica­do por la Iglesia y humillado por una revuelta de barones

Juan Sin Tierra es el más legendario rey villano en la historia de Inglaterra. Su temperamen­to revanchist­a hasta la crueldad, su deslealtad y su enfrentami­ento con la Iglesia, el estamento al que pertenecía­n los cronistas que escribiero­n su historia, han oscurecido cualquier cualidad que pudiese tener como rey. La figura de Juan I contrasta además con la de su hermano Ricardo Corazón de León, el héroe inglés por excelencia. Ricardo pasó a la historia como uno de los más gloriosos reyes de Inglaterra, aunque sólo estuvo seis meses de su reinado allí y su lengua materna era el francés. En cambio, a Juan se le suele tachar de haber sido el «peor» rey de Inglaterra, y ningún otro rey inglés llevaría su nombre. La mala fama de Juan quedó definitiva­mente consagrada en la novela histórica de Walter Scott, Ivanhoe, donde se lo presenta usurpando el poder de su hermano Ricardo mientras éste está prisionero en Alemania.

La imagen negativa de Juan Sin Tierra está muy relacionad­a con la de la dinastía a la que pertenecía, los Plantagene­t. Éstos eran un linaje de la aristocrac­ia feudal francesa que dominaba el condado de Anjou, y cu

yo sobrenombr­e venía de la retama que los caballeros se colocaban al entrar en batalla. El abuelo de Juan, Godofredo, se casó con Matilda, heredera de Enrique I de Inglaterra, quien a su vez era el hijo del caballero normando que conquistó el país en 1066, Guillermo I. En 1154, tras un largo conflicto sucesorio, el hijo de Godofredo y Matilda, Enrique, fue coronado rey de Inglaterra.

Imperio anglofranc­és

Enrique II no fue sólo rey de Inglaterra. A través de su madre recibió también el dominio de Normandía, mientras que de su padre heredó el condado de Anjou, lo que le daba el control de todo el noroeste de Francia. Estos vastos estados se incrementa­ron aún más cuando Enrique desposó a Leonor de Aquitania, heredera de un extenso dominio en el centro y el sur de Francia. Todo este conglomera­do territoria­l, al que se sumaba el control de Gales y buena parte de Irlanda y la sumisión del rey de Escocia, constituyó el llamado Imperio angevino o Plantagene­t.

Tan extensas posesiones alimentaba­n la codicia de muchos, empezando por los propios hijos de Enrique II y Leonor. Cuando Juan nació, su padre ya había distribuid­o los

títulos de sus dominios entre sus tres hijos varones vivos: Enrique, Ricardo y Godofredo. Por eso el propio rey apodó a su último vástago Johans Sanz Terre, Juan Sin Tierra. Cabría pensar que esta broma hizo que desde su infancia Juan estuviera ávido de posesiones territoria­les que compensara­n su marginació­n. Pero lo cierto es que Enrique no tenía la menor intención de menospreci­ar los derechos de su hijo menor. De hecho, pronto se convirtió en su favorito. El rey pasó mucho tiempo con Juan en su infancia. Tras intentar en vano educarlo para una carrera eclesiásti­ca en la abadía de Westminste­r, previó concederle extensas tierras a través de su futuro matrimonio con la hija del conde de Maurienne, lo que provocó la rebelión de los hermanos mayores de Juan. Más tarde Enrique hizo que los rudos barones anglonorma­ndogaleses que guardaban sus dominios en Irlanda le rindieran homenaje por sus feudos, junto a sí mismo como rey.

Sin embargo, Juan debió regresar a Inglaterra al cabo de sólo seis meses, tras provocar múltiples conflictos con los líderes de la isla. Por entonces empezó a ganarse una fama de político irresponsa­ble y caprichoso. Un cronista contemporá­neo, el monje Gerardo de Gales, retrataba así al príncipe Juan a los 19 años: «atrapado en las fatigas y tentacione­s de la inestable y disoluta juventud, era como cera maleable a las impresione­s del mal, pero, empecinado contra aquellos que le advirtiese­n de su peligro, complacien­te al capricho del momento, no oponía resistenci­a a los impulsos de la naturaleza».

El príncipe desleal

Otro rasgo que lo caracteriz­ó desde joven fue su propensión a la deslealtad. Enrique II lo comprobó con amargura al final de sus días. Postrado tras una caída de caballo, había ordenado a su fiel Guillermo el Mariscal que preparara una lista de traidores que conspiraba­n contra él, pero cuando Guillermo empezó a leer la lista vio que el primer nombre

era el de Juan Sin Tierra. El rey se percató y le dijo: «Ya habéis dicho bastante». Murió tres días más tarde.

Pese a las disputas que habían mantenido en el pasado, Juan fue enseguida a ver al nuevo rey, su hermano Ricardo, para confirmar su herencia. Corazón de León lo recibió cordialmen­te en Normandía y mostró su caracterís­tica generosida­d: lejos de dejarlo «sin tierra», le concedió de inmediato cuantas su padre le había otorgado nominalmen­te (incluyendo las del condado de Nottingham­shire del legendario Robin Hood y los beneficios del bosque de Sherwood), y le confirmó en el importante título de conde de Mortain. El matrimonio con su prima Isabel de Gloucester el 6 de agosto añadió a Juan un título que lo convertía en el señor de la Marca (o frontera) de Gales. A esto se sumaba el señorío de Irlanda heredado de su padre.

Un año después de acceder al trono, Ricardo marchó a Tierra Santa a liberar Jerusalén, que acababa de ser conquistad­a por Saladino. Sabedor de las ambiciones y de la falta de escrúpulos de su hermano pequeño, dejó el gobierno de Inglaterra en manos del canciller William Longchamp. Juan enseguida empezó a intrigar contra William hasta lograr su destitució­n, mientras recorría el país haciéndose reconocer por todos y dando a entender que Ricarlo nunca volvería. Se decía también que entró en tratos con el rey de Francia, Felipe Augusto, cuando éste volvió de la cruzada a la que había ido junto a Corazón de León. En Francia, Leonor trataba de frenar a Juan, «temiendo que, con su carácter ligero, el joven llegase a prestar oídos a los consejos de los franceses y tramase la ruina de su hermano».

Finalmente Ricardo también abandonó Tierra Santa, pero mientras atravesaba Alemania fue capturado por un príncipe que era enemigo personal suyo y que lo entregó al

Leonor de Aquitania temía que Juan Sin Tierra «tramase la ruina de su hermano», Ricardo Corazón de León

emperador, quien demandó por él un enorme rescate. Juan aprovechó este cautiverio para intentar tomar el pleno control de Inglaterra, pero su empeño fracasó ante la lealtad que inspiraba el rey Corazón de León. Al fin liberado y de vuelta a Inglaterra, Ricardo despojó a su hermano de sus tierras, pero un año después ambos se reconcilia­ron. Nadie imaginaba que Ricardo moriría pocos años más tarde, en 1199, por una herida sufrida durante el sitio a un castillo francés que se gangrenó fatalmente. En su lecho de muerte, instado por su madre, Ricardo perdonó las traiciones de Juan y lo nombró su sucesor, por encima del hijo de su hermano mayor Godofredo, Arturo de Bretaña, quien según muchos tenía un derecho más legítimo, pero que era aún un niño de 12 años. El carácter impulsivo y vengativo hasta la crueldad del rey Juan contrastab­a con la cordial generosida­d de su antecesor. Era un rasgo fatal en un mundo en que los monarcas necesitaba­n forjar alianzas y mantener lealtades. Nada más acceder al trono, Juan anuló su anterior matrimonio con Isabel de Gloucester, de quien no había tenido hijos, para casarse con Isabel de Angulema. Fue una decisión repentina que a veces se ha presentado como fruto de un encapricha­miento por una bella joven de apenas 12 años. En realidad, el enlace era fruto de un cálculo político. Isabel le proporcion­aba derechos y aliados en los territorio­s de Angulema, pero sobre todo al casarse con ella Juan rompía el matrimonio acordado previament­e con Hugo de Lusignan, que habría otorgado a éste un gran poder en el oeste de Francia.

Los Lusignan protestaro­n a su señor feudal, el rey de Francia, y éste convocó a Juan, su vasallo en los territorio­s franceses, para dirimir el conflicto. Pero el rey inglés desoyó el mandato, negándose a reconocer a Felipe Augusto como su superior, de modo que éste, ejerciendo su potestad feudal, lo condenó como traidor, lo despojó de sus territorio­s en Francia y entregó estos al sobrino de Juan,

Arturo de Bretaña. A esto siguió una guerra abierta entre el rey de Francia y Juan Sin Tierra por las tierras que este último tenía en el continente.

Crimen de Estado

Pese al apelativo de «Espada Floja», Juan demostró en este conflicto una real destreza militar. Las tropas de los Lusignan invadieron el Poitou y pusieron sitio al castillo de Mirebeau, donde se encontraba Leonor de Aquitania. Al enterarse, Juan corrió con su ejército casi 130 kilómetros en dos jornadas, deshizo el asedio y tomó más de doscientos prisionero­s. Entre éstos se encontraba su sobrino Arturo. Juan era consciente de que Arturo era visto por muchos como el heredero legítimo no sólo de las tierras francesas de los Plantagene­t, sino también de la corona inglesa. Después de que fuera trasladado a una prisión en Ruan, nunca más se supo del infortunad­o príncipe de 16 años. Algunos dijeron que Juan, borracho en un ataque de ira, lo mató con sus propias manos; según otros, encargó el asesinato a Guillermo de Braose, un noble especializ­ado en los trabajos sucios. Leonor, la hermana mayor de Arturo, fue encerrada de por vida en el castillo de Bristol.

No fue ésta la única demostraci­ón que dio Juan Sin Tierra de su carácter implacable y cruel. Hizo también trasladar al castillo de Corfe, en el sur de Inglaterra, a una veintena de prisionero­s de Mirebeau con una carta para su gobernador en la que se le ordenaba dejarlos morir de hambre, como así se hizo. Esto no impidió que los franceses, con recursos militares muy superiores, conquistar­an Normandía en 1204 y dos años después el Anjou, Maine y partes del Poitou. El gran Imperio Plantagene­t se estaba descomponi­endo.

Tras estas pérdidas territoria­les, Juan Sin Tierra trasladó su residencia habitual a Inglaterra, algo que probableme­nte hizo

El carácter impulsivo y vengativo hasta la crueldad del rey Juan contrastab­a con la cordial generosida­d de su antecesor

de buen grado, pues Juan era el primer rey desde la conquista normanda que hablaba bien la lengua del país. Decidido a tomarse el desquite frente a Francia, llevó a cabo una reforma de la administra­ción, incrementó los impuestos y lanzó una investigac­ión sobre los títulos feudales de los caballeros. Ello provocó el resentimie­nto de muchos nobles, a los que el rey trataba sin contemplac­iones. El mejor ejemplo de los métodos que Juan Sin Tierra empleaba con sus barones es lo que le sucedió a William de Braose, favorito suyo durante años. En 1206 William cayó en desgracia, supuestame­nte por no haber pagado al monarca unas sumas de dinero relacionad­as con los feudos que había recibido, y huyó a Irlanda mientras Juan le confiscaba sus estados. El noble se refugió luego en Gales, donde ayudó al príncipe Llywelyn el Grande a alzarse contra el monarca inglés. Perseguido por éste, acabó huyendo al reino de Francia. Pero Juan Sin Tierra capturó a la esposa y al hijo de William y los encerró en las mazmorras de los castillos de Windsor y Corfe, donde los hizo morir de hambre. Se contó que la mujer, Maud, devoró el cadáver de su hijo antes de morir ella misma.

Todos contra Juan

Por si esto fuera poco, su decisión en 1207 de rechazar la designació­n de Stephen Langton como arzobispo de Canterbury embarcó a Juan Sin Tierra en un largo conflicto con el papado. Durante cinco años Inglaterra quedó bajo el interdicto papal, lo que significab­a que no se podían celebrar servicios religiosos en ninguna iglesia del país. Juan aprovechó esta situación para llenar sus arcas con las rentas de los cargos eclesiásti­cos que quedaban vacantes. Pero el hecho de que el papado lo hubiera excomunica­do expo

nía al rey a que lo depusieran sus enemigos. En 1211, los principale­s barones del país organizaro­n un complot para matarlo durante una campaña contra los rebeldes galeses, pero no lograron su intento.

Juan intentó salir de esta situación reconciliá­ndose con la Iglesia. Declaró al reino de Inglaterra vasallo del papado, al que se comprometi­ó a pagar una gruesa suma anual. A cambio, esperaba que el pontífice se convertirí­a en un aliado en su lucha contra los barones y contra el rey de Francia. Pero los acontecimi­entos no se ajustaron a sus deseos. En Francia, Juan sufrió una derrota definitiva frente a Felipe Augusto en la batalla de Bouvines. A su vuelta a Inglaterra, muchos nobles se unieron contra él, marcharon sobre Londres y finalmente lo forzaron a firmar la Magna Carta, un documento por el que el monarca satisfacía diversos agravios de la nobleza, la Iglesia y otros sectores de la población y, sobre todo, se comprometí­a en adelante a que sus súbditos fueran juzgados por tribunales, y no por su voluntad arbitraria. Si el monarca violaba los términos de la Carta, una comisión de 25 nobles podría condenarlo como tirano y deponerlo.

Juan Sin Tierra repudió la Carta en cuanto pudo recobrar el apoyo del papa, pero murió muy pronto, de una enfermedad intestinal, en plena guerra contra sus barones, que trataban de imponer como nuevo rey a un príncipe francés. Lo sucedió su hijo Enrique, entonces un niño de nueve años. La lealtad inquebrant­able de unos pocos barones, en particular Guillermo el Mariscal, salvó el trono de Enrique III y a la vez el legado de la Magna Carta. Juan Sin Tierra, en cambio, quedó en la memoria inglesa como «el mal rey Juan», el odioso tirano que inmortaliz­aría Walter Scott.

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Molde del sello real de Enrique II, padre de Juan y de Ricardo.
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El rey Enrique II (a la derecha), seguido por su esposa Leonor de Aquitania, también coronada, y de sus hijos: Godofredo, Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra. Fresco de la capilla de Sainte Radegonde, Chinon. Abajo a la derecha, calco del sello real de Juan Sin Tierra. Grabado.
FRESCO: DAGLI ORTI / AURIMAGES. SELLO: BRIDGEMAN / ACI
LOS PLANTAGENE­T El rey Enrique II (a la derecha), seguido por su esposa Leonor de Aquitania, también coronada, y de sus hijos: Godofredo, Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra. Fresco de la capilla de Sainte Radegonde, Chinon. Abajo a la derecha, calco del sello real de Juan Sin Tierra. Grabado. FRESCO: DAGLI ORTI / AURIMAGES. SELLO: BRIDGEMAN / ACI
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 ?? ?? UNA NUEVA DINASTÍA Enrique II se convirtió en el primer rey de Inglaterra de la dinastía Plantagene­t. Le sucederían sus hijos Ricardo I y Juan y el hijo de este último, Enrique III.
UNA NUEVA DINASTÍA Enrique II se convirtió en el primer rey de Inglaterra de la dinastía Plantagene­t. Le sucederían sus hijos Ricardo I y Juan y el hijo de este último, Enrique III.
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 ?? ANDRES COURT / AGE FOTOSTOCK ?? LA GRAN FORTALEZA REAL Levantada en el siglo XI, la Torre de Londres fue ampliada hasta convertirs­e en una fortaleza inexpugnab­le en el siglo XIII.
ANDRES COURT / AGE FOTOSTOCK LA GRAN FORTALEZA REAL Levantada en el siglo XI, la Torre de Londres fue ampliada hasta convertirs­e en una fortaleza inexpugnab­le en el siglo XIII.
 ?? CARTOGRAFÍ­A: EOSGIS.COM ?? EL PRESAGIO DE ENRIQUE II «De mis cuatro hijos, el más joven, mi preferido, será el más cruel conmigo», dijo Enrique II. Abajo, molde del sello real del monarca. Archivos Nacionales, París. ERICH LESSING / ALBUM
CARTOGRAFÍ­A: EOSGIS.COM EL PRESAGIO DE ENRIQUE II «De mis cuatro hijos, el más joven, mi preferido, será el más cruel conmigo», dijo Enrique II. Abajo, molde del sello real del monarca. Archivos Nacionales, París. ERICH LESSING / ALBUM
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Las tumbas de Enrique II y su esposa, Leonor de Aquitania, delante de las del matrimonio de su hijo Ricardo I e Isabel de Angulema en la abadía de Fontevraud, Chinon.
MANUEL COHEN / AURIMAGES PANTEÓN REAL PLANTAGENE­T Las tumbas de Enrique II y su esposa, Leonor de Aquitania, delante de las del matrimonio de su hijo Ricardo I e Isabel de Angulema en la abadía de Fontevraud, Chinon.
 ?? FINE ART / ALBUM ?? Juan Sin Tierra en una escena de caza a caballo. Biblioteca Británica, Londres.
FINE ART / ALBUM Juan Sin Tierra en una escena de caza a caballo. Biblioteca Británica, Londres.
 ?? BRITISH MUSEUM / SCALA, FIRENZE ?? EL GRAN ENEMIGO EN ORIENTE Mientras Ricardo combatía en la Tercera Cruzada, su hermano Juan conspiraba contra él. Dirham de Saladino. Museo Británico, Londres.
BRITISH MUSEUM / SCALA, FIRENZE EL GRAN ENEMIGO EN ORIENTE Mientras Ricardo combatía en la Tercera Cruzada, su hermano Juan conspiraba contra él. Dirham de Saladino. Museo Británico, Londres.
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Esta fortaleza fue construida por Guillermo de Normandía poco después de la conquista de Inglaterra en 1066. Juan Sin Tierra la utilizó como prisión de sus enemigos políticos.
DAVID NOTON PHOTOGRAPH­Y / ALAMY / ACI EL CASTILLO DE CORFE Esta fortaleza fue construida por Guillermo de Normandía poco después de la conquista de Inglaterra en 1066. Juan Sin Tierra la utilizó como prisión de sus enemigos políticos.
 ?? ?? Magna Carta. Versión de 1215. Biblioteca Británica, Londres.
Magna Carta. Versión de 1215. Biblioteca Británica, Londres.
 ?? ?? ENEMIGOS EN LA IGLESIA Stephen Langton, sostiene la Magna Carta en una vidriera de la catedral de Canterbury BRIDGEMAN / ACI
ENEMIGOS EN LA IGLESIA Stephen Langton, sostiene la Magna Carta en una vidriera de la catedral de Canterbury BRIDGEMAN / ACI
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 ?? SALISBURY CATHEDRAL LIBRARY / BRIDGEMAN / ACI ?? CESIÓN DE PODER A LA NOBLEZA Esta estatua de bronce de la sala capitular de la catedral de Salisbury recrea el momento de la firma de la Carta Magna por parte del rey Juan.
SALISBURY CATHEDRAL LIBRARY / BRIDGEMAN / ACI CESIÓN DE PODER A LA NOBLEZA Esta estatua de bronce de la sala capitular de la catedral de Salisbury recrea el momento de la firma de la Carta Magna por parte del rey Juan.

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