LA TRÁGICA HISTORIA DE LOS ÚLTIMOS ZARES DE RUSIA
Nicolás II subió al trono de Rusia en 1894. Estaba imbuido de su papel como autócrata por derecho divino, pero carecía de visión política y era débil e indeciso. Sobre él ejerció una profunda influencia su esposa, la no menos reaccionaria princesa alemana Alix de Hesse-darmstadt, que adoptó el nombre de Alejandra al convertirse a la religión ortodoxa para casarse con Nicolás. Ambos se aislaron de la corte: Alejandra no dominaba el ruso (hablaba en inglés con Nicolás) y no se instalaron en San Petersburgo, la capital, sino en Tsárskoye Seló, para mantener el secreto de la hemofilia de su hijo Alexéi, que lo podía incapacitar para reinar. Esa enfermedad puso a la zarina en manos del místico y sanador Grigori Yefimovich Rasputín, quien empezó a ejercer una influencia desmedida sobre Alejandra y, a través de ella, sobre la política; muchos rusos creyeron que era Rasputín quien gobernaba de hecho el país. En 1915, en plena Gran Guerra, Nicolás, empujado por Alejandra, asumió el mando del ejército, con lo que apareció como culpable de las derrotas rusas, mientras la zarina (considerada como enemiga de Rusia por la opinión pública, debido a su ascendencia alemana) gobernaba como regente rodeada de una camarilla en la que Rasputín tenía el papel principal. Este fue asesinado por monárquicos en diciembre de 1916, en un contexto de conspiraciones para desplazar a Nicolás del trono; tres meses después, el zar abdicó. Toda la familia real sería asesinada por los bolcheviques en 1918.