LA LEY Y LA VIDA COTIDIANA
Se creía que al principio de los tiempos cada dios había tomado posesión de una ciudad. Allí vivía junto a su consorte, sus hijos y una multitud de ayudantes divinos en un templo, al que a finales del III milenio a.c. se añadió un zigurat. Los dioses se dividían en dos categorías: los superiores, en sumerio anunna, y los inferiores, los igigi, sirvientes de los primeros. Había siete anunna, entre los cuales destacan Enlil, el dios principal del panteón sumerio, que residía en Nippur, y Enki, la divinidad sumeria más antigua, dios del agua dulce subterránea y garante de la adivinación, cuya ciudad era Eridu.
Como las estatuas que representaban a estos dioses, las imágenes de Nanna y las restantes divinidades que se veneraban en
Gestionar aglomeraciones urbanas de decenas de miles de habitantes requería una legislación adecuada y funcionarios capaces de hacerla cumplir. La justicia era una prerrogativa de los reyes de la III dinastía de Ur, que ellos delegaban en los gobernadores de las provincias o, a veces, en los propios jueces. Los primeros archivos judiciales datan de esta época, en la que también aparece el primer cuerpo legislativo de la historia: las Leyes de Ur-nammu, que datan de finales del III milenio a.c. y se atribuyen al fundador de la III dinastía, Ur-nammu. El texto original fue escrito en una estela o en una estatua, al igual que los compendios más famosos de leyes babilónicas, entre los cuales destaca el Código de Hammurabi. Sus disposiciones abordan una gran variedad de cuestiones jurídicas, como el asesinato, los delitos sexuales, la agresión, el matrimonio y el derecho de propiedad.
Ur recibían todos los días raciones de cebada y otros bienes, mientras que los sacerdotes llevaban a cabo numerosas actividades rituales: vestían las imágenes de culto, las trasladaban a templos de otras ciudades donde residían miembros de su «familia», las llevaban en procesión con motivo de ciertas festividades o en situaciones de emergencia, entonaban lamentaciones para apaciguar el corazón de los dioses enfurecidos...
Este enorme esfuerzo económico y laboral respondía a una razón muy concreta: la vida del ser humano y la prosperidad de sus ciudades dependían directamente de la caprichosa voluntad de los dioses mesopotámicos.
Sacerdotes y oferentes desfilan ante Nanna, el protector de Ur. Placa votiva hallada en el Giparu, la residencia de los sacerdotes de este dios. Museo Británico, Londres.
Cada día, los sacerdotes tenían que llevar a cabo numerosos rituales en honor de los dioses, desde vestir sus imágenes hasta llevarlas en procesión a otras ciudades
Lamento por la destrucción de Ur, un poema escrito tras la toma de la ciudad por los ejércitos de Elam. Hacia 1800 a.c. Museo del Louvre.
Desde el punto de vista sumerio, ellos controlaban el bienestar, la salud y la muerte de los individuos y de los reinos.
El tratamiento de la enfermedad tenía hondas repercusiones sociales. Si, en la cosmovisión sumeria, el bienestar estaba representado por la buena relación que el individuo mantenía con el mundo de los dioses y con su dios personal, la enfermedad implicaba la quiebra de esta relación positiva. Esa ruptura se debía a un incumplimiento de la voluntad de los dioses por parte del ser humano.
Pero ¿cómo expresaban los dioses su voluntad a una persona? Se podría decir que la grababan en todo lo que la rodeaba: toda realidad estaba impregnada por la voluntad divina, así que su aspecto o sus cambios eran señales que los dioses enviaban al ser humano para que que las interpretase y dedujera el comportamiento que debía adoptar. Por tanto, la enfermedad era una señal procedente de los dioses, y «curar» al enfermo no solo requería médicos y medicinas, sino, sobre todo, preguntar a los dioses cuál era la causa de la interrupción de la relación positiva del enfermo con el mundo divino para saber cómo restablecer la armonía.
Así, en la Ur de finales del III milenio a.c., alguien que se sintiera indispuesto debía seguir los siguientes pasos para curarse. En primer lugar, buscaría la ayuda de un «naturópata» (en sumerio, azu) que pudiera calmar el dolor con medicinas obtenidas de plantas y otras sustancias naturales. Una receta médica encontrada en Nippur arroja luz sobre estas prácticas médicas: «Después de haber machacado y triturado un caparazón de tortuga y haber frotado la abertura [de la parte enferma] con aceite, masajearás a la persona y la untarás con cerveza de buena calidad».
Pero el azu no liberaría al paciente de la enfermedad; solo curaría sus síntomas. Para comprender realmente el motivo de la ira de