Juan de Padilla, héroe y mártir de los comuneros
Tras soliviantar al pueblo de Toledo contra las exacciones fiscales de Carlos I, Padilla se convirtió en el capitán comunero más famoso y aclamado hasta su ejecución en Villalar
En pleno casco antiguo de Toledo, una estatua de porte digno y mirada desafiante recuerda al capitán comunero en la plaza que lleva su nombre, donde nació como primogénito de don Pedro López de Padilla en una fecha indeterminada entre 1492 y 1495.
Juan de Padilla pertenecía a la media nobleza urbana. Su linaje gozaba de gran prestigio gracias a la implicación militar de sus antepasados en auxilio de la Corona y su vinculación con la orden de Calatrava. Sus miembros eran regidores del consistorio toledano y capitanes de gente de armas de la ciudad, cargo que Juan heredó de su padre en 1513, cuando contaba aproximadamente 18 años.
Pero su juventud no implicaba inexperiencia. Desde pequeño, Padilla acompañó a su padre en distintas campañas militares, y en 1506 acudió con él a las Cortes convocadas en Valladolid por Felipe el Hermoso con el fin de declarar a su esposa Juana incapacitada para el gobierno por su enfermedad mental. Allí, don Pedro, firme defensor de
Juana, tuvo el valor de encararse con el rey, hecho que, según el cronista Pedro de Alcocer, marcaría la vida de Juan. Gran importancia tuvo también en su trayectoria su matrimonio con María Pacheco, hija de un importante noble, el marqués de Mondéjar, a la que algunos autores consideran como la impulsora fundamental de las ideas de su marido.
Las Comunidades de Castilla
Padilla tuvo un destacado papel en la génesis del movimiento comunero en Toledo. En noviembre de 1519, su nombre aparece en una carta que varios regidores del Ayuntamiento mandaron al resto de ciudades castellanas para que se uniesen a las protestas contra el joven Carlos I y los malos usos de su corte de flamencos. Al año siguiente, en las Cortes convocadas por el monarca, Padilla exigió que los representantes de las ciudades castellanas no autorizaran el donativo que pedía el rey. Su discurso en el consistorio fue tan convincente que los ciudadanos se congregaron en torno a él y lo acompañaron hasta su casa entre vítores de «Viva Padilla, que quita el pecho [los impuestos] de Castilla».
Padilla reivindicaba a Juana la Loca como reina legítima en lugar de su hijo Carlos I
La ruptura con el gobierno del rey se produjo en 1520. En junio, Toledo propuso a las demás ciudades de Castilla crear una asamblea que actuaría al margen de la autoridad real, la Junta de las Comunidades. Simultáneamente se produjeron los primeros enfrentamientos militares entre las Comunidades y el monarca, con Padilla siempre en primera línea.
En julio, la milicia de Toledo acudió en auxilio de los comuneros de Segovia, amenazados por el ejército real. Y en agosto, Padilla entró en Medina del Campo, incendiada poco antes por los realistas, y se hizo con la artillería que quedaba en la ciudad. Aunque hubo otros capitanes comuneros, como Juan Bravo y Francisco Maldonado, Padilla fue el más famoso de todos ellos. Numerosos panfletos ensalzaban su figura, una propaganda que fue destruida al término del conflicto por el bando vencedor. El único retazo que nos queda hoy en día de estos panfletos que circularon por toda Castilla son las Coplas hechas al muy magnífico señor Juan de Padilla, Capitán General. Con un tono de alabanza que roza lo épico, a la manera de un cantar de gesta, las composiciones describen a Padilla como el héroe que necesitaba Castilla: «Este es el gran caballero ante quien siempre me humillo, de todo el mundo venero, a los humildes cordero y a los soberbios cuchillo».
Moderados y radicales
Dentro del movimiento comunero, los más moderados eran partidarios de aceptar a Carlos I como rey, mientras que el sector más extremista, en el que se situaba Padilla, reivindicaba a Juana la Loca como única reina
legítima de Castilla. Cuando los comuneros tomaron Tordesillas y ganaron por un momento el favor de la reina, Padilla creyó que habían logrado una victoria definitiva y marchó a uña de caballo hasta Valladolid para tomar por la fuerza los sellos de la Corona y expulsar de la ciudad al Consejo Real, leal a Carlos I. En la Junta, sin embargo, había muchos comuneros moderados y estos optaron por destituir a Padilla de su rango de capitán en favor de Pedro Girón, perteneciente a la alta nobleza. Padilla se sintió herido y se retiró a Toledo con sus milicias, alegando que su esposa estaba enferma. Meses después, tras una supuesta traición de
Pedro Girón, fue requerido de nuevo y entró triunfante en Valladolid el 31 de diciembre de 1520. «Hanle recibido allí con grandísima fiesta y solemnidad como si les viniera Dios del cielo», escribió un cronista.
De Torrelobatón a Villalar
Pese a ello, las tensiones con los comuneros moderados seguían latentes. Su mayor rival era el noble Pedro Laso de la Vega, hermano del famoso poeta Garcilaso, cuyo palacio en Toledo colindaba con el suyo. Los moderados propusieron a Laso de la Vega como capitán, pero se toparon con el rechazo del pueblo, que exigía para el cargo a su venerado Padilla. Este aceptó ese rol a regañadientes, puesto que su deseo era que cada milicia contase con sus propios capitanes en vez de unificar el mando.
Sin embargo, parece que el cansancio estaba haciendo mella en el capitán comunero. Si bien la toma de Torrelobatón el 25 de febrero constituyó una rotunda victoria, también supuso el comienzo del fin. Mientras muchos soldados marchaban a sus casas, Padilla decidió atrincherarse en la fortaleza, mostrando una inactividad que ha dado mucho de que hablar. No se sabe a ciencia cierta qué provocó esta actitud que sería fatal: hastío, melancolía o, según algunos, la ausencia de su esposa María Pacheco, que hasta entonces lo había animado.
Lo único cierto es que cuando quiso reaccionar y huir de Torrelobatón en la madrugada del 23 de abril, ya era demasiado tarde. El ejército imperial iba a la zaga, pisándole los talones. En el campo de batalla improvisado de Villalar, Padilla dio muestras de gran coraje. Seguramente quiso morir en batalla, pero el destino tenía otros planes para él. Su ajusticiamiento sin juicio previo al día siguiente, junto a Bravo y Maldonado, lejos de figurar en las páginas de nuestra historia como un castigo ejemplar, ha dejado huella como la derrota de una causa justa.
Memoria de un héroe
Pese a que la intención de Carlos I era borrar todo atisbo de rebelión, incluyendo el legado de sus líderes, el recuerdo de Padilla no se desvaneció tan fácilmente. Se dice que, cuando llegó a Toledo la noticia de la muerte de su capitán, una multitud se apiñó frente a su casa para llorarlo y mostrar sus condolencias a la viuda. Bajo el amparo de su nombre, María Pacheco continuó con la causa comunera en la ciudad hasta que fue derrotada el 3 de febrero de 1522 y tuvo que exiliarse en Portugal hasta el fin de sus días. Tras su huida, la casa palaciega de los Padilla fue demolida hasta los cimientos y el solar se sembró con sal para que no creciese ni la hierba. Como si esto no fuera suficiente, se levantó una columna de mármol en la que se mencionaban los delitos «contra el rey» que Padilla y María Pacheco habían cometido.
El devenir del tiempo acudió al rescate de la memoria de Juan de Padilla. Héroe para muchos y traidor para otros, su nombre comparte renglones con las palabras libertad y justicia. Y su legado ondea, en forma de pendón carmesí, en el dorado horizonte de Castilla.