La fastuosa villa de Mecenas en el Esquilino
En 1874 salieron a la luz en el centro de Roma los restos de la lujosa villa y los jardines de Mecenas, el ministro del emperador Augusto
Corría el año 1874 y el monte Esquilino de Roma, entre los foros imperiales y la basílica de San Juan de Letrán, resultaba irreconocible. Las villas renacentistas que hasta entonces lo ocupaban (la Peretti-montalto, la Palombara, la Caetani, la Ludovisi...) estaban siendo demolidas e iban a desaparecer para siempre, junto a los hermosos jardines y viñas que las rodeaban.
Sobre sus terrenos, comprados o confiscados por el Estado, se empezaban a levantar grandes bloques de viviendas con el fin de albergar en ellos a los numerosos emigrantes que acudían a Roma en busca de un futuro esperanzador. Solo tres años antes, la ciudad había sido nombrada capital del recién creado reino de Italia y su transformación en una gran metrópoli no había hecho más que comenzar.
La adaptación del terreno del monte, la instalación de la red de alcantarillado y la excavación de los profundos cimientos de los nuevos edificios conllevaron la extracción de toneladas de tierra. Esta operación puso al descubierto una cantidad imprevista e incalculable de restos arqueológicos de enorme importancia del Alto y Bajo Imperio romano. Aquella situación supuso todo un desafío para los arqueólogos de la época.
Por primera vez en la historia había que dibujar, describir, catalogar y almacenar restos arqueológicos a la velocidad que marcaban las empresas constructoras, lo que exigía inventar un modo eficaz para llevar a cabo la tarea.
La villa de Mecenas
El Ayuntamiento romano creó con ese fin una Comisión Arqueológica municipal, que distribuyó por todas las canteras a inspectores de antigüedades y a vigilantes encargados de inventariar cada uno de los hallazgos y evitar el robo de las obras de arte que salían a la luz. «Mientras sobre lo alto del Quirinal, del Viminal y del Esquilino fue surgiendo una nueva ciudad, también la antigua urbe resurgió de sus cenizas merced a nuestro empeño», publicaba en 1880 el entonces joven arquitecto Rodolfo Lanciani, secretario de la Comisión.
En marzo de 1874 se produjo uno de los hallazgos más importantes, y de los
pocos que se salvaron de la demolición por su singularidad. Se estaba excavando en los terrenos de la desaparecida villa Caetani, cerca de la vía Merulana, cuando apareció la parte superior de un muro curvilíneo con restos de pinturas. Al retirarse la tierra que lo cubría se comprobó que el muro constituía el extremo de una gran sala rectangular semisubterránea, cerrada sobre uno de sus dos lados menores con un gran ábside, en el que se apoyaban siete gradas concéntricas.
Pinturas y estatuas
Todo el edificio conservaba los frescos originales, inspirados en la pintura del Mediterráneo oriental, con cortejos dionisíacos y jardines poblados de pájaros y fuentes. Durante la excavación fue apareciendo paulatinamente un espectacular conjunto de estatuas y elementos decorativos, que