EMPONZOÑAR LA CRISTIANDAD
Los judíos fueron acusados de contaminar los pozos de las ciudades de la Europa cristiana y desencadenar así la peste negra. Este mito antisemita aún circulaba en el siglo XVI.
n 1561, el escritor y traductor francés Pierre Boaistuau (1517-1566) publicó en París el libro Historias prodigiosas, una compilación de relatos sobre seres demoníacos y monstruosos. La novena de sus historias está dedicada a los judíos. Recogiendo todos los prejuicios antisemitas de su época, Boaistuau explicaba que, a causa del dolor que habían causado a la cristiandad, en 1182 los judíos fueron expulsados de Francia por el rey Felipe Augusto. Después les fue permitida la vuelta, pero ellos, en vez de agradecerlo, decidieron envenenar a los cristianos mediante ungüentos que, con la ayuda de «ladrones», tiraban a fuentes y pozos.
Estos desgraciados deliberaron y resolvieron entre ellos extinguir enteramente el nombre de los cristianos y hacerlos morir a todos por veneno. Y para mejor ejecutar sus propósitos, se aliaron con algunos ladrones con cuya ayuda hicieron un ungüento y un compuesto de sangre, de orina de hombre y de algunas hierbas venenosas. Envolvieron esto en pequeños paños con una piedra para que cayera al fondo y luego lo tiraron de noche a las profundidades de los pozos y fuentes.
De esta corrupción de las aguas se engendró un tal contagio en Europa que pereció casi la tercera parte del género humano, pues este aire infectado volaba como un súbito incendio de una ciudad a la otra y ahogaba a todos los que encontraba con vida.
El autor añade que el envenamiento se descubrió y los judíos sufrieron un terrible castigo, en referencia a los pogromos que se desencadenaron contra ellos en 1349.
Con el paso del tiempo algunos pozos y fuentes se secaron y se encontraron sus sacos en el fondo del agua, y por conjeturas algunos fueron arrestados, los cuales, vencidos por los tormentos, confesaron la deuda. Y se hizo una matanza de aquellos que fueron hallados culpables por todas las provincias de
Europa, tanto judíos como ladrones, haciéndoles experimentar todo tipo de tormentos y martirios.
HISTORIAS PRODIGIOSAS
Portada del libro de Boaistuau Histoires prodigieuses les plus mémorables qui ayent esté observées,
París 1560.
mediante un procedimiento más empírico: la apertura de cadáveres. Así, Jaume d’agramont, un médico y profesor de la Facultad de Medicina de Lérida, en su obra Regiment de preservació a epidèmia o pestilència e mortaldats aconsejó a las autoridades la disección anatómica de cadáveres de apestados. El célebre médico Gui de Chauliac, durante la peste de 1348 en Aviñón, donde permanecía al servicio del papa, procedió de este mismo modo.
Aunque las disecciones eran escasas, se practicaron en el Occidente medieval sin ninguna oposición religiosa, en contra de lo que a menudo se piensa. Las muertes repentinas que se sucedían de un modo implacable debían estudiarse con detalle, y uno de los medios para hacerlo era la autopsia. En la práctica, ni la especulación filosófica ni la indagación empírica permitían aproximarse a la comprensión de la verdadera naturaleza del mal, que quedaba fuera del alcance de los conocimientos científicos de la época medieval. Fue únicamente a finales del siglo XIX cuando, gracias a los análisis de laboratorio, se descubrió que el desencadenante de los estallidos de peste bubónica era la bacteria conocida como Yersinia pestis, la cual se transmitía por las pulgas de las ratas a otros animales, así como a los humanos. Las gentes del período medieval no tenían conciencia alguna de lo que era un microorganismo ni su relación con las enfermedades.
Falta de tratamiento
La insuficiencia de los conocimientos médicos para tratar la peste pronto se hizo evidente. Al principio, algunos médicos se mostraron fervorosamente convencidos de la eficacia de sus métodos, pero la gente moría irremediablemente. La falta de una experiencia previa con esta clase de contagio hizo que tardaran en darse cuenta de que, en realidad, no había gran cosa que hacer.
Durante las siguientes oleadas pestíferas se comprendió que la única manera segura de protegerse era huir de las zonas afectadas. Algunos de los más destacados médicos