Historia National Geographic

ESPECTROS QUE CONDENABAN A MUERTE

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Como en cualquier otro proceso, en el de Salem los jueces se esforzaron por demostrar las acusacione­s a través de pruebas concretas. Así, se hacían exámenes corporales para detectar marcas físicas de la posesión diabólica. Se hicieron también registros domiciliar­ios en los que se hallaron muñecos o pócimas usados supuestame­nte para ritos satánicos. Pero, además, los jueces aceptaron un tipo de prueba muy singular, las llamadas «evidencias espectrale­s». Con este término se hacía referencia a los espectros o fantasmas que una bruja enviaba contra una persona con intención de causarle daño o incluso matarla. Varios implicados en los sucesos de Salem habían declarado que se les habían aparecido espectros maléficos de este tipo.

Obviamente, aceptar este tipo de pruebas planteaba un gran problema: saber cómo se demostraba o refutaba algo que solo veía una persona. Si una mujer gritaba que veía un pájaro amarillo que despegaba del hombro de un acusado para picarle, sin que nadie más lo viera, ¿mentía? ¿O era la única que veía la realidad? La opinión de los jueces del tribunal para la brujería de Salem, en particular de William Stoughton, su presidente, era clara. Estaban convencido­s de que lo que sucedía en el plano espectral afectaba al físico, que una bruja podía enviar su espectro para perjudicar a alguien y que no se podían desestimar las evidencias espectrale­s. De este modo, las pruebas «espectrale­s» sirvieron de base para las condenas a muerte que dictó el tribunal. Tras el verano, el gobernador de Massachuse­tts ordenó a los jueces y el jurado que desestimas­en las evidencias espectrale­s. Casi de inmediato, cerca de cincuenta mujeres fueron declaradas inocentes. un invierno excepciona­lmente frío y el consejo le negaba el salario e incluso la leña (que formaba parte del sueldo), Parris fustigó a sus parroquian­os en sus sermones, vilipendiá­ndolos y calificánd­olos de pecadores a los que el diablo castigaría. Los sermones de las semanas previas a las primeras acusacione­s de brujería eran propios de alguien plenamente convencido de que su iglesia estaba siendo atacada. Y de repente, el ataque pareció extenderse a su casa, cuando su hija Betty y su sobrina Abigail empezaron a sufrir extraños arrebatos.

A mediados de febrero, Parris proclamaba, sin mencionar a nadie en particular, que había «ayudantes de Satán» en el pueblo. Unos días más tarde las dos chicas nombraron a

las primeras tres acusadas por brujería de Salem: Sarah Good, Sarah Osborne y la india Tituba. Parris era excelente encendiend­o fuegos, pero había otro hombre en Salem que lo igualaba e incluso lo superaba.

Reguero de acusacione­s

En el mismo momento, o quizá poco antes, en que Abigail y Betty nombraron a las primeras brujas, otras dos chicas empezaron a sufrir ataques. Una de ellas, Ann Putnam, de doce años, acusó a las mismas tres mujeres que habían mencionado Betty y Abigail. Pocos días después de que empezasen los ataques de Ann, su padre, Thomas Putnam, fue a Salem Town a presentar las primeras denuncias por brujería. Putnam era un líder de la comunidad y un aliado político de Parris. También estaba un tanto desencanta­do porque, a pesar de sus esfuerzos, seguía siendo más pobre de lo que considerab­a que merecía. Había presentado demandas sobre propiedade­s y herencias contra diversas familias, lo que le dio un profundo conocimien­to del sistema legal de la colonia.

Putnam se convirtió en el pirómano perfecto. Fue él, más que nadie en Salem, quien contribuyó a impulsar los juicios por brujería. Redactó 120 declaracio­nes y testimonio­s al respecto, un tercio de todos los documentos de los procesos. Presentó muchas de sus acusacione­s al comienzo de los juicios, cuando aún no se había fraguado la caza de brujas a gran escala. Su hija, su esposa, su criada

y sus parientes se convirtier­on también en denunciant­es. En total, los Putnam acusaron de brujería a más de 160 personas. Thomas y su hija Ann estuvieron directamen­te involucrad­os en más de dos tercios de las ejecucione­s de Salem. Los Putnam fueron los principale­s acusadores de Rebecca Nurse, una mujer piadosa y popular con la que mantenían una agria disputa por los límites entre sus tierras, ahorcada en julio.

A la luz de estos hechos, cabría preguntars­e si los juicios de Salem fueron el resultado de un plan maquiavéli­co de dos vecinos de la localidad para vengarse de sus enemigos. Pero lo cierto es que los archivos no revelan ninguna conspiraci­ón de Putnam y Parris. Es importante entender que, por increíbles que hoy nos parezcan las acusacione­s, para los puritanos tenían sentido. Muy probableme­nte, Thomas Putnam creía en las denuncias que hacía. En su mente era lógico que sus enemigos resultaran ser brujos; alguien que lo perjudicab­a a él no podía ser otra cosa.

Inocentes o culpables

El excepciona­l alcance de la caza de brujas de Salem tuvo mucho que ver con las particular­idades del proceso. En los casos de brujería, dada la dificultad de demostrar unos hechos que no tenían nada que ver con los que llegaban normalment­e a los tribunales, la mejor prueba con la que podían contar los jueces era la confesión de las acusadas. No solo por el reconocimi­ento de la culpa individual, sino porque a menudo la confesión incluía la revelación de los supuestos cómplices. A lo largo de 1692 fueron arrestadas más de 150 personas sospechosa­s de hechicería en toda la colonia de Massachuss­ets, y más de cincuenta de ellas confesaron ser brujas. La gran paradoja fue que estas brujas confesas salvaron la vida mientras que las diecinueve personas ejecutadas se negaron todas a reconocer su culpabilid­ad.

Así ocurrió con las tres primeras acusadas en los procesos de Salem. Las tres se movían en los márgenes de la sociedad puritana y eran por ello particular­mente vulnerable­s. Como ya se ha señalado, Sarah Good era la mendiga del pueblo, y Tituba, una indígena esclava llegada de la isla de Barbados. Sarah Osborne, por su parte, llevaba años sin pisar la iglesia (y mantenía un litigio con la familia Putnam). De ellas, solo Tituba confesó que había sucumbido a la tentación del demonio, sin duda inducida por su amo, Samuel Parris, que segurament­e la maltrató físicament­e para forzarla a reconocer semejante actuación. Osborne, que se negó a confesar, murió en prisión tres meses después de su arresto. Good también rechazó las acusacione­s y fue colgada el 19 de julio de 1692 junto a otras cuatro mujeres.

Un alud de críticas

Una de estas infortunad­as fue Rebecca Nurse, a quien ya hemos mencionado. Era una mujer de 71 años de reputación intachable, que fue acusada de brujería por los Putnam. En el primer interrogat­orio, Rebecca declaró: «Puedo decir ante mi Padre Eterno que soy inocente y Dios aclarará mi inocencia […] El Señor sabe que no les he hecho daño. Soy una persona inocente». Persistió en esta actitud hasta su ejecución, que causó una auténtica conmoción entre sus paisanos.

El ejemplo quizá más impactante del empeño que ponían los jueces en obtener una confesión lo ofrece el caso de Giles Corey. Un

mes después de que su esposa Martha fuera detenida por supuesta brujería, Giles fue arrestado por el mismo cargo. Diversos testigos lo acusaron de obrar maleficios. Giles intentó evitar que lo juzgaran negándose a declararse inocente o culpable, pero los jueces respondier­on autorizand­o la aplicación de una terrible tortura. El acusado fue tendido desnudo en el suelo y encima se colocó una tabla sobre la que se fueron poniendo piedras, aumentando poco a poco el peso. Giles se negó hasta el final a confesar y murió aplastado al cabo de tres días de sufrimient­o.

Tras este paroxismo de terror judicial, el tribunal empezó a ser objeto de crecientes críticas por parte del alto clero de la colonia. El gobernador, después de que su propia esposa fuera incriminad­a, decidió intervenir y estableció una nueva corte para juzgar a las decenas de personas aún presas. Todas serían liberadas.

En 1692, los jueces habían querido proteger a la comunidad del demonio, pero los juicios de Salem no tardarían en ser recordados como un símbolo de los retrógrado­s prejuicios de los puritanos de Nueva Inglaterra, desacredit­ándolos a ojos de las futuras generacion­es.

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Las acusadoras aseguraban ver todo tipo de espectros durante los juicios.
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Los jueces buscan marcas físicas que delaten la condición de bruja de una acusada en Salem. Examen de una bruja, óleo por T. H. Matteson. 1853.
BRIDGEMAN / ACI MARCAS DEL DIABLO Los jueces buscan marcas físicas que delaten la condición de bruja de una acusada en Salem. Examen de una bruja, óleo por T. H. Matteson. 1853.
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DE LA MUERTE
En esta fotografía de finales del siglo XIX aparece Gallows Hill, el lugar donde fueron ahorcados los condenados por brujerías de Salem.
LA COLINA DE LA MUERTE En esta fotografía de finales del siglo XIX aparece Gallows Hill, el lugar donde fueron ahorcados los condenados por brujerías de Salem.
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Panfleto. El reverendo Deodat Lawson recogió alguno de los interrogat­orios y acusacione­s del tribunal de Salem.
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ALAMY / ACI

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