Ir a la farmacia en la Edad Media
Los boticarios medievales elaboraban medicamentos siguiendo las recetas prescritas por los médicos
Cuando sufrían problemas de salud, los hombres y las mujeres de la Edad Media hacían lo mismo que nosotros: recurrir a los medicamentos para aliviar el dolor o con la esperanza de recuperarse. Solo que lo que tomaban tenía poco que ver con los medicamentos actuales.
Se trataba de pócimas, ungüentos o píldoras que se hacían con sustancias de la naturaleza a las que se atribuían virtudes milagrosas, ya fuesen piedras preciosas como la ágata o el jaspe (que se usaban respectivamente para problemas en los ojos y contra las hemorroides), aguas minerales, sustancias animales o humanas (uñas, orina, sangre…) y, sobre todo, una gran variedad de plantas. Un tratado del médico griego Dioscórides, muy difundido en el Occidente medieval, incluía fórmulas como la del ciclamen o pan puerco, una planta de la familia de las prímulas con la que se elaboraban pócimas para tratar desde la ictericia y el dolor de cabeza hasta el estreñimiento, las cataratas, la alopecia o el dolor de muelas.
Estos preparados los podían elaborar curanderos ambulantes que los vendían por las calles o cada persona en su casa, pero también existían establecimientos que los dispensaban. Eran las llamadas boticas, precursoras de las modernas farmacias.
Boticas monásticas
El origen de las boticas está muy ligado a los conventos, monasterios y abadías. Estos recintos eclesiásticos contaban a menudo con hospitales de pobres (hospitia pauperum), albergues de caridad que atendían a enfermos indigentes. Dado que muchos de estos pobres estaban enfermos, los monjes buscaron el modo de atender sus dolencias, para lo que se servían de los libros científicos que había en sus bibliotecas, como el tratado de Dioscórides ya mencionado. Además, los monasterios contaban con jardines donde los monjes jardineros cultivaban plantas medicinales.
Fue así como nacieron las primeras farmacias. En Camaldoli, no lejos de Florencia, en la segunda mitad del siglo XI, el monje Romualdo creó una comunidad de monjes benedictinos que se ocupó de un hospicio de pobres, en el que unos «servidores» prestaban a los enfermos «cuidados que puedan favorecer su recuperade
ción». Los tratamientos se proporcionaban de forma gratuita, tanto a los enfermos de los alrededores como a los peregrinos de paso. En el siglo siguiente, al hospital se le añadió una farmacia para preparar los medicamentos.
Otro ejemplo, igualmente en Italia, es el convento dominico que se construyó en 1221 en Florencia junto a la basílica de Santa Maria Novella. En su interior se creó una botica, en la que se utilizaban las hierbas cultivadas en el jardín contiguo para elaborar los preparados medicinales. Reconvertida