Esna, la maravilla del Egipto grecorromano
Una reciente restauración ha revelado la espléndida decoración del templo de Esna, estudiado desde la década de 1950
En la orilla oeste del Nilo, unos 60 kilómetros al sur de Luxor, se halla una ciudad que los egipcios llamaron Iunyt y los griegos Latópolis y que hoy se corresponde con Esna, localidad de unos 70.000 habitantes. Allí, en una zona rodeada por las construcciones modernas, y a nueve metros por debajo del nivel de las calles, se encuentra un antiguo templo egipcio que no ha dejado de atraer el interés de los viajeros y de los egiptólogos desde el siglo XIX, e incluso antes.
El templo fue construido por los reyes Ptolomeo VI (181-145 a.c.) y Ptolomeo VIII (145-116 a.c.), soberanos de la dinastía fundada por Ptolomeo Sóter, un general de Alejandro Magno. Estaba dedicado al dios Khnum, considerado en esa región el creador que separó
el agua de la tierra, y a la diosa Neith, contrapartida femenina de Khnum, quien hizo surgir todo lo existente pronunciando siete palabras mágicas.
Primeros visitantes
Originalmente, el templo ocupaba un recinto mucho más amplio que la construcción actual. Se cree que había dos salas que conducían al santuario, así como una galería porticada que rodeaba todo el edificio. Del antiguo templo hoy solo se conserva la sala hipóstila, compuesta por una fachada con seis grandes columnas con capiteles en forma de planta de papiro y un interior en el que se suceden tres hileras de columnas con capiteles de formas vegetales. Este gran espacio fue añadido al templo ptolemaico en época romana, bajo el reinado de Claudio (41-54 d.c.).
Con una altura de 15 metros, 37 de largo y 20 de ancho, la sala hipóstila impresiona por sus dimensiones, pero su auténtica riqueza reside en las inscripciones jeroglíficas y los relieves que cubren prácticamente todas sus superficies, tanto las paredes como el techo y las columnas. Elaborada a lo largo de dos siglos, hasta el reinado de Decio (249251), esta decoración es única en el arte egipcio por conservarse prácticamente en su integridad.
No sabemos cuándo se destruyó la parte del templo hoy desaparecida. Quizá se desmoronó por causas naturales y con el tiempo las ruinas quedaron cubiertas por la moderna Esna.
En todo caso, en el siglo XVI el templo ya presentaba ese aspecto, como se desprende de la descripción que hizo en 1589 un comerciante veneciano: «A corta distancia de Ochsur [Luxor], a orillas del Poniente, hay una ciudad llamada Isne, en la que hay un templo muy antiguo; descansa sobre veinticuatro columnas, dispuestas en seis hileras».
Tras la visita del jesuita francés Claude Sicard, en 1718 y 1720, los primeros europeos que valoraron el templo como un vestigio de la civilización faraónica fueron los estudiosos que integraron la expedición científica que acompañó a Napoleón Bonaparte en su campaña de Egipto (1798-1801). En el tomo I de la Descripción de Egipto dejaron un testimonio entusiasta de la impresión que les causó la sala hipóstila de Esna, equiparable a la que provocaba el arte de la Grecia clásica: «Sería difícil