Historia y Vida

EL TEMPLO DE ARTEMISA

Una columna es el único vestigio que queda en pie del Artemisión, una de las siete maravillas de la Antigüedad. No fue fácil dar con su paradero.

- ANABEL HERRERA, PERIODISTA

He posado mis ojos sobre la muralla de la dulce Babilonia, la estatua de Zeus en los Alfeos, los jardines colgantes, el coloso del sol, la enorme obra de las altas pirámides y la vasta tumba de Mausolo. Pero cuando vi la casa de Artemisa, allí encaramada en las nubes, esos otros mármoles perdieron su brillo.” Así describió el poeta griego Antípatro de Sidón, en el s. ii a. C., las siete maravillas de la Antigüedad, un conjunto de obras arquitectó­nicas que los helenos considerab­an dignas de ser visitadas y admiradas. De aquella casa de Ar temisa tan solo queda en pie una columna construida ex profeso con pedazos de diferentes pilastras. En su época de esplendor, hasta ella peregrinar­on multitud de adoradores para rendir culto a la diosa y pagarle tri- buto en forma de joyas y otros bienes. Llegaban a Éfeso, en la actual Turquía, desde todas partes del mundo. La ciudad, grande y famosa, era punto de encuentro de viajeros y mercaderes, gracias a su cercanía con el puerto de Izmir, en el mar Egeo, de donde partían las rutas comerciale­s hacia Asia Menor.

La diosa indomable

A Artemisa, hija de Zeus y hermana gemela de Apolo, se la percibía como salvaje, independie­nte y extremadam­ente bella. Una diosa contradict­oria (protegía tanto la naturaleza y los animales como la caza) y veladora de las mujeres, la fertilidad y el crecimient­o. De ahí que los griegos la representa­ran con varios senos. No así los romanos, que le dieron forma humana y la rebautizar­on Diana.

En su honor, y para apaciguar su carácter indomable, el rey lidio Creso, el hombre más rico de su tiempo, mandó erigirle un templo en la planicie donde había obligado a reubicarse a los efesios tras conquistar la ciudad hacia 560 a. C. El Ar temisión debía ser un santuar io descomunal, muy al gusto del Monarca. Se dice que admiraba la monumental­idad de las pirámides egipcias. Al arquitecto cretense Quersifrón se le encargó el diseño, y a Escopas, adornarlo con esculturas. Pero ellos no fueron los únicos artífices del monumento. A lo largo de los 120 años –o incluso más, según Plinio el Viejo– que duraron las obras se sucedieron varios genios más. La estatua de Artemisa, de dos metros de altura, de madera y revestida de plata y oro, se ubicó en un templete central a cielo abierto. El santuario se convirtió en un auténtico foco de atracción hasta que, el 21 de julio de 356 a. C., Eróstrato, un pastor que quería ganar fama a cualquier precio, le prendió fuego. Su objetivo se cumplió sobradamen­te. Con sus actos dio origen

EL COLOSAL SANTUARIO SE CONSTRUYÓ A INSTANCIAS DEL REY LIDIO CRESO, EL HOMBRE MÁS RICO DE SU ÉPOCA

al término psiquiátri­co erostratis­mo, la manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre.

Del fuego al saqueo

Cuenta la leyenda que esa misma noche, a muchos kilómetros de distancia, la reina macedonia Olimpia dio a luz a Alejandro Magno. El historiado­r Plutarco afirma que Artemisa estaba tan ensimismad­a por aquel nacimiento que se olvidó de salvar su propio templo en llamas. El Artemisión se reconstruy­ó utilizando algunos elementos arquitectó­nicos de la estructura anterior. Cuando, en 334 a. C., el propio Alejandro Magno tomó Éfeso en su lucha contra los persas para avanzar hacia Oriente, se ofreció a costear las obras a cambio de una dedicatori­a. Pero los efesios declinaron su ayuda aducien-

do que no era apropiado que un dios le erigiera un templo a otra divinidad. Una vez reconstrui­do, el edificio sirvió de banca y de asilo, pero nunca recuperó su antiguo esplendor. Las invasiones constantes a las que se vio sometida la ciudad lo fueron dañando gravemente. Y perdió su interés religioso cuando la mayoría de los efesios se convirtier­on al cristianis­mo tras la invasión romana en 189 a. C. Se utilizó entonces como improvisad­a cantera, y sus mármoles y otros materiales se saquearon para reutilizar­los en otras construcci­ones. Aún en el siglo vi, ocho columnas de pórfido fueron trasladada­s a Constantin­opla para su instalació­n en la basílica de Santa Sofía.

¿Dónde está el templo?

Ya en la Edad Moderna, numerosos viajeros dieron cuenta del pintoresco paisaje de ruinas de Éfeso en sus libros y dibujos. Pero, ¿dónde estaba el templo que dio tanta fama a la ciudad? Localizarl­o no fue tarea fácil. En 1863 el arquitecto John Turtle Wood, por entonces dedicado a la construcci­ón de estaciones de ferrocarri­l en Éfeso y alrededore­s, convenció al British Museum para que sufragara una investigac­ión arqueológi­ca en la zona. El objetivo era hallar la antigua maravilla. Pero lo primero que salió a la luz fue el gran teatro romano. Construido sobre una estructura del siglo iii a. C., había acogido tanto espectácul­os de teatro y de gladiadore­s como asambleas. Seis años después se recuperaro­n los restos de una columna (hoy en el British) que contenía una inscripció­n con el nombre del rey lidio: “Presente del rey Creso”. Y, por fin, el último día del año de 1869, Wood halló restos del templo: unas tablas de mármol enterradas a siete metros de profundida­d. Ya era posible afirmar co npropied addón deseha bí a erigido el santuario, pero las excavacion­es se interrumpi­eron en 1874, en parte, debido a la escasez de resultados. El yacimiento permaneció olvidado hasta 1895. Aquel año, Otto Benndorf, catedrátic­o de Arqueologí­a Clásica de la Universida­d de Viena y, años después, fundador del Instituto Arqueológi­co Austríaco, promovió su investigac­ión para la ciencia de su país. Gracias a un generoso donativo privado, el gobierno turco auto- rizó a Austria a excavar en Éfeso. Los trabajos se centraron primero en el Artemisión, y luego se ampliaron a zonas como el puerto y el ágora. Muchas de las piezas halladas se trasladaro­n a Viena y pasaron a engrosar el futuro Museo Éfeso de la ciudad. Entre ellas, una amazona esculpida procedente del altar de Artemisa que salió a la luz en 1901. Pero, a partir de 1906, el gobierno turco prohibió la salida de sus vestigios fuera de sus fronteras. Gracias a ello, el Museo Arquelógic­o de Éfeso, en Selçuk, atesora, entre otras piezas, varias estatuas de mármol de la diosa representa­da con tres filas de mamas.

Un golpe de suerte

Pero si hubo una persona consagrada a desentraña­r los misterios de Artemisa y su santuario, ése fue Anton Bammer. No en vano, este prestigios­o arqueólogo austríaco ha dedicado medio siglo de su carrera profesiona­l a Éfeso. En 1965, nada más empezar a excavar en el Artemi- sión, tuvo la suerte de encontrar el altar sagrado de la diosa, ubicado en el patio central. Bajo su supervisió­n también salió a la luz un gran número de objetos (en oro, marfil, ámbar o terracota) que sirvieron para rendir culto a Artemisa. Hoy, Bammer colabora con la Selçuk Artemis Culture, Arts and Education Foundation, una entidad creada en 2007 con el propósito de constr uir de nuevo el templo de Artemisa. En palabras de su fundador, Atilay Ileri, un abogado suizo de origen turco fascinado por el antiguo edificio, “cuando se haya completado, el templo no será una copia o una imitación del original, sino el Artemisión mismo”. El Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía aprueba su proyecto, pero se ha negado a financiar los 150 millones de euros estimados de su coste. Pese a ello, la Fundación espera que le asignen unas tierras en Selçuk, a un kilómetro y medio de la ubicación original de los restos del santuario, para alzar su proyecto. Mientras tanto, los expertos del Instituto Arqueológi­co Austríaco centran sus esfuerzos en procesar los resultados obtenidos. Recienteme­nte, sus investigac­iones revelaron que lo que hasta ahora se considerab­a una tribuna del recinto sagrado es, en realidad, un odeón, una construcci­ón destinada a competicio­nes de canto. Los arqueólogo­s austríacos también se ocupan de la restauraci­ón y conser vación del yacimiento, situado en una de las regiones de Turquía con más reclamo turístico. Alrededor de un millón y medio de personas visitan Éfeso cada año, con la tensión que eso supone para las ruinas. Pero hoy la única columna del Artemisión que queda en pie apenas genera admiración. Ni siquiera es accesible, pues se alza en medio de un área pantanosa.

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EL SANTUARIO de Artemisa en Éfeso según un grabado a color de Ferdinand Knab, 1886.
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 ??  ?? ESCULTURA DE ARTEMISA hallada en Éfeso. Museo Arqueológi­co de Éfeso, Selçuk (Turquía).
ESCULTURA DE ARTEMISA hallada en Éfeso. Museo Arqueológi­co de Éfeso, Selçuk (Turquía).

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