RESIDUOS NUCLEARES
La seguridad de las centrales está en entredicho. Pero, ¿qué hay de la gestión de sus desechos? Los expertos buscan el modo más eficaz de almacenarlos.
Acceder a Internet es una de las muchas acciones cotidianas de las que casi solo prescindimos cuando se va la luz. Buena parte del suministro eléctrico actual proviene de centrales termoeléctricas, instalaciones alimentadas con carbón o petróleo fácilmente reconocibles por sus inmensas torres de refrigeración. Su principal inconveniente radica en que emiten gran cantidad de dióxido de carbono, por lo que contribuyen al aumento del efecto invernadero. Desde mediados del siglo pasado, otro tipo de centrales, no dependientes de los combustibles fósiles, también producen la cada vez más demandada energía eléctrica. Son instalaciones que muchos temen a raíz de los reactores nucleares (un total de 433 en todo el mundo) que albergan bajo sus enormes cúpulas. Existen razones para desconfiar de las centrales nucleares. En 1979 la de Three Mile Island, en Pennsylvania (Estados Unidos), provocó gran alarma al bloquearse el sistema de refrigeración de
su reactor. Al final, los técnicos lograron reintroducir agua refrigerante en el núcleo antes de que empezara a fundirse. Peor desenlace tuvo, como se sabe, el accidente de Cher nóbil, en la actual Ucrania, siete años después. Según la versión soviética, el mecanismo de segur idad del reactor se desactivó ma- No obstante, el g ran problema de la energía nuclear no radica en la seguridad de las centrales, sino en la gran cantidad de residuos que se producen en la división de un átomo de uranio. Un reactor de mil megavatios genera al año unas treinta toneladas de residuos de elevada y prolongada radiactividad. ¿Qué ha-
EL RETO ES CÓMO Y DÓNDE ALMACENAR LA GRAN CANTIDAD DE RESIDUOS ALTAMENTE RADIACTIVOS
nualmente. Fue entonces cuando una pequeña inestabilidad puso el sistema fuera de control, y el agua refrigerante acabó vertiéndose sobre el metal del núcleo radiactivo fundido. La explosión resultante voló parte del edificio. Se liberaron toneladas de escombros y gases altamente radiactivos. El desastre de Fukushima, fruto del tsunami que asoló el norte de Japón el pasado año, no ha hecho más que empeorar la percepción social sobre la seguridad y viabilidad de las centrales nucleares. cer con ellos? La solución pasa por diseñar y construir instalaciones concebidas para almacenarlos bajo unos estándares razonables de seguridad.
¿De qué estamos hablando?
El combustible nuclear que emplean las centrales está formado por un conjunto de pastillas cerámicas que contienen una mezcla de dos isótopos de uranio (el 238 y el 235). Estas pastillas, a su vez, se insertan dentro de unos tubos metálicos protectores. Un combustible
HISTORIA Y VIDA
gastado no ve alterado su aspecto, pero pierde su capacidad para generar potencia eléctrica. Es tan radiactivo que brilla en la oscuridad y su temperatura es muy alta. De ahí que las barras metálicas que lo protegen se almacenen en piscinas ubicadas en la propia central nuclear. El agua no solo las enfría, sino que también ejerce como pantalla de contención contra radiaciones. Una función que también cumple el acero rico en boro con el que están constituidas las estanterías metálicas en las que se apilan las barras.
Las medidas de seguridad de estas instalaciones son numerosas. Un circuito de bombas hace circular el agua para evacuar el calor, y unas resinas especiales comprueban su calidad. No en vano, pese a que el combustibe gastado suele ser estanco, se estima que alrededor de una de cada cien mil barras tiene fugas radiactivas. Como es lógico, llega un momento en que estas piscinas se quedan pequeñas. Hoy la mayoría está al borde de la saturación. Por eso los residuos también se acopian en seco.
La alternativa al agua
En este caso, el combustible se “envasa” en unas estructuras cilíndricas de varias capas, capaces de absorber radiación y partículas atómicas y de optimizar la evacuación del calor que genera el residuo. Los cierres que las taponan, sujetos con pernos y soldados, garantizan su estanqueidad. Además, son estructuras resistentes a caídas e incendios. Son, pues, contenedores seguros (siguen las normas de la Agencia Internacional de Energía Atómica) que no requieren de un cuidado y seguimiento técnico importantes. Hasta hace poco el único lugar en el que se apilaban estos contenedores era un Almacén Temporal Individualizado (ATI), una zona de almacenamiento situada en la propia central que había producido el combustible. España cuenta con dos de estos centros, el de la central nu-
UN ALMACÉN TEMPORAL CENTRALIZADO TIENE UNA VIDA DE CIEN AÑOS. ¿QUÉ HACER LUEGO CON LOS DESECHOS?
clear de Trillo y el de la de José Cabrera, ambos en Guadalajara. Sin embargo, los ATI presentan varios inconvenientes: su tamaño es reducido y solo pueden albergar de forma temporal el combustible que gastan sus propios reactores. Debido a estas limitaciones, la mayoría de países industrializados está optando por diseñar y acoger un Almacén Temporal Centralizado (ATC), un sistema de almacenamiento proyectado para albergar el combustible gastado y los residuos de alta actividad procedentes de todas o varias centrales nucleares del país. Al tratarse de un entorno acondicionado exclusivamente para ello, se minimizarían los riesgos de incidencias. Alemania, Holanda, Francia, Gran Bretaña, Suecia y Suiza ya tienen en funcionamiento este tipo de instalaciones. España tardará unos años en incorporarse a este grupo. Por el momento, en diciembre de 2011, el Consejo de Ministros aprobó la designación de la localidad que acogerá el ATC nacional: Villar de Cañas, en Cuenca.
En el almacén geológico profundo es prioritario evitar la contaminación del medio ambiente. De ahí que cuanto más profundo sea, más tardarán los efluentes radiactivos o los radionúclidos en alcanzar la superficie. Una profundidad adecuada oscilaría entre los 400 y los 900 m, en función de las características de la formación geológica escogida. El gran enemigo del AGP es el agua, debido a su capacidad de corrosión. No en vano, los especialistas coinciden en afirmar que un contenedor nuclear, por muy resistente que sea, a la larga acabará corrompiéndose y liberando su contenido. Por eso, además de enterrarlo lo más lejos posible de la superficie, resulta conveniente ubicarlo en un lugar seco y estable. Con estas medidas se busca que los elementos radiactivos se liberen muy lentamente y tarden miles de años en llegar a la superficie. Y que, cuando lo consigan, su capacidad radiactiva sea tan atenuada que no suponga un riesgo importante para la población.
Se busca un hogar seguro
Los acuíferos y las formaciones geológicas con circulación de agua son, pues, lugares vetados para emplazar un AGP. Por el contrario, los más adecuados son los compuestos por sal, arcilla, granito y algunas rocas volcánicas. Las rocas salinas son doblemente ventajosas: contienen muy poca agua y son
FINLANDIA PODRÍA SER EL PRIMER PAÍS DEL MUNDO EN ALMACENAR TODOS SUS RESIDUOS NUCLEARES BAJO TIERRA
plásticas. Gracias a esta propiedad, las cavi dades crea daspara ele mplazamiento de un AGP se podrían cerrar de forma natural a lo largo del tiempo, por lo que sellarían las vías de acceso. El principal inconveniente de la sal radica en que puede ser un recurso de interés para generaciones futuras. De hecho, la probabilidad de que se explote un yacimiento salino con un AGP radiactivo no es despreciable. Por este motivo, la Agencia Nacional francesa para la gestión de los residuos radiacti-
vos (ANDRA) ha descartado ubicar un futuro AGP en este tipo de terrenos. A diferencia de la sal, la arcilla es un material con abundante agua. No obstante, si ésta fluyera, lo haría muy lentamente, lo que garantizaría un alto poder de confinamiento. Además, si no está demasiado consolidada, se trata de una roca plástica que ayudaría a sellar las aberturas. El mayor obstáculo que presenta es su pésima conductividad del calor, por lo que los residuos nucleares usados deberían enfriarse previamente durante cincuenta años. De lo contrario, su calor deformaría las rocas y aumentaría la temperatura de los contenedores, lo que provocaría fugas de ef luentes radiactivos. Existe otro contratiempo: cuando la arcilla está muy compactada pierde su plasticidad y acaba por convertirse en otro tipo de roca, la pizarra. El riesgo de fisuras sería entonces demasiado alto, y las fracturas harían permeable la zona. Con sus pros y sus contras, Francia investiga la posibilidad de instalar en un terreno arcilloso su AGP. Para tal fin, a finales del siglo pasado inauguró un laboratorio experimental a 500 m de profundidad en Bure, al nordeste del país.
Tampoco el granito se perfila como claro vencedor. Hay que tener en cuenta a su favor su bajo contenido en agua, su escasa porosidad y, sobre todo, su alta resistencia. Ello facilitaría los trabajos de construcción del almacén, con lo que se abarataría la ejecución del proyecto. Pero tiene un gran defecto: a menudo está surcado de fracturas, lo que pondría en peligro la estanqueidad del recinto. Además, los movimientos tectónicos podrían acabar ampliando las fisuras del terreno.
¿Hasta la próxima?
Los AGP están concebidos para ser el destino definitivo de los residuos altamente radiactivos. No obstante, los expertos no descartan futuras intervenciones. Algunos países se plantean la posibilidad de extraer los desechos con el propósito de reutilizarlos mediante técnicas que ni siquiera hoy imaginamos. También podría ocurrir que fuera necesario trasladarlos debido a que un almacén hubiese dejado de cumplir las condiciones de seguridad. La recuperación de los residuos no constituiría un gran problema si los contenedores permaneciesen estancos. En este caso, se contaría con un margen de cen- tenares de años para manipular con facilidad el material. En cambio, si la radiactividad ya se hubiese expandido, la dificultad sería mucho mayor. Cualquier recuperación podría perjudicar la seguridad de todo el AGP. De todos modos, la operación podría llevarse a término. Se podría retirar la totalidad o una parte de los residuos mediante operaciones telecontroladas, aunque la ingeniería robótica exigida dispararía los costes.
Un escondite intocable
Finlandia podría ser el primer país del mundo en guardar sus desechos nucleares en un AGP. El proyecto de construcción del denominado Onkalo (cueva, en finés), a cargo de la empresa Posiva Oy, se inició en 2004 y ya se halla en una fase muy avanzada: están terminados todos los túneles principales de acceso y ventilación. El almacén estará ubicado en una formación granítica de la isla de Olkiluoto, sede también de una central nuclear, a unos 400 m de profundidad. Este año, la empresa espera recibir una licencia de construcción para el almacén y, en 2018, obtener otra de manipulación de residuos. Dos años des- pués, empezarían a trasladarse hasta allí los contenedores, fabricados en cobre. Según el plan estipulado, el almacén terminaría de llenarse en 2112 y se sellaría por completo hacia 2120. Hace tres años, el cineasta danés Michael Madsen documentó en Into Eternity (Hacia la eternidad) los trabajos llevados a cabo en el Onkalo. El largometraje ref lexiona sobre el paso del tiempo en un lugar que no debe ser alterado durante al menos cien mil años. Ninguna estructura de la historia humana ha permanecido en pie durante tanto tiempo. Al margen de este desafío, ¿qué ocurriría si se perdiera la memoria o la información de dónde se ubicó el AGP? Uno de los principales retos es establecer un sistema de símbolos y señalizaciones entendibles para las futuras generaciones. La señal de alerta no debe perderse.