DESAFÍO AL MANUAL
Historia de una ciencia tan anárquica como genial
Dijo Churchill poco después de la II Guerra Mundial que “los científicos han de estar a mano, pero no a la cabeza” de la sociedad. Los contemplaba como una amenaza, y su papel debía limitarse al de asesores, una opinión que, no es de extrañar, compartían otros políticos: la mayor guerra hasta la fecha se había beneficiado del monstruoso efecto de la bomba atómica. La visión domesticadora de Churchill triunfó, y hoy vemos a los científicos como esos profesionales circunspectos, aislados, de impoluta bata blanca, portavoces de la lógica y la razón. El británico Michael Brooks, doctor en Física Cuántica, se tira de los pelos. Los científicos son lobos que han permitido que se les convierta en “chihuahuas ladradores”. La ciencia es mucho más irracional de lo que se quiere reconocer, tan apasionada y creativa como cualquier arte. Sus mayores avances siempre han es- tado impulsados por la anarquía (la de los “radicales libres” del título).
La buena ciencia
Esta anarquía asoma en las serendipias y las revelaciones inexplicables que han llevado a grandes descubrimientos. Pero también en los infinitos casos de manipulación de datos. Los amañó Ptolomeo en el siglo ii a. C. para que encajaran con sus modelos astronómicos. O lo hizo Newton, que falsificó cálculos teóricos de, entre otras cosas, la velocidad del sonido, para que cuadraran con sus ideas. La imposibilidad de demostrar una teoría no disuade al científico tenaz, que es capaz de apropiarse de conclusiones ajenas: Einstein nunca logró probar la validez de la famosa E = mc2, una fórmula que, además, no era exactamente suya. El riesgo es otro gran representante de la anarquía, como el que empujó en 1929 a
Werner Forssmann a probar en sí mismo la cateterización cardíaca, que hoy salva miles de vidas. Y la compasión, como la que sentía Robert Edwards por una pareja sin hijos, y que le llevó junto con Patrick Steptoe a “crear” en 1978 a Louise Brown, primera “niña probeta”, desoyendo a aquellos que exigían experimentar primero en primates no humanos. El libro de Brooks no se adscribe al género de historia de la ciencia. En realidad, está preocupado por la ciencia actual, y el paseo que nos propone por la historia sirve a su objetivo: denunciar que la excesiva prudencia de la comunidad científica impide actuar con urgencia en asuntos como el calentamiento global. En todo caso, a los amantes de la historia de la ciencia les gustará el modo en que Brooks levanta la alfombra para ofrecer una manera radicalmente distinta de contemplarla. Texto: Empar Revert