Historia y Vida

LOS COPTOS

Mientras Egipto perfila su gobierno post-mubarak, los cristianos ortodoxos del país encaran su propia revolución tras la muerte de su líder espiritual.

- JULIÁN ELLIOT, PERIODISTA

LOS COPTOS SE SIENTEN AMENAZADOS ANTE EL GIRO ISLAMISTA QUE HA TOMADO EL PAÍS TRAS EL RÉGIMEN DE MUBARAK

Egipto afronta un panorama delicado tras la carrera de obstáculos que comenzó con el derrocamie­nto de Mubarak en febrero de 2011 y concluirá estos días con la elección de un nuevo presidente. Su sociedad, la más nutrida de Oriente Medio (supera los ochenta millones de habitantes), está compuesta por sectores de difícil integració­n debido a las divergenci­as político-religiosas. Así lo ha demostrado el arduo proceso democratiz­ador abierto con la caída de la dictadura en una Primavera Árabe cargada de esperanza, pero también de espinas. Entre estos elementos de armonizaci­ón compleja destacan los coptos, o los cristianos locales, una comunidad tan antigua como amplia. Constituye­n la principal minoría etnorrelig­iosa del país y la región, entre un 5 y un 23% de la población egipcia, según las fuentes. No obstante, se sienten amenazados ante el giro islamista de la transición que coprotagon­izan en el Nilo. Están viviendo, además, su propia revolución dentro de la revolución general, debido al reciente fallecimie­nto de su papa Shenuda III.

Un escenario agitado

Un boceto rápido del mosaico postMubara­k muestra lo agitadas que están las aguas para millones de coptos a la hora de mantener su identidad e incluso su seguridad en el Egipto actual. Una pieza clave de este mosaico son los militares y otros pilares del régimen depuesto. Además de ofrecer candidatos reciclados a las elecciones presidenci­ales en curso –entre ellos, el ex jefe de los servicios secretos, la opción de no pocos nostálgico­s–, el estrato castrense pilotó el cambio desde el poder. Lo hizo con una lentitud exasperant­e para los miles de civiles que, un mes después de caer Mubarak, ya coparon la plaza Tahrir de El Cairo para exigir su retirada del gobierno. Relajado, que no zanjado, el pulso con estas autoridade­s heredadas, los comicios parlamenta­rios del pasado noviembre, los primeros tras la larga dictadura, añadieron otro punto conflictiv­o a la encrucijad­a del país. Se saldaron con una mayoría rotunda de dos partidos islamistas: un brazo político de los Hermanos Musulmanes, últimament­e de perfil moderado, y la formación salafista o fundamenta­lista Al Nur. Dado que el Parlamento proveía de la mitad de los miembros a la Asamblea Constituye­nte, encargada

LOS JÓVENES COPTOS ACUSAN A LA CÚPULA MILITAR DE FOMENTAR LA TENSIÓN SECTARIA

de redactar una nueva carta magna, hubo una desbandada de otros grupos representa­tivos de la sociedad egipcia. Tanto componente­s de las facciones laicas –desde neoliberal­es hasta izquierdis­t as– como algunas de las escasas mujeres electas o los delegados de la prestigios­a Universida­d al-Azhar, una referencia mundial del sunismo, renunciaro­n a la Asamblea ante el escoramien­to islamista de la revolución que había unido a todos. Los coptos, no menos afectados, también dimitieron de sus escaños este abril y reclamaron la disolución de un órgano constituye­nte que, a su entender, se alejaba del Estado plural soñado al iniciarse la Primavera.

Golpeados y huérfanos

Su temor no era infundado. Además de sufrir discrimina­ciones, esta comunidad padeció un mes antes de las elecciones parlamenta­rias la llamada masacre de Maspiro. En ella, policías y militares mataron a 27 personas e hirieron a unas trescienta­s que se manifestab­an a raíz de la quema de una iglesia por radicales salafistas. Esta matanza de coptos, ocurrida en plena turbulenci­a revolucion­aria, vino a sumarse a otro episodio sangriento sucedido todavía bajo Mu- barak. El 1 de enero de 2011 un coche bomba explotó frente a un templo ortodoxo de Alejandría, causando 23 víctimas mortales y un centenar de heridos. Estos dos ejemplos de intoleranc­ia religiosa son los incidentes más graves vividos por los egipcios cristianos en la última década. Ambos preludiaro­n otro hecho descorazon­ador para este colectivo: la muerte, en marzo de este año, de Shenuda III, el líder espiritual de la antiquísim­a Iglesia ortodoxa copta (la mayoritari­a, además de haber coptos católicos y protestant­es). Shenuda III fue el interlocut­or político que consiguió mejoras para los suyos durante la administra­ción Mubarak. El mundo musulmán lo había respetado por haber promovido el na- cionalismo árabe y haber “relaja[do] tensiones entre radicales islámicos y cristianos”, en palabras del director de Watani, el principal semanario copto. De ahí que haya “una gran preocupaci­ón en la comunidad por el futuro”, aseveró el mismo periodista. El derrocamie­nto de Mubarak, el islamismo al alza y la muerte del patriarca han aumentado la fricción interrelig­iosa. Mientras, los cop-

tos navegan desestabil­izados en un tablero político repleto de incertidum­bres. No obstante, cabe abrigar cierto optimismo sobre una convivenci­a pacífica en el Egipto en construcci­ón.

Relevo generacion­al

Aunque gran número de coptos emigran alarmados, otros acogen con menos escepticis­mo las expresione­s de solidarida­d musulmanas. Éstas no han dejado de sucederse desde que comenzó la Primavera, pese a la mayor tirantez ambiental y los estallidos de violencia. Los suníes de al-Azhar han emitido fatuas, o edictos religiosos, a favor de sus compatriot­as cristianos. Entre ellas, una para permitir el envío de felicitaci­ones navideñas. Los Hermanos Musulmanes, antes contrarios a los coptos, incluso se han ofrecido para actuar como escudos humanos ante las iglesias amenazadas por extremista­s durante las festividad­es cristia- nas, ya que quieren ver “cómo se celebran [...] en paz y seguridad”, declaró un líder de esta organizaci­ón que hoy domina medio Parlamento. Incluso un dirigente salafista de Al Nur señaló como una “obligación religiosa y patriótica” el amparar a los coptos, pese a ser reacio a mostrar tanta camaraderí­a. “El islam nos pide que protejamos a los que viven con nosotros”, recordó. Además, nadie olvida el papel desempeñad­o por los cristianos en la caída de la dictadura. El repudio a la masacre contra ellos en el Año Nuevo de 2011 se contó entre los revulsivos que terminaron llenando la plaza Tahrir para demandar el fin del régimen. Más tarde, los jóvenes coptos se han manifestad­o reiteradam­ente contra la cúpula militar de la transición, a la que acusan de fomentar la tensión sectaria. La mayor esperanza cristiana reside, precisamen­te, en el creciente activismo de esta genera- ción, antes apática. El movimiento juvenil incluso “podría ocupar el vacío que ha dejado Shenuda”, afirmó un portavoz de la ONG Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales.

Ganar la calle

Esta renovación interna de los coptos, algunos de los cuales consideran que el papa fallecido estaba demasiado ligado a Mubarak, indica una pequeña revolución dentro de la nacional. En ella, la Iglesia retrocede a favor de una representa­tividad copta más laica y democrátic­a. Entre las muestras de este fenómeno destaca la creación, la pasada Semana Santa, de los Hermanos Cristianos. Integrados por intelectua­les y abogados coptos inspirados en el éxito de los Hermanos Musulmanes, buscan “un equilibrio político en la calle egipcia”, según uno de sus fundadores, para compensar el apogeo islamista que atraviesa el país.

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UNOS MANIFESTAN­TES se enfrentan al ejército egipcio cerca del Parlamento. Diciembre de 2011.
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CRISTIANOS COPTOS reclaman la reconstruc­ción de una iglesia incendiada. El Cairo, marzo de 2011.

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