Historia y Vida

Aquellas atrevidas norteameri­canas

LA ANTICIPADA LIBERACIÓN DE LA MUJER EN LA ESCENA ARTÍSTICA ESTADOUNID­ENSE

-

QUÉ DESMELENE

Los americanos vinieron a empaparse de la cultura europea y se trajeron una pequeña revolución femenina. De los barcos de vapor descendían pintoras, periodista­s, escritoras o simples turistas... sin escolta masculina. A miles de kilómetros de casa, no estaban para convencion­es sociales. En el terreno artístico, además, llevaban décadas de ventaja: se las aceptaba en las academias oficiales, y no era raro que convirtier­an el arte en su profesión. La más famosa de las expatriada­s fue la pintora Mary Cassatt, que, pese a instalarse en París, viajó a menudo a Italia. Cecilia Beaux (a la dcha., autorretra­to de 1925, en los Uffizi), hoy un tanto olvidada, fue su prolífica rival. Prefirió el sol de la Toscana y se erigió en una de las primeras mujeres en enseñar en una escuela oficial en EE UU. Cassatt y Beaux ejemplific­aron las dos caras de los expatriado­s: mientras que la primera se asentó para siempre en Europa, lo cual no era muy bien visto por sus compatriot­as, la segunda iba y venía entre el Nuevo y el Viejo Mundo.

LA MUSA DE JAMES

También en Florencia y alrededore­s desarrolló su carrera Elizabeth Boott, famosa por ser la potencial inspiració­n de varios personajes de Henry James. Éste pasó muchas temporadas en Villa Castellani, en Bellosguar­do, donde Elizabeth vivió con su marido, el también pintor Frank Duveneck. En esta casa de campo, inmortaliz­ada por la propia Boott (arriba, 1886, National Museum of Women in Arts, Washington D. C.), transcurre parte de Retrato de una dama, de James.

LA APARICIÓN DE LOS AMERICANOS CON SUS ABULTADAS CARTERAS COINCIDIÓ CON LA RUINA DE LA NOBLEZA LOCAL

que Edith Wharton publicó en 1904, casi veinte años antes de ganar el Pulitzer con La edad de la inocencia.

Vendo casa encantada

La llegada de americanos con sus abultadas carteras coincidió con la decadencia de la nobleza local. Tras decenios de trifulcas que culminaron con la unificació­n italiana, muchos aristócrat­as estaban en la ruina y sus posesiones, a la venta. Pinturas góticas, renacentis­tas y barrocas entraron por entonces en coleccione­s y museos estadounid­enses. El también expatriado americano e historiado­r Bernard Berenson era el árbitro del cotarro, uno de los pioneros en el arte de la autenticac­ión, el connoisseu­r al que se acudía para saber si un giotto era realmente un giotto. I Tatti, la antiquísim­a villa donde residió en las colinas de Settignano, al lado de Florencia, es hoy la sede del Harvard Center for Renaissanc­e Studies. Si eras extranjero, se quejaba James, “la mitad de las conversaci­ones versa[ba]n sobre villas”. Había feroces competicio­nes por hacerse con una casa de campo, donde los artistas podían plantar su caballete frente a la puerta y pintar paisajes en plein air, y los multimillo­narios podían emular la bucólica sofisticac­ión de los Medici del Renacimien­to. Los más excéntrico­s querían villa con fantasma incluido, y los locales se afanaban absurdamen­te en satisfacer el pedido. Las más codiciadas eran aquellas con tomos de historia a sus espaldas, como las que habían pertenecid­o a los propios Medici o como Villa Palmieri, donde presuntame­nte se refugiaron de la peste algunos de los protagonis­tas del Decamerón de Boccaccio. En esta última se aposentó James Ellsworth, minero y banquero de Ohio. Los americanos formaban una comunidad cerrada y raramente se relacionab­an con los locales. Prueba de esta endoga- mia son los numerosos retratos que los artistas se pintaron entre sí. Para ir de villa en villa se embarcaban en rústicas aventuras en bicicleta o en carros tirados por bueyes. La Segunda Guerra Mundial concluyó aquella especie de sueño de una noche de verano, la edad de oro de los intelectua­les estadounid­enses en Florencia. Decenas de miles de turistas siguen cada año su senda y tienen visita obligada en el cementerio Agli Allori, donde están enterrados muchos de aquellos pioneros. Algunas tumbas son verdaderas obras maestras. Henry James, nuestro cronista particular, dijo de una de ellas que era “el destino hecho arte”.

 ??  ?? HISTORIA Y VIDA
HISTORIA Y VIDA
 ??  ?? EL OLIVAR (c 1910), de William Merritt Chase. Terra Foundation for American Art, Chicago.
EL OLIVAR (c 1910), de William Merritt Chase. Terra Foundation for American Art, Chicago.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain