A La Meca por Franco
Es una de las historias menos conocidas de la Guerra Civil española. Más de dos mil marroquíes peregrinaron a La Meca durante el conflicto en tres barcos fletados por Franco. ¿Cuál podía ser el motivo?
A cambio del apoyo rifeño en la Guerra Civil, Franco sufragó la peregrinación a La Meca de más de dos mil marroquíes. J. Armada, periodista e historiador, y J. Rull, periodista e investigador.
Todo sucedió demasiado rápido. Cecilio Sánchez del Pando apretó el disparador de su Ernemann y la pólvora de magnesio del f lash ardió en una nube de luz fugaz. El instante quedó atrapado en una de las doce placas de vidrio de la cámara, congelado en una natural imperfección. No solo porque Sancho Dávila, el jefe de Falange en Andalucía, giró el cuerpo y volvió la cabeza para mirar atrás. También porque en los ojos del caudillo, que había desviado la mirada hacia su derecha, surgió un brillo de urgencia que algún censor demasiado celoso de su oficio podía identif icar como una sospecha de maldad. Únicamente Queipo de Llano, cuya altura le hacía destacar entre todos los per- sonajes, mantuvo su pose perfecta en el centro de la escena. Era el dueño de Sevilla y se comportaba como tal. Nadie diría que el anciano con chilaba y barba blancas era el huésped de honor. Flanqueado por Queipo de Llano y Sancho Dávila, el Gran Visir mantenía la mirada fija en el objetivo de la cámara, algo casi insólito en este retrato en el que casi todo el mundo parecía mirar al lado equivocado. Nadie diría que entre todos aquellos hombres que rodeaban a Franco, solo el anciano Sidi Ahmed Ganmia podía presumir de tener la más alta condecoración militar española, la Cruz Laureada de San Fernando. Era el primer premio que Franco le dio por la fidelidad a la sublevación, una condecoración que ni siquiera él tenía. El segundo fue la pe- regrinación a La Meca de la que el Gran Visir acababa de regresar.
Los peregrinos de Franco
Aquel viernes, 2 de abril de 1937, Sevilla entera se había preparado para recibir a los “peregrinos de Franco”. Casi seiscientos marroquíes que habían partido de Ceuta a La Meca a principios de aquel año. La idea de la peregrinación se le había ocurrido al teniente coronel Juan Luis Beigbeder, el encargado de convencer a los notables marroquíes para lograr el reclutamiento masivo de miles de rifeños. Pero Franco la hizo suya casi de inmediato, y ordenó que el Dómine fuera desarmado y volviese a ser la motonave que era en realidad, a pesar de los pocos barcos con que contaba la flota nacional.
En otoño de 1936, la sublevación había desembocado en una guerra civil cada vez más despiadada, y Franco sabía muy bien que las tropas marroquíes resultaban tan vitales como el sofisticado armamento suministrado por Hitler. El Dómine era el crucero insignia de la naviera Trasmediterránea. Cuando estalló la guerra estaba prácticamente nuevo y conectaba Barcelona con las islas Canarias. Incautado por los sublevados en Las Palmas de Gran Canaria, fue artilla- do y convertido en un transporte rápido de tropas. La peregrinación a La Meca lo convirtió de nuevo en el crucero de pasajeros que era. Rebautizado para la travesía con el nombre de Mogreb El Aksa, el buque zarpó el 20 de enero de 1937. Ni la aviación ni la flota republicana pudieron impedirlo, pero sus intentos llevaron a Franco a ordenar que los dos mejores barcos de los sublevados, los cruceros
Canarias y Baleares, escoltasen a la nave hasta que la flota italiana pudiera protegerla durante el resto del viaje. “Ya cruza las ondas del mar latino el airoso buque Mogreb El Aksa, con cientos de peregrinos musulmanes de nuestra zona que van a La Meca. Y va a ser este crucero de peregrinación uno de los memorables recuerdos para cuantos en él toman parte. Pues nuestros musulmanes, sobre cumplir con el para ellos tan respetado precepto de visitar la santa ciudad de La Meca, entrarán en contacto con otros pueblos musulmanes, como son Tripolitania, Egipto y Abisinia; y a la vuelta visitarán Nápoles, Sevilla, Córdoba y Granada.” La prensa franquista dedicó a la partida de los peregrinos líneas tan grandilocuentes como éstas, publicadas en La
Gaceta de África, pero apenas se interesó después por el desarrollo de la peregrinación. El viaje quedó en el olvido hasta que los peregrinos regresaron a Ceuta y zarparon rumbo a Sevilla para una recepción ofrecida por el propio Franco. Una fiesta en mitad de la batalla.
Cruzada contra los sin Dios
El 31 de marzo comienza la ofensiva franquista contra Bilbao. Pero Franco no se desplaza al frente de una batalla que ya da por ganada. En su lugar, deja Bur- gos para recibir en Sevilla a los notables rifeños que regresan del viaje a La Meca. El 2 de abril, el Mogreb El Aksa remonta el Guadalquivir y atraca en el puerto sevillano a las diez y media. Dos horas más tarde, la comitiva de los peregrinos llega a la Puerta del León del Alcázar. Son casi mil doscientos, porque a los 573 peregrinos que regresan de La Meca se unen en Ceuta otros 600 marroquíes, incluida la vistosa Guardia Jalifiana y su banda de música, la Nuba. Durante unos días, el Alcázar de Sevilla retrocede a la Edad Media. Guardias con turbante y lanza protegen sus puertas, y en sus patios se mezclan, no sin miradas de recelo, los mandos del ejército franquista y los invitados marroquíes envueltos en sus tradicionales ropajes. Enfrentados durante décadas en una guerra de extrema crueldad, rifeños y españoles viven en dos mundos separados. Por eso Franco se esfuerza, desde el primer momento de la sublevación, en crear un vínculo, y paradójicamente convierte la fe de credos enfrentados en el nexo de unión. “Franco y el islam se han ligado para un futuro mundial –escribe Pedro Sevilla en el ABC el día después de la recepción–. [...] ¿Quién se une al islam para combatir a los sin Dios, llevando el mismo lema: ‘No hay fuerza ni poder sino en Dios’?
Franco. Franco es el protector del islam. Icha Al-Lah [sic]. Por eso los peregrinos vienen desde la Meka [sic] a Sevilla a ver a Franco.” Unidos por la lucha contra los sin Dios. Es la reinvención de la historia que la ideología franquista emprende nada más comenzar la guerra: convertir a los infieles en cruzados. Y en esa labor los notables marroquíes desempeñan un papel clave. Roberto Cantalupo, embajador de Mussolini en la España de Franco, está presente en la gran recepción y les observa con detalle. “Eran ellos, y ahora comprendía mucho mejor el porqué –escribe en sus memorias–, los que habían incitado a enrolarse bajo la bandera franquista a decenas de millares de sus pastores y pescadores, que formaban las aguerridas y temibles ‘banderas’ de don Francisco Franco Bahamonde. Eran todos anticomunistas irreductibles.” Lo que Cantalupo ignora es que desde hace meses el reclutamiento es más difícil. Ni la paga ni la comida prometida para la familia (cuatro kilos de azúcar, una lata de aceite, panes diarios) sirven ya como aliciente. Por un lado porque las promesas no se cumplen, y por otro porque las familias no tienen noticias de los hombres que han cruzado el estrecho y combaten en la península desde el inicio de la guerra. Miles de ellos han muerto en el intento frustrado de tomar Madrid. Pero en el escenario teatral de la gran recepción no hay espacio para esa verdad oculta, y el embajador del Duce no solo cree advertir el profundo anticomunismo de los notables marroquíes, sino que contempla “a un Francisco Franco completamente distinto a aquel que conocía. Entre sus fieles amigos árabes de las espléndidas barbas [...] Franco estaba contento como un niño, parecía el joven padre de ancianos hijos. Se comprendía que aquélla era su verdadera vida”.
De infieles a cruzados
“Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo.” Es lo que le dirá Franco al periodista Manuel Aznar en febrero de 1938, diez meses después de este viernes festivo en el que se ha propuesto recibir a sus caudillos musulmanes con toda la pompa posible. Cuando Franco dice África, se refiere a la guerra que, hasta solo una década antes, le ha enfrentado a los marroquíes con quienes contemporiza ahora. Un conf licto largo y cruel en el que Franco se forja una imagen de héroe y un ascenso rapidísimo en la jerarquía. Llega a capitán a los 21, a comandante a los 23 y a general a los 33. Todo por méritos de guerra y gracias a la suerte providencial, la baraka, que le protege de un tiro en el estómago casi mortal. En el autorretrato del héroe, el penúltimo conflicto colonial español tiene nombre de continente. Poco importa que la tierra a conquistar sea una estrecha franja de terreno (21.000 km², apenas una cuarta parte de Andalucía) cuya conquista dura 15 años porque el ejército español está mal armado y peor dirigido. Y porque los rifeños encuentran en Abd elKrim un líder capaz de unir a las tribus enfrentadas y provocar uno de los mayores desastres de nuestra historia militar, la terrible derrota de Annual (1921), en la que mueren más de diez mil soldados españoles. “Mis años en África –le dice Franco a Aznar– viven en mí con indecible fuerza. Allí nació la posibilidad de rescate de la España grande. Allí se fundó el ideal que hoy nos redime.” Es imposible entender la guerra de Marruecos sin el Desastre del 98. Perdidas
Cuba, Puerto Rico y Filipinas, España se quedó sin las últimas posesiones que recordaban la grandeza que Franco y una buena parte del ejército español añoraba. La guerra por retener la franja norteafricana durará hasta que, en mayo de 1926, el gran enemigo, Abd el-Krim, se entregue a los franceses, casi cinco años después de Annual. Para entonces, los oficiales del ejército español están divididos en dos bandos irreconciliables: peninsulares y africanistas. Estos últimos, como Franco, han forjado una carrera militar a golpe de ascensos por méritos en combate contra los rifeños. Ahora, los antiguos enemigos se han convertido en cruzados de la fe. Mientras sus líderes peregrinan a La Meca, 20.000 soldados rifeños llegan a la península para continuar la guerra contra la República. En todos los frentes son carne de cañón de sus generales y terror de los soldados y civiles republicanos. Traen a la península la crueldad de la guerra colonial. Pero en las calles de Sevilla, que Cantalupo recuerda “henchida de sol y de luz”, no suenan los cañones ni los gritos de los civiles. Franco llega a la una de la tarde al Alcázar, acompañado de Queipo de Llano. El alcalde, el marqués de Soto Hermoso, le entrega la llave de oro de la ciudad entre vítores y aplausos. Después, Franco y su séquito polícromo –los embajadores de Alemania, Italia y Portugal, el cardenal Ilundain, el Gran Visir, el ministro del Majzén(la administración marroquí)...– cruzan patios y galerías hasta llegar al Salón de Embajadores.
Las rosas de la paz
Bajo la cúpula dorada del salón, los notables marroquíes cruzan sus manos sobre el pecho y miran al suelo mientras Franco inicia su discurso y un intérprete traduce al árabe sus palabras: “Volvéis orgullosos de vuestro Oriente, porque venís de cumplir el deber de todo buen musulmán [...]. En estos momentos nuevos del mundo, cuando surge un peligro para todos, que es el peligro de los hombres sin fe, es cuando se unen todos los hombres con fe para combatir a los que no la tienen [...]. La obra nefasta de Rusia va contra las costumbres, va contra las mezquitas, va contra todo lo que tiene valor espiritual, que es lo fundamental del islam, el pueblo musulmán [...]. Alteza, Visir Imperial: el amor fraterno de los españoles lleva los sentimientos mejores del jefe del Estado y de los hombres españoles hacia el pueblo musulmán. Y cuando florezcan los rosales de la paz, nosotros os entregaremos las mejores flores”. ¿Cuáles eran esas me-
jores f lores? La promesa resultaba tan enigmática como inverosímil la imagen de Franco convertido en jardinero de la paz, pero los notables marroquíes respondieron con una sonrisa de gratitud. Después del discurso, Franco preside un banquete en el Alcázar en honor de los peregrinos. El Gran Visir se sienta a su izquierda; el embajador Cantalupo, a su derecha. En el extremo opuesto de la mesa, separados por militares, diplomáticos y falangistas, se sienta Queipo de Llano, el general jefe del Ejército de Operaciones del Sur. Casi todos posan una hora después en el antiguo Pabellón de Brasil de la Exposición de 1929, ante la cámara de Cecilio Sánchez del Pando. El fotógrafo mira por el objetivo de su cámara y ya sabemos lo que va a ocurrir: un baile descoordinado de brazos en alto, saludos militares y miradas torcidas. Esa noche, el conquistador de Sevilla, Queipo de Llano, el de la pose perfecta, comienza su charla en Unión Radio relatando la gran recepción dedicada a los peregrinos musulmanes. Y ante el micrófono, el general, que como todos los líderes de la sublevación ha forjado su carrera en Marruecos, vuelve a posar de forma impecable: “En distintas ocasiones he dicho, porque me sale del fondo del alma, que los moros son unos caballeros”.
De aquí al olvido
La paz tardaría dos años en llegar. Las rosas prometidas no llegarían nunca. La gran recepción a los peregrinos musulmanes no volverá a repetirse, aunque los patios del Alcázar se convierten en uno de los escenarios preferidos para recibir a los notables marroquíes que vienen a visitar el frente y alentar a los suyos a combatir a los sin Dios, o para celebrar el Día de África. Allí acude Cecilio Sánchez del Pando con su cámara a retratar a falangistas y soldados, obispos y caídes, y nos deja imágenes insólitas, como la de unas bailarinas que danzan sevillanas ante el rostro severo de los rifeños. Poco después de su regreso de La Meca, el Dómine vuelve a ser rearmado. Sin blindaje, pero con cañones de 150 mm, se convierte en un transporte rápido de tropas, y así continúa hasta el final de la guerra. El 26 de febrero de 1937, el crucero Almirante Cer vera atrapa al que será el sucesor del Dómine en asuntos de peregrinaje. El trasatlántico republicano Marqués de Comillas regresa del puerto soviético de Odessa cargado con 2.500 balas de algodón. Es una presa fácil para el Almirante Cer vera, que lo atrapa cerca de Mallorca. El Marqués de Comillas protagoniza las dos últimas peregrinaciones a La Meca.
El 14 de enero de 1938 zarpa del puerto de Ceuta con 796 peregrinos. Pero esta vez la prensa franquista apenas presta atención a su partida. Aun así, la peregrinación es un éxito. En Arabia los peregrinos reciben la visita de uno de los hermanos del rey Ibn Saud, quien ante un retrato del caudillo grita: “¡Viva Franco! ¡Viva Marruecos! ¡Arriba el islam!”. La misión propagandística se consigue dentro y fuera del Protectorado de Marruecos, pero cuanto mayor es el éxito de las peregrinaciones menor es el espacio que la prensa española les dedica. El 5 de enero de 1939, el Marqués de Co
millas zarpa de nuevo desde Ceuta para su última peregrinación. Es la más popular de las tres. En el buque viajan 1.009 peregrinos. Los más pobres han pagado 900 pesetas por el billete más barato; los más ricos, 1.950 por el de primera clase. Por primera vez, un periodista acompaña a los peregrinos durante la travesía. Firma con el nombre de Fernán una serie de reportajes en la revista
Fotos, el semanario gráfico de Falange. Pero cuando los peregrinos regresan, la Guerra Civil ha terminado y la historia de los peregrinos no interesa a nadie. Franco ya no necesita a los soldados marroquíes, y las peregrinaciones a La Meca se cancelan unos meses después con la excusa que ofrece el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En lugar de las prometidas rosas de la paz, llegaron las f lores marchitas del olvido.