Historia y Vida

EL PRECIO DEL AUTOEXILIO

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LOS RUMORES SOBRE SUS VICIOS SOLO APARECEN

CUANDO SU AUSENCIA SE DEJA SENTIR EN ROMA

En cuestiones de matrimonio, Tiberio era hombre de una sola mujer. Con lágrimas en los ojos dejó marchar a su primera esposa, Vipsania. No se divorció de ella por voluntad propia, sino por imposición de Octavio, su padrastro, para casarse a regañadien­tes con la casquivana hija de éste, a quien no soportaba. Tras la boda con Julia, volvió a ver a su ex mujer una sola vez. Le lanzó una mirada tan apasionada y llorosa que, en adelante, se tomaron precaucion­es para que no coincidier­an nunca más. No podía haber una pareja más desigual que el sobrio Tiberio y la descocada Julia. A él, en su juventud, no se le conocen amantes. Dedica su tiempo libre a la filosofía y a la gimnasia, y en sus primeros años como emperador, el pueblo únicamente le reprocha su tacañería. Su frialdad ante la muerte de su sobrino Germá- nico también le granjea antipatías, pero él mismo asesta el golpe mortal a su propia popularida­d tomando una polémica decisión: retirarse a su villa de verano en Capri (arriba), dejando los asuntos cotidianos del Imperio en manos de Sejano, prefecto de la guardia pretoriana. Su vida en Capri, según los cronistas, es un cúmulo de atrocidade­s. Destierra o ejecuta a la gente por naderías. Monta tríos de adolescent­es, les indica qué posturas adoptar y les obser va oculto tras un cortinaje. No respeta ni a las matronas: viola a una patricia llamada Malonia, que acaba clavándose un puñal para librarse de él. No faltan las consabidas acusacione­s de cunnilingu­s. En una farsa, el pueblo aplaude a rabiar el doble sentido de un verso que juega con las palabras caprinus y Capri: “El viejo cabrón lame a las cabras sus partes naturales”. Pero de todas las prácticas sexuales que se atribuyen a Tiberio, el abuso infantil es, sin duda, la que más hiere la sensibilid­ad contemporá­nea. Incluso el historiado­r Suetonio, acostumbra­do a la pederastia, habla de “excesos tan difíciles de creer como de referir”. Verídicas o no, estas murmuracio­nes solo tomaron cuer po cuando la ausencia de Tiberio empezó a dejarse sentir y a sembrar el descontent­o en la capital.

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