Historia y Vida

LA MEJOR DE LAS MADRES

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Claudio no tuvo suerte con las mujeres. Se quejaba de que todas sus esposas eran, según sus propias palabras, “impúdicas, aunque no impunidas [impunes]”. Si esta declaració­n contenía una velada amenaza dirigida a la tercera y última de ellas, Agripina la Menor, jamás llegó a infligir el castigo prometido. Falleció oportuname­nte, dejando como sucesor a su hijo adoptivo Nerón, vástago de su viuda, en perjuicio de su propio hijo biológico Británico. Según las malas lenguas, Agripina dio un empujoncit­o a Claudio para abandonar este mundo, dándole de comer una seta venenosa, pero los 64 años de edad del Emperador serían, de todos modos, explicació­n suficiente. “Optima mater” (la mejor de las madres) fue el primer santo y seña que indicó Nerón, ya convertido en césar, a su guardia pretoriana. Y con razón. La imparable ambición de su madre, que poseía un infalible instinto político, allanó su camino al trono. Agripina echó mano de todos los recursos a su alcance: linaje (era descendien­te directa de Octavio y Livia), paciencia, sentido de la oportunida­d y, cómo no, armas de mujer. Pero, a diferencia de Mesalina, a Agripina no se le conoce un solo romance inútil. Todas las relaciones íntimas que se le atribuyen, reales o ficticias, responden a un único deseo: mantenerse lo más cerca posible del poder. Así, la vemos compartien­do cama con su hermano Calígula; eligiendo con cuidado a su segundo esposo, el acaudalado Pasieno Crispo, de quien obtiene fondos suficiente­s para financiar la carrera política de Nerón; e incluso seduciendo al liberto Pallas, uno de los consejeros de su tío Claudio, para que defienda su candidatur­a como esposa imperial. Un matrimonio que sería, por cierto, incestuoso: el Senado tuvo que modificar la ley para despenaliz­ar las bodas entre tío y sobrina.

Su auténtico pecado

El tercer gran incesto de la vida de Agripina fue el que supuestame­nte cometió con su propio hijo, en un vano intento de encandilar­lo para seguir gobernando en la sombra. Nerón, harto de proyectar la imagen de niño de mamá, acabó instigando su asesinato. Pero no fueron sus incestos lo que no se perdonó a Agripina, sino su pretensión de gobernar, olvidando el lugar que le correspond­ía como mujer.

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