AMOR A LA GRIEGA
Basta ver un busto de Adriano para adivinar que este emperador del siglo ii estaba fascinado por Grecia. Fue el primer césar que se dejó crecer la barba, un rasgo distintivo de los filósofos helenos, y el primero que anunció un programa de gobierno basado en frenar la expansión del Imperio, estabilizar las fronteras, fortalecer la administración y favorecer la cultura. El helenismo también impregnó su vida privada. Como a Sócrates, le tocó una esposa con la que era incapaz de llevarse bien. Vibia Sabina no dejó un retrato muy halagüeño de su imperial marido. Según los cotilleos de la época, bebía pócimas abortivas para no quedar embarazada de un hombre a quien consideraba un monstruo, y cuya descendencia únicamente podía “dañar a la humanidad”. En todo caso, las atenciones de Adriano no se dirigían a Sabina, sino a Antínoo, un atractivo adolescente al que conoció en Bitinia (norte de la actual Turquía).
La desviación del César
Como joven de provincias, Antínoo no era propiamente un ciudadano romano, aunque no se sabe si fue un esclavo. Su posición en la corte era superior a la de los habituales efebos-objeto que servían como juguetes sexuales de los emperadores. Adriano, perdidamente enamorado, resucitó la tradición homoerótica griega, según la cual el hombre maduro de una pareja, llamado erastés, servía de guía y educador del erómenos, el más joven. Una relación que se apartaba de la costumbre romana al poner el acento en la protección, y no en la sumisión. Durante un viaje a Egipto, Antínoo se ahogó en el Nilo. Para unos fue un accidente; para otros, cosa de la Emperatriz. La explicación más romántica, aunque no la más creíble, es que el joven se suicidó, persuadido por un oráculo de que su sacrificio alargaría la vida de su amado Adriano. El dolor de éste no tuvo límites. Divinizó a su amante, le consagró templos, fundó una ciudad con su nombre y diseminó estatuas con su rostro por todo el Imperio. Tantas, que aún se conservan más de un centenar. La devoción de Adriano era revolucionaria. De haber visto a un notorio homosexual pasivo, como Antínoo, elevado a los altares, sus antecesores se habrían llevado las manos a la cabeza.