FRED ASTAIRE, EL HOMBRE QUE REVOLUCIONÓ EL CINE MUSICAL
Cuando se estrenó en los escenarios, odiaba bailar. Luego le dijeron que no triunfaría en la gran pantalla por feo. Aun así, cambió la historia del cine musical.
Fred Astaire (1899-1987) tenía la manía de colgar todos sus zapatos de baile en la pared de su camerino en lugar de ordenarlos en el suelo. Adquirió esa costumbre de niño, cuando actuaba en los teatros más pobres de EE UU, para evitar que los ratones se metieran dentro del calzado. Muy a su pesar, Astaire empezó su carrera con siete años. De pequeño odiaba bailar, pero no le quedó más remedio que dar clases para acompañar a su hermana Adele, una prometedora bailarina dos años mayor que él. La crítica elogiaba las cualidades de la niña al mismo tiempo que lamentaba el escaso talento de Fred, a quien consideraban un lastre para su hermana. Sin embargo, su madre se empeñó en que actuaran siempre juntos y, pese a los comentarios contra Fred, llegaron a hacer giras por todo el país.
Musicales de Broadway
El gran salto a la fama de los Astaire llegó gracias a una corbata. Fred, con 17 años, estaba comprando una en Nueva York cuando se encontró con un vendedor aficionado al teatro que le reconoció al instante. Según él, ambos hermanos estaban perdiendo el tiempo con obras de poca monta, y le dijo que le gustaría montar con ellos un buen musical. Fred se lo tomó como la bravuconada de un humilde dependiente y no le dio importancia, hasta que meses después le llegó el siguiente telegrama: “¿Estáis disponibles?”. Lo firmaba Alex A. Aarons, que, además de vendedor de corbatas, resultó ser hijo de un poderoso productor teatral en busca de protagonistas para un gran musical en Broadway. Así es como los hermanos Astaire llegaron a la cima del teatro, donde encadenaron dieciséis años de éxitos. La pareja se rompió en 1932, cuando Adele lo dejó todo para casarse con el hijo de un duque inglés. Fue entonces cuando Fred, ya una estrella consagrada del musical, decidió probar suerte en Hollywood.
Demasiado feo para el cine
Aunque bailaba como nadie, Fred Astaire tenía un serio problema para el cine: su físico. En el teatro apenas se notaba, pero ante la cámara sus rasgos llamaban demasiado la atención, como señaló el legen- dario informe de su primera prueba de estudio: “No puede actuar. Ligeramente calvo”. Pese a todo, uno de los mayores productores del momento, David O. Selznick, tenía fe en él: “A pesar de sus enormes orejas y fea mandíbula, tiene una tremenda seducción”. Para disimular su frente prominente y unas grandes entradas, le aconsejaron ponerse una prótesis capilar, que le acompañó durante años. Comenzó los ensayos de su primera película importante, Volando a Río (1933), en medio de las reticencias de casi todos, hasta que en el rodaje encontró su talismán: Ginger Rogers. Por separado eran dos actores más, pero cuando bailaban juntos (a la izqda., en En alas de la danza) resultaban brillantes. Para Katharine Hepburn, la pareja se complementaba a la perfección: “Él le da a ella estilo. Ella a él, erotismo”. La buena química entre ambos les proporcionó una fama casi inmediata que duró nueve películas más y les colocó entre los actores más taquilleros.
Cambios revolucionarios
Astaire también creaba las coreografías de sus películas, con las que revolucionó el modo de hacer cine musical. Exigía que los números de baile estuvieran integrados en la trama de la película, en vez de ser insertados arbitrariamente como se hacía hasta entonces, y fue el primer bailarín de claqué que, además de las piernas, usaba también brazos, manos y torso para interpretar sus números. En sus 81 años de carrera actuó junto a Rita Hayworth, Judy Garland o Audrey Hepburn. Y, aunque se le criticaba que no fuera un buen actor, su única nominación al Oscar le llegó por una película no musical, El coloso en llamas (1974).