ENTRE DIOS Y EL MUNDO
Los geógrafos medievales situaban en Jerusalén el centro de la Tierra. La Ciudad Santa ocupaba un lugar excepcional en el pensamiento de judíos, cristianos y musulmanes. Desde el prisma teocrático que dominó la Edad Media, aquel lugar sagrado simbolizaba el punto de comunicación entre Dios y el mundo. Por ello su dominio siempre fue objeto de deseo. La antigua capital del reino de Judá permaneció bajo el control del Imperio romano de Oriente hasta la expansión musulmana en el siglo VII, para después ser conquistada en 1099 por los ejércitos cristianos que promovieron las cruzadas. Consecuencia de aquella victoria fue la creación del Reino de Jerusalén, una monarquía de reducido tamaño, rodeada de territorios musulmanes, inestable políticamente, pero que durante casi dos siglos actuó como bastión del cristianismo en el Próximo Oriente. Mucho se ha escrito acerca de las guerras de fe medievales, de las razones que las impulsaron y de los efectos que tuvieron. Sin embargo, poco se sabe de cómo discurría la vida en la Jerusalén de los cruzados. Si en un principio la sociedad que se intentó implantar era una copia casi exacta del modelo feudal europeo, la realidad se impuso de inmediato. Ni el clima, ni la economía, ni la cultura ni las relaciones políticas eran los mismos, y la repoblación de la ciudad tuvo que cimentarse en cristianos armenios, sirios y ortodoxos. También se estimularon los matrimonios con nativos conversos, y el asentamiento de comerciantes italianos vinculados con Bizancio abrió Jerusalén a un cosmopolitismo inconcebible en los dominios señoriales del Viejo Continente. Todo ello hizo que los cruzados instalados en Tierra Santa fueran adoptando una identidad política y cultural cada vez más alejada de sus orígenes. Con el tiempo, las órdenes militares y los clérigos más afines a Roma temieron que la deriva de las costumbres condujese a una actitud menos combativa en defensa del cristianismo. Este recelo alimentó focos de fanatismo que desembocaron en matanzas puntuales. En 1187, el sultán Saladino reconquistó la capital. A partir de entonces, salvo un pequeño intervalo, los cruzados no volvieron a ejercer la soberanía en Jerusalén, piedra angular de las tres religiones monoteístas.