Historia y Vida

CAPITÁN SALGARI

La imaginació­n desbordant­e del “Verne italiano” se convirtió en su refugio hasta que la realidad lo atrapó.

- GEÒRGIA COSTA, HISTORIADO­RA Y ARQUEÓLOGA

Un día otoñal de 1883, Verona, en el norte de Italia, amaneció cubierta de carteles con la imagen de un tigre y un mensaje inquietant­e: “El tigre de Malasia, animal terrible que se alimenta de carne humana, está por llegar”. El 15 de octubre se reveló el misterio: “El tigre de Malasia ha llegado. ¡Lean La Nuova Arena!”. Todo había sido un montaje de este rotativo local para publicitar Los tigres de Mompracem, la primera novela protagoniz­ada por el pirata Sandokán, el temible tigre. Su autor era un veinteañer­o que afirmaba haber surcado los mares, cazado tiburones y sobrevivid­o a ataques piratas. Muchos le creyeron, tal como afirma su autobiogra­fía apócrifa, pero semejantes hazañas solo eran producto de su imaginació­n.

Marino en tierra

Emilio Salgari nació en Verona hace 150 años, el 21 de agosto de 1862. De niño ya soñaba con el mar, de ahí que, de adolescent­e, ingresara en el Instituto naval Paolo Sarpi de Venecia. Pero le bastaron dos cursos y un viaje a bordo de un carguero para comprender que la vida de marino tenía poco que ver con sus fantasías. De regreso a Verona, el “recién llegado del mar”, como se presentaba, empezó a publicar en La Nuova Arena relatos

CONTABA COMO PROPIAS AVENTURAS EXTRAÍDAS DE SUS NOVELAS, Y VERSIONABA EN SUS OBRAS SUCESOS REALES

por fascículos: La rosa del Dong-Giang (1883), Los tigres de Mompracem (188384), La favorita del Mahdi (1884)... En la década siguiente alternó la literatura con el periodismo, y creó su personaje más complejo: él mismo, el capitán Salgari, también apodado “el salvaje malayo”, como firmaba sus cartas de amor a Ida Peruzzi, su futura esposa. Excéntrico y encantador, Salgari contaba como propias aventuras extraídas de sus novelas y, a la inversa, versionaba en sus obras sucesos reales. A través de la pluma, tejió una vida de aventuras con Sandokán y sus secuaces, viajó al Caribe, y, de ahí, al Lejano Oeste, periplo que retrató en El rey de la pradera (1896), inspirado en la llegada del circo de Buffalo Bill a la ciudad. En suma, convirtió la ficción en su vida y su vida en una ficción. Salgari se volcó en la escritura. Incluso se trasladó a Génova y Turín para estar cerca de sus editores. Con El corsario negro (1898), La heroína de puer to Arturo

(1904) o El capitán Tormenta (1905) adquirió fama, mientras bautizaba a sus hijos con los nombres de sus personajes.

La realidad se impone

De puertas afuera lo tenía todo. La realidad, sin embargo, era muy distinta. Su contrato le obligaba a escribir tres novelas al año, por las que recibía alrededor de ocho mil liras. Pero las editoriale­s se lucraban a su costa. De ahí que trabajara hasta la extenuació­n en otros proyectos que debía publicar bajo seudónimo para ganar unos ingresos extra. Sufría neurasteni­a, bebía y fumaba todo el día “como Yáñez” (el compañero portugués de Sandokán), como se lamentaría su esposa. El vaso se colmó en 1911, cuando Ida sufrió una crisis nerviosa y tuvo que ser internada en un psiquiátri­co estatal ante la imposibili­dad de costear uno privado. Ahogado por los remordimie­ntos, el trabajo y las cargas familiares, el 25 de abril escribió tres cartas: una a sus editores culpándole­s de su desgracia, otra a los lectores y otra más a sus hijos. Luego, en un bosque a las afueras de Turín, se cortó el cuello y el abdomen al estilo del seppukku, el suicidio ritual japonés. La realidad había caído sobre él como una losa. “Apartarme de mis fantasías sería quitarme la razón lógica de mi existencia”, había confesado poco antes de morir.

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