Historia y Vida

EL PUZLE DE DJEHUTY

Desde hace diez años, un equipo multidisci­plinar dirigido por el egiptólogo José Manuel Galán trata de rescatar la memoria de un alto oficial de Hatshepsut.

- ZUBEROA MARCOS, PERIODISTA

La luz tenue de una linterna era lo único que me guiaba por los pasillos excavados en la roca.” Pese a ello, cuando José Manuel Galán entró por vez primera en la tumba de Djehuty, en noviembre de 2000, lo que vio le cautivó. No obstante, no se imaginó que tenía ante sí un rompecabez­as que bien podría ser el argumento de una novela de Agatha Christie de no ser porque sucedió de verdad. Sus protagonis­tas: una reina controvert­ida, un alto dignatario vanidoso y ladrones de momias. El escenario: una montaña con muertos y ajuares ocultos. La historia arranca hacia 1450 a. C., al principio de la dinastía XVIII. La política egipcia vivía momentos cruciales. Ahmose I había derrotado y expulsado a los hicsos, y Tebas (hoy Luxor) se había convertido en la capital del Imperio en detrimento de Avaris. Era el inicio de una de las épocas de máximo esplendor de Egipto, en la que faraones como Akhenatón harían de él una potencia hegemónica. En este período vivió también el célebre Tutankhamó­n. Junto a ellos, una mujer, Hatshepsut. Esposa de Tutmosis II, al no engendrar un hijo varón, vio cómo el trono pasó al pequeño Tutmosis III, fruto de una relación del Rey con una concubina. Pero, debido a la corta edad del heredero, ejerció de regente, y unos años más tarde maniobró hasta ocupar el poder. En esta época de cambios llegó a Tebas un sacerdote de la provincia de Hermópolis. Se llamaba Djehuty, y se erigió en escriba real y supervisor del tesoro y los trabajos de los artesanos de la Reina. “Controlaba la llegada de metales procedente­s de Nubia y las piedras preciosas del Sinaí, y dirigía a los que trabajaban el metal para cubrir los obeliscos de Hatshepsut en Karnak o a los que tallaban con madera de cedro del Líbano la barca sagrada de Amón”, explica Galán, investigad­or del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC).

Ni rastro de él

Gozar de la confianza de Hatshepsut, que tuvo que defenderse de las intencione­s de sus enemigos, pudo costarle caro a Djehuty. Al morir, su nombre y su cara grabados en su tumba fueron borrados a conciencia a golpe de cincel y martillo.

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