Un “severo” estímulo
EL FUNDADOR DE LA DINASTÍA DE LOS SEVEROS Y EL DECIDIDO IMPULSO IMPERIAL A SU CIUDAD NATAL.
Con la llegada al poder de Septimio Severo, natural de Leptis Magna, en el año 193 d. C., la ciudad se llenaría de magníficos edificios. El estilo y la concepción urbanística de estas construcciones recuerdan más a las grandes urbes de Asia, como Éfeso (Turquía), Gerasa (Jordania) o Palmira (Siria), que al resto de ciudades romanas del norte de África. Éstos son los principales edificios y espacios de la empresa monumental de construcción, que impulsó Septimio Severo y acabó su hijo, el también emperador Caracalla.
1 EL FORO SEVERIANO
De planta cuadrada, esta enorme plaza está rodeada en tres de sus lados por un pórtico de 100 x 60 m. Los arcos se apoyaban sobre columnas cuyas basas y capiteles, de estilo similar a los de Pérgamo (noroeste de Turquía), son de mármol blanco.
2 LA BASÍLICA SEVERIANA
De tres naves y planta cuadrangular, tenía dos ábsides en los extremos. Destacan las exquisitas caras de las pilastras, con un estilo desconocido en la arquitectura occidental. Se ha vinculado con el arte que puede verse en la
antigua ciudad de Afrodisias, actualmente en el sudoeste de Turquía.
3 NINFEO
Al otro lado de la vía de las Columnas encontramos el ninfeo, de planta semicircular. La exedra (plataforma ante él, que hacía las veces de estanque) estaba adornada con dos filas de hornacinas.
4 TEMPLO
Situado en el flanco sudoccidental del foro severiano, era una construcción de tipo itálico con escalinata. Erigido sobre un podio y recubierto de granito rojo, tenía ocho columnas en los laterales menores y nueve en los mayores.
5 TETRÁPILO SEVERIANO
Erigido en el cruce entre el cardo y el decumano, principales vías de la ciudad, este tetrápilo (monumento de planta cuadrada con una puerta en cada lado) estaba adornado con cuatro frisos protagonizados por el Emperador y su familia.
6 PUERTO
Aprovechando la presencia de tres islotes, se construyó un largo espigón cerrando el lado de poniente, en cuyo extremo se erigió un formidable faro de tres plantas. Otro espigón, en el lado de levante, conformaba un puerto casi circular extraordinariamente bien protegido.
Sin embargo, con la decadencia del Imperio llegaría también la de Leptis Magna. Dotada como pocas, la ciudad resistió los primeros embates de la crisis generalizada que azotaba al mundo romano ya a mediados del siglo iii, pero el destino estaba escrito. La burguesía local dejó de financiar la construcción de obra pública y monumentos, y la ciudad cayó en manos de una minoría que anteponía el enriquecimiento personal al bien común. Por si fuera poco, el siglo iv comenzaba con episodios catastróficos. Dos terremotos de gran intensidad, en 306 y 310, dejaron la ciudad hecha escombros. El entonces emperador, Constantino, orde- nó reconstruir los múltiples destrozos que los seísmos habían ocasionado, principalmente en las murallas y el foro viejo. Pero la desgracia siguió cebándose en Leptis, y en el verano de 365 un nuevo terremoto destruyó una gran cantidad de edificios y monumentos, que ya no volverían a ser restaurados. La urbe comenzó a sufrir, además, la amenaza de tribus provenientes del interior del continente, como los austorianos, que asistían con interés al ocaso de uno de los principales bastiones romanos en África. Sus reiteradas y violentas razias minaron poco a poco las fuerzas de Leptis, que se defendía como podía, o sea, con milicias urbanas mal preparadas, ante la negativa de Valentiniano I a enviar ayuda militar. La estocada final llegó a mediados del siglo v, cuando los vándalos, un pueblo de origen germánico que había cruzado la Galia y la península ibérica, saquearon sin piedad una ciudad abandonada a su suerte y sumida en la más absoluta pobreza. Un siglo más tarde, una sucesión de enormes tormentas de arena comenzó a sepultar algunos barrios periféricos, que habían sido despoblados por unos locales desesperados. A partir de ese momento empieza una larga cuenta atrás hasta su desaparición, que culmina a mediados del siglo xi, cuando los últimos habitantes salen de la ciudad para dejarla en manos del desierto. Primero los bizantinos, en el siglo vi, y los árabes, a partir del vii, ocuparon la antigua urbe con fines meramente mi-
EN EL SIGLO XVII, EL CÓNSUL FRANCÉS PUDO VER LOS RESTOS DE LEPTIS Y DECIDIÓ HACER NEGOCIO CON ELLOS
litares. De la majestuosidad de Leptis Magna ya solo quedaba el recuerdo. Todo lo demás permanecería enterrado durante siglos en las entrañas del Sahara.
Del olvido al rescate
Claude le Marie, cónsul de Francia en la región otomana de Tripolitania a finales del siglo xvii, tuvo el privilegio de ver emerger de las arenas del desierto los primeros restos de la antigua ciudad. Sin embargo, lejos de pretender conservarla intacta, decidió hacer negocio con ella. Con la complicidad de las autoridades locales del momento, expolió una gran cantidad de mármoles y columnas, que fueron trasladados a lugares como el palacio de Versalles en Francia o el castillo de Windsor en Gran Bretaña. Más de dos siglos después, en 1910, el historiador italiano Gaetano de Sanctis y el epigrafista Federico Halbherr realizaron la primera actuación de carácter científico en la zona, sin grandes resul-
tados. Para ello hubo que esperar unos años. Al año siguiente, tras la ocupación italiana de Libia, se decidió excavar a conciencia gran parte del territorio a fin de recuperar sus antiguas ciudades, entre ellas Leptis Magna. El arqueólogo Pietro Romanelli fue el encargado de dirigir la primera gran excavación sistemática del lugar entre 1919 y 1928, durante la cual descubrió la basílica de Septimio Severo y las termas. Poco a poco, los vestigios de la que un día fue uno de los grandes faros de la África romana han ido quedando al descubierto. Tras la recuperación de calles, edificaciones y monumentos, los arqueólogos encontraron algún que otro tesoro insospechado en las afueras de la ciudad, como, por ejemplo, cien mil monedas de la época de Constantino. Halladas en 1981, representan uno de los más sensacionales descubrimientos numismáticos del mundo antiguo. Algunas de ellas se pueden contemplar, junto a otros muchos hallazgos, en el pequeño museo que se erige junto a las propias ruinas, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982. Pero las excavaciones en Leptis Magna continúan. Desde 1994 están a cargo de arqueólogos británicos dirigidos por el profesor Hafed Walda, del King College de Londres.