LAS SIETE VIDAS DE JOHN WAYNE
Estuvo en el punto de mira de Josef Stalin, luego en el de comunistas americanos y finalmente en el del chino Mao Zedong. La gran estrella del western y símbolo de la lucha anticomunista logró sobrevivir a varios intentos de asesinato.
Hollywood, California, 1952. Dos espías del KGB entran en las oficinas de los estudios de la Warner Brothers haciéndose pasar por agentes del FBI. Su misión: matar a John Wayne. Esto, que parece el argumento de una película de espías de la guerra fría, ocurrió en la realidad. El actor más popular de Hollywood, símbolo de la Norteamérica más conservadora, estuvo en el punto de mira de los comunistas durante los años cincuenta y sesenta. Hasta tres veces intentaron acabar con su vida sin conseguirlo. Como sus cowboys de ficción, no había indio (ni comunista) que pudiera acabar con él. ¿Cómo llegó John Wayne (1907-79) a convertirse en el emblema de la lucha anticomunista? En realidad, el origen de la actividad política del actor se remonta a un hecho paradójico: el futuro icono del patriotismo yanqui no participó en la Segunda Guerra Mundial. Oficialmente estaba exento por ser padre de familia numerosa (tenía cuatro hijos), pero pudo haberse alistado de manera voluntaria. Así lo hicieron otros compañeros de profesión, como Henry Fonda o James Stewart. ¿Por qué no lo hizo? Según sean las fuentes amigas o enemigas, la versión cambia. Para las primeras, Wayne siempre tuvo la voluntad de alistarse –sobre todo desde que su mentor, el director John Ford, empezó a recriminárselo desde el frente–, pero aplazó la decisión hasta que ya fue demasiado tarde. Las razones fueron di-
LA DECISIÓN DE NO IR A LA GUERRA LE PRODUJO TANTA VERGÜENZA QUE SE CONVIRTIÓ EN UN SUPERPATRIOTA
versas: las presiones del estudio Republic Pictures para no perder a su máxima estrella, un problema de infección en un oído y el progresivo convencimiento de que la mejor manera de servir a su país era haciendo películas y dando apoyo moral a las tropas por medio de la USO (United Ser vice Organizations). Para otros, Wayne fue un hipócrita arribista. No solo fue incapaz de poner en práctica los valores que predicaba desde sus películas, sino que aprovechó la ausencia de otras estrellas para escalar puestos en la industria como héroe de ficción. Sea como fuere, esta decisión sería una de las más dolorosas en la vida del actor. Le produjo tanta vergüenza y mala conciencia que, como afirmaba su tercera y última esposa, Pilar Palette, “se convirtió en un superpatriota para el resto de su vida como forma de expiar el hecho de haberse quedado en casa”. Wayne, que hasta ese momento apenas si se había pronunciado políticamente, em-
pezó a posicionarse a la derecha y a participar de manera cada vez más activa en la defensa de los valores republicanos. Su compromiso se volvió beligerante cuando en 1949 aceptó presidir la organización conser vadora Motion Picture Alliance for the Preservation of the American Ideals, fundada para contrarrestar la creciente inf luencia izquierdista en Hollywood. Su presidencia coincidió con la llamada “caza de brujas” del senador McCarthy y su lista negra de comunistas en la industria del espectáculo. No solo apoyó su persecución, sino que exigió, como presidente de la Alianza, la creación de un registro con todos los comunistas que residieran en Los Ángeles. Como actor siguió protagonizando obras maestras con John Ford, pero también empezó a filmar películas en las que poder difundir sus ideas políticas. Tal era su militancia anticomunista que prefería rodar mediocres cintas de propaganda (como Infierno en las nubes, 1951) o abiertamente panfletarias (como El gran
Jim McLain, 1952) a protagonizar películas de mayor calidad, pero sospechosas de izquierdismo. Rechazó intervenir, por ejemplo, en El político (1949), con la que su sustituto, Broderick Crawford, ganó el Oscar al mejor actor.
Primeros atentados Lo que quizá no esperaba John Wayne es que su vociferante anticomunismo llegara a oídos de Stalin. Según cuenta el escritor y biógrafo Michael Munn, fue el director de cine ruso Sergei Gerasimov quien le habló a Stalin de la actividad política del actor. Gerasimov, uno de los máximos representantes del realismo socialista soviético, fue enviado como delegado de la URSS a la Conferencia de Cultura y Ciencia para la Paz Mundial celebrada en Nueva York en 1949. Allí se enteró de que John Wayne enarbolaba la bandera del anticomunismo en Hollywood. Las furibundas críticas a su líder Stalin y a la recién creada República Popular China, así como el apoyo a la elaboración de listas negras de comunistas, no gustaron nada a Gerasimov. De vuelta en su país, el director le habló a Stalin de un “vaquero bocazas” que estaba encabezando la guerra contra los comunistas en la industria del cine. La reacción del líder soviético no se hizo esperar: había que matar a John Wayne. Meses después, el KGB infiltraba a aquellos dos esbir ros en las of icinas de la Warner. Por suerte para Wayne, el FBI estaba al corriente de sus planes. Cuando los espías rusos entraron en el despacho del actor, varios agentes estaban esperándolos para detenerlos. A Wayne le gustaba contar que, tras la detención de los dos agentes, el FBI permitió al actor darles un buen susto. Se los llevaron esposados a una apartada playa al norte de Los Ángeles, los colocaron de rodillas en la arena y se marcharon dejándoles con Wayne y James Grant, un guionista que estaba en las oficinas du- rante el intento de asesinato. Cada uno desenfundó un arma, apuntaron a la cabeza de los sicarios y, al contar tres, dispararon. Por supuesto, las pistolas no estaban cargadas. Tras la “broma”, los agentes del KGB, temerosos de volver a Rusia con la misión sin cumplir, decidieron desertar, proporcionando gran cantidad de información al FBI. La orden de matar a John Wayne fue revocada por Kruschev en 1953, el año de la muerte de Stalin, pero el actor no se enteró hasta seis años después. Lo supo tras entrevistarse con el nuevo líder soviético en una recepción organizada por la compañía Twentiet h Centur y Fox. Wayne se reunió a solas con él y le pre-