LEONARDO ANATOMISTA
Da Vinci miró y dibujó el cuerpo humano como no lo haría nadie en mucho tiempo. Lástima que sus hallazgos cayeran en el olvido hasta el siglo XX.
Tenemos una imagen equivocada sobre quién fue Leonardo da Vinci (Vinci, 1452-Amboise, 1519). O eso piensa una de las personas que más íntimamente lo conocen del mundo, Martin Clayton, el conservador de la mejor colección de dibujos y manuscritos del florentino, propiedad de la Royal Collection británica. “Le vemos principalmente como un pintor que efectuaba experimentos científicos como una especie de estrafalario hobby”, aseguraba recientemente al rotativo The Guardian. Sin embargo, proseguía, “Leonardo era un científico, al menos durante la última parte de su vida, en que pintaba solo de vez en cuando”. A partir de los cuarenta años, la ciencia fue para él igual o más importante que el arte. En la última década de su vida, por ejemplo, no inició ni una sola pintura. Su ilimitada curiosidad le llevó a hacer incursiones en botánica, óptica, geología o hidrodinámica, pero el campo en que más profundizó fue la anatomía. Tras su muerte en Francia a los 67 años de edad, entre sus papeles f iguraban unos escabrosos dibujos anotados –con su clásica escritura invertida– que, prácticamente, no tenían sentido para nadie. Rápidamente cayeron en el olvido. Aque- llo eran los esbozos de un tratado de anatomía que tenía planeado publicar y que, como tantos otros de sus proyectos, se quedó en eso, en esbozos. Da Vinci había puesto imágenes a partes del cuerpo que solo circularían entre la comunidad científica con la publicación del primer gran volumen de anatomía, De Humanis Corporis Fabrica (1543), de Andreas Vesalio. Había observado mecanismos (el movimiento de la mano) y patologías (un hígado con cirrosis, arterias con oclusiones
o arteriosclerosis) que tardarían siglos en volver a ser observados. La Queen’s Gallery del palacio de Buckingham ofrece una de esas oportunidades que solo pasan una vez cada siete vidas. Hasta el 7 de octubre, allí se puede ver “Leonardo Anatomist”, la mayor exposición jamás organizada alrededor de esta faceta del genio, con 87 hojas de dibujos de las, aproximadamente, 550 que se guardan habitualmente en la Royal Library. Nadie sabe, por cierto, cómo fueron a parar allí hace algunos siglos. Los papeles de Da Vinci los heredó su antiguo ayudante, el f lorentino Francesco Melzi. El hijo de éste vendió algunos manuscritos al escultor Pompeo Leoni, que los encuadernó y se los llevó a Madrid, donde trabajaba al servicio de los Austrias en decorar El Escorial. Varios años después de su muerte, uno de esos volúmenes, el que contiene los dibujos anatómicos, estaba en el castillo de Windsor. Probablemente lo había comprado Car-
EN LA ÚLTIMA DÉCADA DE SU VIDA NO INICIÓ NI UNA SOLA PINTURA. EN CAMBIO, PROFUNDIZÓ EN LA ANATOMÍA
los II, el monarca al que los británicos jamás agradecerán lo suficiente el haber amasado la mayor colección de leonardos en papel del planeta.
El teatro de la disección
En tiempos de Leonardo, la disección de cadáveres se llevaba a cabo en teatros universitarios, y el proceso no tenía absolutamente nada de investigativo. El disector extraía los órganos y el profesor leía las descripciones de algún tratado. Los manuales prácticamente no tenían ilustraciones, y las que había eran esquemáticos diagramas. Leonardo creó prácticamente de la nada una forma de dibujar el cuerpo humano que estaba a años luz de lo que se estilaba hasta entonces. Sus conocimientos de ingeniería o arquitectura le permitieron concebir perspectivas y secciones. Su preclara mente y su milagrosa mano inventaron una forma