HITLER, EL ETERNO JUGADOR
¿Y si el líder nacionalsocialista se dedicó simplemente a apostar alto?
Adolf Hitler fue nombrado canciller de Alemania el 30 de enero de 1933. En contra de lo que se suele argüir, distaba de ostentar el poder absoluto. Se hallaba al frente de un gobierno de coalición en el que su partido estaba en minoría. El 28 de febrero de ese año, después del incendio del Parlamento, el anciano presidente Hindenburg firmó el decreto que establecía un estado de excepción permanente. Fue entonces cuando el Führer se hizo con los resortes de un país que acabó dominando. La rapidez y frialdad con que actuó y la claridad con que estableció sus prioridades fueron sintomáticas, en opinión de Ralf Georg Reuth. Hitler no era una marioneta del gran capital, como vociferaban los medios de izquierdas, ni un politicastro de tres al cuarto fácil de dominar, como aseguraban sus compañeros de coalición. Era un verdadero “animal político”, capaz de aprovechar cualquier oportunidad para conseguir sus propósitos. Fuese cual fuese el precio. El historiador bávaro no solo nos muestra el ascenso político de aquel cabo, convertido por otros en portavoz de la causa popular-nacional, sino que nos descubre su principal instrumento: “La firme determinación a jugárselo todo a una sola carta”. Esta mentalidad de jugador nato le daría sus mejores triunfos: el control del partido y del Estado, la militarización de Renania o la anexión de Austria. Pero también sus peores derrotas: el fracaso del Putsch de 1923 o la inesperada declaración de guerra de Francia y Gran Bretaña tras la invasión de Polonia. En este último momento acabó su carrera política. Las victorias de 1940 y 1941 fueron un espejismo. Consciente de su incapacidad para derrotar a los británicos y, por tanto, para ganar la guerra, se puso a perseguir su principal objetivo, postergado hasta entonces: la destrucción del “enemigo global, omnipresente y multiforme: el judaísmo”, del que el bolchevismo sería una de las caras. Lo cuenta Reuth en una obra que, además, descubre los entresijos por los que un grupúsculo político, el nacionalsocialismo de los orígenes, acabó convertido en una organización de masas. Las suyas son algunas de las mejores páginas que se han escrito sobre la vida política en la República de Weimar. Texto: Sergi Vich Sáez