ALTIUS, ALTIUS, ALTIUS
“¡Más alto, más alto, más alto!” podría ser el lema de la construcción a lo largo de la historia.
Construir más y más alto es una quimera que viene de lejísimos. La sede barcelonesa de CaixaForum la explora en “Torres y rascacielos. De Babel a Dubái”, una muestra abierta hasta el 9 de septiembre. Unos doscientos objetos, entre fotografías, maquetas y pinturas, repasan la historia de esta obsesión por la verticalidad. Antiguamente, las alt uras se reser vaban para lo div i no. En Occidente se alzaban catedrales. En Oriente, minaretes o pagodas. Una de las más refinadas construcciones religiosas fue la desaparecida torre de Nankín, un edificio del siglo xv hecho de ladrillos de porcelana que se levantaba 80 m en honor a las deidades budistas.
A FINALES DEL XIX, las alturas se desacralizaron en Occidente. La torre Eiffel se plantaba en París como símbolo del progreso, y en Chicago se iniciaba la muy capitalista fiebre de los rascacielos (el Home Insurance Building, de 42 m, se considera el primero). La epidemia llegó en los cincuenta a la comunista URSS, que no quería quedarse atrás en esta carrera. Los 240 m de la Universidad de Moscú fueron el ejemplo estrella. Desde los ochenta, los rascacielos, ahora conver t idos en sí mbolos de prosper idad económica, af loran en Oriente con una pasión salvaje: allí se encuentran los tres más altos, con los 830 m del Burj Khalifa de Dubái como techo.