DE ANTITANQUE A ANTIPERSONA
Las minas antipersona se desarrollaron para solucionar un problema táctico que planteaban otras terrestres, sus antecesoras antitanque. Estas últimas se ensayaron a escala masiva en la I Guerra Mundial, cuando surgió la necesidad de detener la marcha inexorable de las entonces novedosas fortalezas motorizadas. Un modo de lograrlo fue sepultar artefactos explosivos que estallaban cuando su detonador, a ras de suelo, era presionado por las orugas de los vehículos.
CONTRA LOS ZAPADORES
Sin embargo, aquellas minas eran tan aparatosas que el enemigo solía adelantarse enviando zapadores. Éstos, tras detectarlas con facilidad, las desenterraban y a veces reutilizaban contra el ejército fabricante. De ahí que se crearan dispositivos más pequeños, esta vez dirigidos a neutralizar soldados a pie, para proteger a los antitanque. La II Guerra Mundial presenció una práctica intensiva de este minado doble en los frentes europeos, así como en los desérticos del norte de África, carentes de obstáculos naturales.
REPARTO INDISCRIMINADO
El apogeo de estas minas llegó con la guerra fría. Ligeras, adaptables y económicas, se hicieron endémicas no solo en conflictos con fuerzas armadas regulares, sino también entre milicias de distinto signo. Un nuevo punto de inflexión se dio en Vietnam, cuando los aviones de EE UU comenzaron a sembrarlas desde el aire.
UN TORMENTO CIVIL
Desgraciadamente, no fue fortuito que desde esa época comenzaran a contabilizarse más bajas civiles que militares en las contiendas. A ello contribuyó no poco la presencia masiva de estas armas trampa, que se diseminaban en poblados, caminos, granjas y campos, junto a pozos de agua, tendidos eléctricos u oleoductos, y en selvas, llanuras y toda clase de espacios e infraestructuras. El Tratado de Ottawa (arriba) las prohibió en 1997.