EN LOS AÑOS CINCUENTA, EL REALISMO CON QUE SE HABÍA ETIQUETADO A HOPPER PERDIÓ EL FAVOR DE LOS CRÍTICOS
Levin, la única estudiosa que ha tenido acceso a los diarios de Jo. Hopper no tenía en su cuerpo una sola célula de relaciones públicas. Era famoso por sus “monumentales silencios”, como los definió un coetáneo historiador del arte, y a los periodistas les cortaba con un “la respuesta está ahí, en el lienzo”. Nueva York fue su gran escenario, pero no se dignó a pintar ningún rascacielos ni ninguna otra atracción turística. Sin embargo, la cotización de aquel enigmático bloque de granito de rampante calvicie, como le describió otro estudioso, no hacía más que subir. En 1930, Casa junto al ferrocarril se convir- tió en la primera pintura adquirida en entrar en la colección del recién fundado MoMA. Tres años después, el Metropolitan le honraba con su retrospectiva. Los años cincuenta vieron ascender la estrella del Expresionismo abstracto de Jackson Pollock, Mark Rothko o Willem de Kooning. El Realismo con que se había etiquetado a Hopper empezaba a ser denigrado por los críticos, y ha llegado hasta hoy como el perdedor de la batalla en el mercado del ar te: un pollock se vendió hace seis años por 140 millones de dólares, casi seis veces más que el hopper más caro. Hopper, cabe recalcar, no era un realista en el sentido puro. No documentaba, sino que editaba la realidad, la despojaba progresivamente de detalles y elementos hasta que quedaba la composición de luz, color y volúmenes que él deseaba. Sus estancias están inusualmente vacías. Sus calles de Nueva York, desiertas de transeúntes y coches. Sus tiendas y diners apenas tienen clientes. Las más modernas tecnologías del siglo xx, por cierto, brillan por su total ausencia en los hoppers. La exposición del Thyssen incluye Dos
cómicos, último trabajo de Hopper, que perteneció al cantante Frank Sinatra. Vemos a un hombre y una mujer sobre un escenario. Llevan ropas blancas de personajes de la commedia dell’arte y se despiden del público. Son Edward y Jo, escribió ella. Él falleció un año y medio después, sentado en su silla de siempre. Ella, que dijo sentirse “amputada”, le siguió transcurridos diez meses.