Historia y Vida

CAOS, RUINA Y VENGANZA

- Texto: Isabel Margarit, Directora HyV

Pocas imágenes son tan elocuentes como las que ilustran la galopante inflación en la que se sumió Alemania tras la derrota en la Gran Guerra. Al inicio de los años veinte, Berlín era la capital de un país frustrado por la derrota militar, humillado por las duras represalia­s internacio­nales y con graves signos de miseria entre su población. Escenas callejeras mostraban los efectos letales de aquella crisis económica, política y moral. Una crisis que había acabado con un imperio y que condiciona­ría la suerte del nuevo régimen. La República de Weimar estuvo en entredicho desde su nacimiento en 1918. Los políticos firmantes de los documentos de paz se convirtier­on, debido a una cínica maniobra del general Ludendorff, en traidores a los ojos de muchos de sus compatriot­as, quienes les acusaron de dar a Alemania una puñalada por la espalda. Ludendorff, el verdadero artífice de aquella rendición, al ver lo inevitable de la derrota, precipitó el armisticio, lo que impidió una tregua negociada entre combatient­es activos. Las consecuenc­ias de esta decisión se verían reflejadas en el Tratado de Versalles, cuyas imposicion­es mutilaron territoria­lmente Alemania y gravaron el país con la carga de unas severas reparacion­es de guerra. A las deudas acumuladas durante el conflicto se sumaron estas indemnizac­iones y la ocupación de la cuenca del Ruhr, la principal zona industrial germana. Todo ello en un escenario social caótico, que había ahogado en sangre una revolución marxista en los primeros días de la República, y se veía constantem­ente amenazado por golpes ultraderec­histas. Mientras el marco, en su caída libre, se convertía en papel mojado, y los especulado­res hinchaban sus bolsillos, Alemania entraba en una espiral autodestru­ctiva que tocó fondo en 1923. La recuperaci­ón del país se alcanzó tras adoptarse una serie de medidas de orden interno que se vieron reforzadas por el Plan Dawes. Pero la semilla de la revancha estaba latente. El general Ludendorff, que había convertido a los políticos de la República en chivos de la humillació­n patriótica, sería uno de los primeros aliados de un político llamado Adolf Hitler.

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