Historia y Vida

LA MUSA ELÉCTRICA

La estadounid­ense Loïe Fuller causó furor en el París de la Belle Époque gracias a su “danza serpentina” y los efectos lumínicos que creaba sobre su vestuario.

- ISABELA HERRANZ, FILÓLOGA

Mar ie Louise Fuller (18621928) nació hace 150 años en la taberna de un suburbio de Chicago, en Estados Unidos, donde sus padres se habían refugiado del frío invernal. Cuando alcanzó la mayoría de edad aún vivía en la pobreza: el dinero que obtenía de sus actuacione­s teatrales apenas le daba para una sola ración diaria de comida. Poco podía imaginar que acabaría convir tiéndose en una bailarina de fama internacio­nal, aplaudida por el zar de Rusia o el káiser de Alemania.

El salto a Europa

No fue fácil llegar a ello. Los primeros pasos hacia el éxito los dio poco antes de la treintena, gracias a un número de danza que incluyó en espectácul­os circenses y de variedades. En él, vestía una larga falda, que movía emulando un aleteo mientras simulaba estar hipnotizad­a. Esa “danza serpentina” causaría furor en Europa, donde se instaló en 1892. Bajo el nombre de Loïe, impresionó en el parisino Folies Bergère por la forma en que ondulaba los cientos de metros de seda de su atuendo y por la transparen­cia de éste, sin un corsé que cubriera su cuerpo. Loïe, además, patentó una serie de compuestos químicos para producir efectos especiales de color sobre su ropa, y utilizó por primera vez sales luminiscen­tes para crear trucos de iluminació­n escénica. En su casa experiment­aba con sustancias químicas como el magnesio para conseguir estos juegos de luz y color. No es extraño que entre sus amistades se contaran los científico­s Pierre y Marie El f lamante cine registró su danza. Los hermanos Auguste y Louis Lumière la filmaron sobre el escenario. Y ella misma dirigió, produjo e interpretó un corto, Danza del fuego, en el que bailaba mientras unas luces se proyectaba­n so- mujer rechoncha, de rostro vulgar y nariz respingona, que hablaba un inglés barriobaje­ro y un francés incorrecto. La artista entusiasmó también a la reina María de Rumanía, con la que mantuvo una amistad íntima y una extensa correspond­encia. Ambas protagoniz­aron más de un escándalo en la prensa. No fue la única mujer a la que amó. Con Gabr ielle Bloch, una bailar ina dieciséis años más joven, compartió tres decenios de su vida. En su biogafía Quinze ans de ma vie (1908), Fuller no tuvo reparos en afirmar: “Durante ocho años vivimos juntas en la mayor intimidad, como dos verdaderas hermanas”. Vivía abiertamen­te su sexualidad lésbica. Lo constató la estadounid­ense Isadora Duncan, a quien Fuller introdujo en los escenarios europeos, durante su breve paso por la escuela de danza de su compatriot­a. A Duncan le llamó la atención que muchas de las alumnas de Fuller se mostraran tan afectuosas con su mentora.

COMPARTIÓ SESIONES DE ESPIRITISM­O CON SUS AMIGOS, LOS CIENTÍFICO­S PIERRE Y MARIE CURIE

Curie, descubrido­res del radio. Con ellos compartía sesiones de espiritism­o, a las que también acudía un amigo en común, el astrónomo Camille Flammarion.

Musa y maestra

Su danza fantasmagó­rica cautivó a poetas, escritores y pintores de la talla de Rodin y Toulouse-Lautrec. Pero nunca fue la maravillos­a sílf ide que los ar tistas inmortaliz­aron en carteles (como el de la imagen, de Jules Cheret), fotog rafías, esculturas, lámparas y todo tipo de objetos del estilo moder nist a Ar t Nouveau. En realidad, Fuller era una

Del éxito al olvido

bre su ropa, dando la impresión de que el fuego lamía su cuerpo. Loïe Fuller fue una pionera de la danza moderna. Pese a carecer de formación en ballet clásico y en técnicas formales de danza, preparó el terreno a bailarines como la propia Duncan, la también norteameri­cana Martha Graham y el ruso Michel Fokine. Fue una celebridad y una de las artistas mejor remunerada­s de su época. Sin embargo, tras su muerte por neumonía a los 65 años, cayó en el olvido. Su talento innovador fue reconocido hace no mucho por bailarines e historiado­res estadounid­enses.

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