LA PUÑALADA POR LA ESPALDA
Un mito inventado por el Ejército para eludir totalmente sus responsabilidades por la derrota en la Primera Guerra Mundial.
UNA MANIOBRA EFECTIVA El ejército alemán no aceptó haber perdido la guerra en el campo de batalla, y acusó a civiles y a políticos de izquierdas de traicionar al país. Sus pecados eran la revolución y la aceptación de la paz. La expresión “puñalada por la espalda” hizo fortuna. La idea cuajó incluso entre muchos alemanes que en primera instancia habían apoyado tanto la paz como la república. Fue una jugada maestra a la hora de escurrir el bulto de la humillación de Versalles y cargarlo a las espaldas de los republicanos. El Ejército mantuvo así su prestigio intacto. con las que tradicionalmente se habían aplicado en Europa, menos draconianas y más honorables, y determinaban más que nunca el nivel de vida de las futuras generaciones alemanas. Las exigencias impuestas en Versalles fueron, ciertamente, muy duras para el país derrotado y causaron estupor, no solo en Alemania. El mismísimo John Maynard Keynes, economista eminente y miembro de la delegación británica, publicó un ensayo ese mismo año, Las consecuencias económicas de la paz, en que se pronunciaba contrario al tratado.
EXPANSIÓN POR CONTAGIO Prueba directa de la influencia ideológica de esta teoría en los años de entreguerras fue la muerte de Matthias Erzberger, dirigente católico asesinado por haber firmado el armisticio en nombre de Alemania. El principal divulgador de la idea de traición fue, cínicamente, el general Erich Ludendorff (a la dcha., junto al mariscal Hindenburg), en su día impulsor del armisticio. Pero el mito fue adoptado por todas las facciones políticas de derechas y nacionalistas. Fue una de las bases ideológicas en que se sustentaría el nacionalsocialismo.
Golpes de Estado
Poco después, el 11 de agosto, se rubricó la Constitución de la República de Weimar. A partir de ese momento, Alemania sería un estado federal con un poder bicameral. El presidente del país sería elegido por sufragio universal y tendría un mandato de siete años, así como poder para disolver el gobierno en circunstancias excepcionales. Pudiera parecer que con este nuevo marco democrático Alemania sería capaz de alcanzar cierta estabilidad pese al estancamiento económico. Pero nada más lejos de la realidad. El gobierno seguía acechado por los extremistas, y los grupos de ultraderecha no cesaron de poner palos a las ruedas en el funcionamiento del nuevo sistema parlamentario. Así fue como llegaron algunos ensayos de derribo directo del gobierno en forma de golpe de Estado. El conocido Putsch de Kapp, ocurrido en 1920, levantó a un sector del Ejército que había sido desmovilizado y situó al frente del país a Wolfgang Kapp, un alto funcionario prusiano que se hizo nombrar canciller. El golpe fracasó debido al éxito de la huelga general de oposición convocada por los sindicatos en Berlín y en el Ruhr, y a los cuatro días Kapp se vio forzado a abandonar y a refugiarse en Suecia. A partir de entonces la república se fue decantando a la derecha (las fuerzas conser vadoras sumaron más del 30% de los escaños en junio de ese año), y se mostró progresivamente más tolerante con los grupos ultranacionalistas, a cuyas milicias no se frenaba con la autoridad deseable y propia de una democracia fuerte. Estos grupos atentaron en muchas ocasiones contra socialistas, judíos y católicos. Matthias Erzberger, líder del partido católico, fue asesinado en 1921. También lo fue Walther Rathenau, ministro de Asuntos Exteriores, en 1922. Tres años después del golpe de Kapp, en 1923, un miembro del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP) llamado Adolf Hitler lideró el Putsch de Múnich con el apoyo del general Erich Ludendorff, que volvía a primer plano. Sus intenciones eran iniciar una revolución en el estado de Baviera y extenderla por el resto del país hasta alcanzar Berlín. Sin embargo, el asalto de las SA (la milicia nazi) a la cer vecería muniquesa en que se encontraba el gobernador de Baviera no tuvo el seguimiento que Hitler esperaba por parte de soldados y policía. La tentativa de golpe quedó frustrada a las pocas horas, y Hitler y Rudolf Hess fueron juzgados y enviados a la cárcel por nueve meses. El constante goteo de intentonas golpistas, insurrecciones y asesinatos durante los primeros años de la república, un acoso y derribo desde todos los extremismos, generó un clima de inestabilidad que se sumó a las circunstancias econó-