PUESTA AL DÍA
La marina española vivió una modernización en el siglo
LA AMENAZA INGLESA Con la Paz de Utrecht de 1713-14 se perdían los territorios europeos de la monarquía (Países Bajos, Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña), con lo que la política se orientó a reorganizar los reinos peninsulares y a reformar las relaciones con las colonias americanas. Sobre ellas se cernía una Inglaterra deseosa de culminar los logros obtenidos en Utrecht: el derecho de asiento (facultad para introducir un determinado cupo de esclavos en los territorios españoles) y el navío de permiso (autorización para comerciar, limitada, eso sí, a dos barcos). La ampliación de estas consecuciones podía abrir importantes perspectivas mercantiles.
UNA REFORMA NECESARIA El reformismo borbónico, presente ya en el reinado de Felipe V (primera mitad del siglo), buscó dotar a la Marina de una armada que permitiera proteger el comercio y los intereses españoles en América. Las reformas para equiparla fueron acometidas por el ministro José Campillo. Las continuó, ya en el reinado de Fernando VI (1746-59), el marqués de la Ensenada (arriba). Impulsó la construcción de una gran flota sobre la base de que, sin ella, resultaría imposible mantener el dominio colonial que Inglaterra disputaba a España. A principios del siglo XIX, el desgaste de la guerra de la Independencia contra la Francia napoleónica dejará a la marina española en una delicada situación. importante del Imperio español y dislocar su sistema de comunicaciones. Tanta fue la alegría que se decidió acuñar una medalla conmemorativa del acontecimiento en la que se exaltase la figura del almirante Vernon. Las monedas acuñadas presentaban en el anverso al almirante inglés en actitud arrogante, empuñando su bastón de mando y señalando la ciudad al fondo, con una leyenda que decía: “El almirante Vernon conquistando la ciudad de Cartagena”. En el reverso aparecía Blas de Lezo, arrodillado y rendido ante el almirante inglés, haciendo entrega de su espada. La escena estaba también rodeada de una leyenda que rezaba: “El orgullo de España humillado por el almirante Vernon”.
El giro inesperado
Mientras en Londres se festejaba el triunfo, en Cartagena de Indias Blas de Lezo y sus hombres luchaban desesperadamente. En la madrugada del 16 de abril, después de un fuerte bombardeo, Vernon decidió dar el golpe definitivo. Lanzó al asalto de las murallas al grueso de sus hombres, con los macheteros jamaicanos como fuerza de choque. Sus tropas se apoderaron de varios bastiones y se dispusieron a tomar el castillo de San Felipe, la más importante de las defensas de Cartagena, pero se encontraron con una resistencia mucho mayor de la esperada. Blas de Lezo había ordenado ahondar los fosos que protegían la fortaleza, y las escalas inglesas resultaban insuficientes para encaramarse a las murallas. Todos los intentos ingleses se estrellaron ante los lienzos de San Felipe en medio de una verdadera carnicería que causó efectos demoledores entre los atacantes. Sus bajas se contaban por miles. Los días siguientes los bombardeos continuaron sobre la ciudad, pero la desmoralización había cundido entre los ingleses, que recibieron la estocada f inal cuando los españoles, alentados por su decaimiento, efectuaron una salida y les obligaron a reembarcar. El 9 de mayo, el almirante Vernon comprendió que el triunfo que había tenido tan cerca se le escapaba de entre los dedos. Sobre sus hombros pesaba ahora el correo enviado a su rey vendiéndole la piel de un oso que aún no había cazado. Se afirma que al
EL ALMIRANTE INGLÉS MALDIJO A LEZO Y LE ASEGURÓ QUE VOLVERÍA PARA APODERARSE DE CARTAGENA DE INDIAS
abandonar aquellas aguas exclamó, impotente: “¡Dios te maldiga, Lezo!”, asegurando que volvería para apoderarse de Cartagena. El marino español, según se cuenta, le contestó que, para intentarlo, su rey necesitaría construir otra escuadra mayor que aquélla, pues, tras tan estrepitoso fracaso, solo servía para conducir carbón de Irlanda a Londres. La batalla supuso un verdadero desastre para los ingleses, que habían perdido nueve de sus barcos a manos de la artillería española, pero lo peor fue que, como consecuencia de las bajas sufridas (cerca de diez mil muertos a los que se añadían más de siete mil heridos), Vernon carecía