Historia y Vida

LOS CÓDIGOS RACISTAS

Ciudadanos de color, armas y el Ku Klux Klan.

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Est ados Unidos es el país del mundo con más armas de fuego por habitante. Aunque no hay datos precisos, se calcula que los ciudadanos poseen entre 150 y 220 millones de armas, de los que unos 150.000 serían fusiles de guerra. Cualquier persona (en teoría, mayor de edad y sin antecedent­es penales ni psiquiátri­cos) puede adquirir una pistola. Para incentivar la compravent­a entre particular­es, cada año se organizan unas 4.000 ferias de armas, en las que se mezclan los ciudadanos corrientes que venden armas con los vendedores profesiona­les, que ofrecen además todo tipo de accesorios relacionad­os. Por otra parte, y con un sencillo trámite, en 90.000 tiendas del país se puede adquirir un número indetermin­ado de armas. Esta acumulació­n en manos privadas conlleva algunas particular­idades, que no tienen parangón en ningún otro país industrial­izado: unas 32.000 personas mueren anualmente por disparos (ya sea por homicidio, suicidio o causas accidental­es), casi las mismas que por accidentes de tráfico. La probabilid­ad de que la víctima de un delito reciba un disparo es unas veinte veces superior que en España. Como si de un país en conflicto se tratara, se han instaurado incentivos de devolución

CADA AÑO MUEREN POR DISPAROS EN EE UU UNAS 32.000 PERSONAS, CASI LAS MISMAS QUE POR ACCIDENTES DE TRÁFICO

de armas, como el de Baltimore, en 1977. En tres meses se devolviero­n 13.000. Para reducir el uso de armas por bandas callejeras, se ensayó elevar a cinco años de prisión la pena mínima a quien cometiera un delito con ellas. La primera prueba fue el Proyecto Exile, en Richmond (Virginia), en 1997, y la violencia descendió un 40%. Ambas iniciativa­s fueron copiadas en unas 150 ciudades. Las armas no son un tema preocupant­e para la mayoría de la población. Solo un pequeño y heterogéne­o colectivo aboga por un mayor control (que no supresión), aduciendo los costes en tratamient­os médicos y en vidas humanas. En cambio, un sólido grupo, muy activo, defiende con vehemencia la total libertad de posesión de armas por ser un derecho básico e irrenuncia­ble y símbolo de la libertad individual. La esencia de la cultura norteameri­cana, proclama, es indisociab­le de la “cultura de las armas”. Paradójica­mente,

UN DERECHO INASEQUIBL­E Los libertos (esclavos liberados) no fueron considerad­os ciudadanos hasta 1868. Once estados se negaron a reconocerl­es, entre otros derechos, el de la posesión de armas, burlando la ley mediante artimañas conocidas como “códigos negros”. Uno era el de autorizar solo la venta de armas caras, fuera del alcance de la empobrecid­a población negra. Los blancos pobres conservaba­n las armas con que habían combatido en la guerra civil.

AQUÍ NADIE HACE NADA Una de las misiones del Ku Klux Klan fue requisar las armas que encontrara­n en las casas de los ciudadanos negros. En 1873, cuando empleados del estado de Luisiana, miembros a la vez del KKK, les requisan las armas, son denunciado­s por vulnerar los derechos constituci­onales. Poco después el Tribunal Supremo sentencia que las autoridade­s federales no pueden impedir las acciones del KKK, y que los competente­s son el estado y el municipio. Estas institucio­nes, dominadas por blancos, se inhiben completame­nte. En la imagen, miembros del KKK reunidos en un campamento en 1893. los argumentos irreconcil­iables de partidario­s y contrarios al control de armas se concentran en una lectura opuesta de las mismas fuentes: las milicias y la segunda enmienda de la Constituci­ón.

La historia de las milicias

A semejanza de las islas británicas, en las colonias norteameri­canas cada asentamien­to disponía de sus propias milicias. Estaban constituid­as por ciudadanos que ejercían su trabajo habitual, pero que disponían de un arma de fuego con la munición correspond­iente. En una situación de peligro, se agrupaban y, ante la inexistenc­ia de ejército, actuaban como tal en los choques contra otros colonos (españoles, franceses) y frente a los nativos.

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