Historia y Vida

VISTAS DESDE EL ESPACIO

Un espectácul­o visual desde el universo

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ANILLOS LUMINOSOS. La visión de una aurora desde el universo dista de las caprichosa­s bandas de luz que conocemos. Las imágenes recogidas por los satélites muestran extensas áreas de luz (de unos cuatro mil kilómetros de diámetro), en forma de anillo y ubicadas sobre los polos magnéticos de la Tierra. Son los denominado­s óvalos aurorales (en la imagen, una recreación pictórica de la NASA). El óvalo boreal (sobre el Polo Norte) dibuja su trazo a lo largo del centro de Alaska y Canadá, Groenlandi­a y el norte de Escandinav­ia y Rusia. El austral (sobre el Polo Sur) suele discurrir sobre los océanos que circundan la Antártida, aunque a veces también cubre Nueva Zelanda, Australia y Chile.

OSCILANTES. Su tamaño varía en función del clima espacial, es decir, del conjunto de fenómenos e interaccio­nes que se desarrolla­n en el espacio alrededor de la Tierra. Si éste está muy perturbado por una tormenta solar, el óvalo puede extenderse a latitudes inferiores o superiores, alcanzando Norteaméri­ca y Europa (llegando incluso a la región mediterrán­ea). Podría incluso abarcar todo el planeta. De hecho, esto es lo que prácticame­nte ocurrió en 1909, cuando se registró la tormenta geomagnéti­ca más potente de la historia: la aurora que se generó pudo verse en zonas cercanas al Ecuador. sin embargo, le sonrió en 1716, cuando contempló la aurora más espléndida del siglo. En un tratado que presentó en la Royal Society postuló la existencia de una sutil fuerza de la naturaleza, a la que llamó “ef luvio magnético”, capaz de penetrar todas las sustancias y los poros de la Tiera, atravesand­o el planeta de polo a polo. Con una brillante intuición –pese a que su tesis no es del todo correcta–, relacionó la teoría del magnetismo, formulada un siglo antes por su compatriot­a William Gilbert, con el fenómeno de las auroras. Halley sospechó que, en ocasiones, las partículas magnéticas podían ser luminosas y alterar los átomos terrestres hasta el punto de producir luz en el espacio. A su muerte, en 1742, los astrónomos suecos Anders Celsius, a quien debemos la escala centígrada que lleva su nombre, y Olof P. Hiorter, su cuñado, demostraro­n experiment­almente la conspicua relación entre las auroras y los campos magnéticos. Tras realizar más de seis mil obser vaciones sistemátic­as entre ese año y el previo apreciaron la notable coincidenc­ia que se producía cuando, al aparecer una aurora, se generaban per turbacione­s magnéticas que desviaban las agujas de las brújulas.

Luces en detalle

Cinco decenios más tarde, el químico y físico británico Henry Cavendish calculó la altitud de las auroras mediante el an- gar a principios del siglo xix, cuando el físico francés Jean B. Biot puso fin a la creencia extendida de que las auroras eran ref lejos de la luz solar. Durante su estancia en las islas Shetland, en Escocia, observó las auroras con un polarímetr­o, un instrument­o que permite estudiar las sustancias ópticament­e activas. Si la luz boreal hubiera sido un reflejo de la solar, sus haces habrían vibrado en un solo plano, ya que se habría polarizado. Pero el polarímetr­o no detectó indicios de ello.

LOS EXPERTOS RECONOCEN QUE LA CAPACIDAD DE PREDECIR UNA TORMENTA SOLAR ES ESCASA

tiguo método de la triangulac­ión. Dedujo que la luz boreal se produce en la zona superior de la atmósfera, a entre 100 y 130 km de distancia de la superficie de la Tierra (según la NASA, ocurre a unos 95 km). Otra importante aportación al conocimien­to de este fenómeno tuvo lu- La observació­n de Biot no tardó en confirmars­e de la mano del físico sueco Anders Jonas Ångström. Sirviéndos­e de un espectómet­ro, útil para analizar el espectro caracterís­tico de un movimiento ondulatori­o, como el de la luz de las auroras, Ångström también demostró que

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