Dickens al microscopio
LA CARA MÁS NOBLE Y MÁS BAJA DE UN AUTOR GENIAL
Hace veinte años, Tomalin aireó con pelos y señales en un libro no publicado en castellano, The Invisible Woman, una faceta poco conocida del escritor Charles Dickens: su largo idilio con la actriz Nelly Ternan. Hoy, cuando se cumplen dos siglos del nacimiento del novelista victoriano por antonomasia, la biógrafa profundiza en este romance adúltero y muchas otras caras del autor desde una perspectiva integral y exhaustiva. Se sabe, por ejemplo, que Dickens gozó en vida de un éxito inmenso. Sin embargo, Tomalin convierte esta noción en una auténtica radiografía al referir cómo surgió su estrellato de la noche a la mañana a los 24 años o al detallar incluso su relación de ingresos y gastos. Así, por poner un ejemplo, apunta que durante su segundo viaje a Estados Unidos, en 1867, ganó con sus ciclos de lectura 20.000 libras de la época (casi dos millones de euros actuales, unos 18.000 por velada). No obstante, el título pasa a atrapar de verdad cuando aborda los aspectos personales del creador de Oliver Twist, David Copperfield y otros clásicos. Esas vertientes tejen un perfil por momentos admirable y por momentos ruin de un hombre tan genial como difícil. Emerge un Dickens progresista y justiciero, que protegía abiertamente a prostitutas, huérfanos y presos en una sociedad hipócritamente mojigata y que condenó la esclavitud dos décadas antes de la guerra de Secesión, lo que le granjeó numerosos detractores en EE UU. Pero también aparece un marido humillante, que abandonó públicamente a su esposa por una chica de 18 –la susodicha Ternan, tras darle diez retoños su mujer–, así como un padre incapaz de expresar afecto y que incluso llegó a desear en una carta la muerte de uno de sus hijos, harto de las deudas que le acarreaba. Tomalin desglosa estos claroscuros con escenas ágiles y un ojo clínico basado en numerosas fuentes documentales. El resultado es una biografía plagada de noblezas y bajezas, un mosaico unipersonal que no en vano ref leja el agridulce universo dickensiano. Texto: Julián Elliot