La amarga dolce vita
REPASO A LAS PRUEBAS DE UN ASESINATO SIN RESOLVER
La tarde del 9 de abril de 1953, una joven romana de 21 años llamada Wilma Montesi salió de casa. La mañana del 11 su cuerpo sin vida apareció en una playa del sur de Roma. Muchas mujeres eran asesinadas, pero “Wilma era diferente”, escribe el británico Stephen Gundle. “No se trataba de una sirvienta ni estaba sola en la gran ciudad.” Estaba prometida, iba a misa y al cine y, como toda hija de respetable familia de clase media baja, no trabajaba. Su muerte, un escándalo formidable, fue la prueba de que algo oscuro se escondía tras la dolce vita romana. La muerte y la Dolce Vita es el mejor retrato de la Roma de los cincuenta que ha pasado por nuestras estanterías. Gundle utiliza una narración detectivesca que da ritmo y urgencia a la lectura. Desgrana pistas y sospechosos con genio. Enfoca escenarios y roba retratos con habilidad de paparazzo. Ora estamos con los pintores y escritores existencialistas en la via Margutta, ora nos codeamos con las estrellas de Hollywood y los millonarios de la via Veneto. Descendemos también a un inframundo de trapicheos, drogas e inmorales personajes conectados con “la Santísima Trinidad”: la Iglesia, la Democracia Cristiana (que gobernaba el país desde la guerra) y la prensa.
Crimen bajo la alfombra
Los principales sospechosos del asesinato fueron el hijo de un importante político democristiano y un espinoso hombre de negocios siciliano. Ambos fueron absueltos, el caso se cerró con una extraña premura y con alguna irregularidad (al cadáver no se le practicó una pr ueba toxicológica). Según rumores, la joven habría podido fallecer de una sobredosis en una orgía con los dos anteriores. La familia de Wilma, preocupada únicamente por la respetabilidad, no buscó responsables. Se contentó con la ridícula hipótesis de que la joven, a quien apretaban los zapatos nuevos, se había desplazado en tren (¡30 km!) a la playa para refrescarse los pies y se había ahogado. Gundle nos muestra con brillantez el mazazo que aquella muerte propinó al miracolo italiano de la Vespa, las superproducciones de Cinecittà ( Quo Vadis! fue la primera) y los baños a la luz de la luna en la Fontana de Trevi. Puso en evidencia la corrupción de la alta sociedad y las contradicciones de la Democracia Cristiana, que, por un lado, besaba por donde pisaba el Papa y, por otro, condenaba el cine de denuncia del Neorrealismo y fomentaba el de maggiorate como la Lollobrigida. “Menos harapos y más piernas”, decía un joven Giulio Andreotti, futuro primer ministro y entonces responsable oficioso de cine. Texto: Rafael Bladé