EL SUPERVIVIENTE
Un análisis crítico de la sociedad del Tercer Reich
Rudolf Ditzen (1893-1947) fue un gran escritor. La aparente simplicidad argumental de sus obras, redactadas bajo el seudónimo de Hans Fallada, escondía una profunda agudeza intelectual y un extraordinario dominio del lenguaje, sazonado con fuertes dosis de ironía. Pero era también un personaje de vida desordenada, cuando no delictiva. Alcohólico y morfinómano, visitó la cárcel en más de una ocasión, hasta que a finales de 1944 fue internado en un sanatorio psiquiátrico tras haber dispara- do a su esposa –sin consecuencias– en el transcurso de una dura discusión. Como medida de desintoxicación durante su internamiento escribió El bebedor, un relato autobiográfico que ve ahora la luz en castellano. En él describió, sin ambages ni medias tintas, su particular proceso de destrucción física y psíquica. Su personal descenso a los infiernos. Pero no tuvo suficiente con ello. Impelido por un delirium creador, plasmó su visión de la Alemania hitleriana con letra microscópica entre las líneas del manuscrito de El bebedor para burlar la censura y una previsible condena a muerte. Ahora, reunida y anotada por Jenny Williams y Sabine Lange con el título de En mí país desconocido, asoma también por primera vez.
Salir adelante
Un personaje así no podía casar con la sociedad nazi. Mal visto por el régimen, se le permitió, debido a su fama, seguir publicando y mantener una vida holgada. Sin embargo, Fallada no se encontraba a gusto, como puede verse en las páginas de En mí país... De todos modos, aunque no intentó integrarse, sí se esforzó por sobrevivir. Admite que compró una bandera con la cruz gamada para tender en su balcón los días de fiesta, y, aunque procure olvidarlo, se inscribió en el Sindicato de Escritores del Reich. Muy crítico con la corrupción del sistema, aunque poco con el antisemitismo, lo que más le molestaba era el clima de delación en que había caído el país. Lo describe una y otra vez en las páginas de un libro que nos adentra con éxito en la cotidianeidad del Reich y que revela interesantes pormenores de los mundillos literario y cinematográfico, frecuentados por él. ¿Qué hacer para sortear aquel estado de cosas? Como explica Fallada, solo cabía una medicina, actuar con inteligencia, para señalar a continuación: “¿Quién puede ser siempre inteligente?”. Lo sabía por experiencia. Un chiste aquí, un comentario allá, lo convirtieron en el impenitente desafecto y provocaron más de una detención. Al final sobrevivió a casi todo, aunque no a su propia mano: murió de una sobredosis. Texto: Sergi Vich Sáez