¡Y NOSOTROS CON ESTOS PELOS!
El Quai Branly recurre a sus piezas de culturas indígenas y a obras de museos como el Louvre para analizar qué hemos estado haciendo con nuestro cabello.
Nuestros más prehistóricos antepasados no se distinguían por su relación con el cepillo, pero parece claro que nos desenredamos la melena con regularidad al menos desde el Paleolítico Superior. A esa etapa pertenece la Venus de Brassempouy, fragmentada estatuilla tocada con lo que podría ser un peinado trenzado. El museo Quai Branly sitúa la lupa sobre el estilismo capilar en la exposición “Cabellos mimados”, en marcha hasta el 14 de julio de 2013.
LA CABELLERA humana se convirtió en un modo de definirse en la sociedad, de clasificarse en un determinado grupo: adulto o no, aristócrata o no, clérigo o no... Los peinados fueron una suma de etiqueta y estética, impuestos, copiados, innovados, a veces también retados, en un ciclo de cánones y modas. El Sol probablemente tiene bastante que ver con que muchos caballeros las prefieran rubias. A Apolo, el dios griego más parecido al brillante astro, le describían los clásicos como dotado de una magnífica cabellera rubia, y la elite tomó nota. Cleopatra, ni más ni menos, pasa por haber inventado varios métodos para aclarar el pelo. En la Antigüedad se vendían posti-
zos elaborados con pelo rubio de prisioneras balcánicas o germánicas. Durante siglos, la imaginería relativa a lo nórdico pocas veces dudaba de qué color pintar la cabellera de una belleza vikinga (como la muchacha raptada del cuadro de Luminais que vemos aquí arriba).
EN CUANTO A LOS CORTES, muchos jóvenes griegos y romanos se dejaron crecer el pelo para parecerse al archifamoso Apolo (el propio Nerón fue uno de ellos), pero tendría que pasar mucho tiempo hasta que las mujeres pudieran exhibir los cabellos sueltos más allá de su dormitorio. El obligado decoro del pelo recogido abrió la veda a la búsqueda de peinados cada vez más elaborados, como el hurlupée que muestran las jóvenes del cuadro que abre esta pieza, aparecido en 1671. Los rizos femeninos se han asociado a la seducción más a menudo que el cabello lacio. Incluso en peinados rompedores, como el cortísimo pooddle cut de los cincuenta, siempre había alguna onda deslizándose sobre la frente. Hollywood fue un gran valedor de los mechones sensuales, como Ava Gardner puede atestiguar.
EL QUAI BRANLY repasa también la pérdida. Los cabellos guardados en relicarios que evocan la ausencia de una persona se pusieron de moda a partir de la Revolución Francesa, cuando aristócratas y burgueses perdieron a numerosos familiares. A menudo las órdenes religiosas piden la renuncia a él: el mechón de esta página se cree que perteneció a una joven que iba a ingresar en un convento. Hay otras pérdidas, las forzadas, como el rapado al que se vieron sometidas muchas acusadas de colaboracionismo en la Europa salida de la Segunda Guer ra Mundial. También lo son las cabelleras arrancadas al enemigo por los indios americanos, en que cobran el significado de trofeos. Y la política ha dictado a veces el peinado como muestra de lealtad hacia un régimen: es el caso de la trenza que los manchúes impusieron a los chinos al arrebatar el trono a la dinastía Ming. Ignorar el decreto podía conducir directamente a la muerte.