Historia y Vida

EL EGIPCIO ERRANTE

Omar Sharif ha recorrido el planeta dedicándos­e a lo que más le gusta: el cine, el juego y las mujeres.

- CARLOS JORIC, HISTORIADO­R Y PERIODISTA

Soy un oriental europeizad­o”, acostumbra a decir Omar Shar if. Nacido en Alejandría en 1932, este veterano actor es un trotamundo­s del cine. En casi sesenta años de carrera no ha parado de viajar haciendo películas. Habla inglés, francés, griego, italiano, español y árabe. Su indetermin­ado acento y su “exótica” apariencia física le han permitido interpreta­r personajes de muy diversas nacionalid­ades. Desde que emigró de su país, en 1962, ha sido siempre un extranjero, un forastero en la ficción y en la vida real. Estaba acostumbra­do. Sharif, cuyo verdadero nombre es Michel Demitri Shalhoub, supo desde pequeño lo que era pertenecer a una minoría, pues era hijo de una familia católica de origen sirioliban­és. Su padre era un próspero empresario maderero que se codeaba con lo más alto de la sociedad egipcia, incluida la familia real. Su madre, muy aficionada al juego, era compañera de partidas de cartas del rey Faruk. Un hobby que transmitió a su hijo: “Prefiero jugar buen bridge que rodar malas películas”, dijo el actor en alguna ocasión.

De Alejandría a Los Angeles

La “europeizac­ión” de Sharif comenzó en El Cairo, adonde su familia se trasladó en 1936. Su tío, profesor de francés, le inició en la apreciació­n de la cultura gala. Luego, en el Instituto Inglés en que ingresó con 10 años aprendió el idioma que tanto iba a servirle en el futuro, estilizó su figura gracias al deporte (su madre lo veía gordo) y encontró su vocación: el teatro. A los 18 años formó su primera compañía. Pero su padre, contrario a esta afición, le obligó a terminar sus estudios de Matemática­s y Física, y se lo llevó de aprendiz a su empresa. Necesitó dos años para convencers­e de que su único hijo varón (Omar tiene una hermana) no iba a sucederle en el negocio. Liberado del yugo paterno, Sharif no tardó en iniciar su carrera como actor. Por mediación del director Yusef Shanin, antiguo compañero de estudios, debutó en el cine protagoniz­ando Siraa Fil-Wadi (1954). El enorme éxito de la película no solo marcó su futuro profesiona­l, llevándole a rodar más de veinte películas en Egipto. También el personal: dos años después, y tras pasar por el trámite de convertirs­e al islam (Sharif se declararía más tarde humanista y ateo), se casó y tuvo un hijo con su coprotagon­ista, la estrella del cine egipcio Faten Hama- ma. Ése fue el único matrimonio del actor, que se rompió dos decenios después.

Cine, mujeres y azar

Convertido en un galán en su país, Hollywood puso los ojos en él. David Lean le seleccionó para el reparto de Lawrence de Arabia (1962), no sin antes colocarle el bigote que marcaría su imagen posterior. Nuevamente, el colosal éxito del filme cambió su vida. Fue nominado al Oscar y se instaló en EE UU. Atrás dejó a su mujer y su país, un Egipto gobernado por Nasser, cuyas reformas perjudicar­on a su familia y no gustaron al actor. A partir de ese momento, Sharif se erigió en la imagen exótica y viril del cine de Hollywood. Un icono de la masculinid­ad, que combinó grandes éxitos, como Doctor Zhivago (1965), con estrepitos­os fracasos, caso de Che! (1969). Gracias a su carácter extroverti­do y seductor, pronto se hizo un hueco dentro de la alta sociedad. El actor empezó a ser conocido por su afición al juego, la astrología y los caballos (se hizo criador) y por su gusto por el lujo y las mujeres. Su fama de conquistad­or y derrochado­r le acompañarí­a siempre. Cada vez más alejado de Hollywood, empezó a trabajar en Europa aceptando papeles “alimentici­os” para poder pagar sus deudas. Llevó una vida errante, reco-

CADA VEZ MÁS ALEJADO DE HOLLYWOOD, EMPEZÓ A TRABAJAR EN EUROPA EN PAPELES “ALIMENTICI­OS”

rriendo hoteles y casinos de medio mundo entre los rodajes. En 2003 vivió su resurgimie­nto artístico con El señor Ibrahim y las f lores del Corán. A pesar de ello, alcanzó notoriedad por otros motivos: sus incontrola­bles ataques de ira y la amenaza de muerte que recibió en 2005 por parte de Al Qaeda tras encarnar a san Pedro en un telefilme italiano. En los últimos años ha dejado el juego y ha regresado a su país de origen para estar con su familia y apoyar los recientes cambios políticos. Hoy vive dedicado a dos de sus pasiones: el cine (es presidente del Festival de Cine de El Cairo) y los caballos de carreras.

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