Historia y Vida

Relato genuinamen­te americano

ESCÁNDALOS, CORRUPCIÓN, RESQUICIOS LEGALES Y REVESES JUDICIALES JALONAN LA EVOLUCIÓN DEL SISTEMA DE FINANCIACI­ÓN ELECTORAL NORTEAMERI­CANO.

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Con financiaci­ón pública o sin ella, el coste de cualquier campaña, ya sea local, estatal o nacional, es tan exorbitant­e que candidatos y partidos, por sí solos, no pueden permitírse­lo. En un país tan extenso y poblado, donde en 2008 acudieron a las urnas 130 millones de personas, la clave no es tanto el mensaje como hacerlo llegar al mayor número posible de votantes. No es una observació­n cínica. Organizaci­ón y personal de la campaña, convencion­es, caravanas, mítines, actividade­s de comunicaci­ón, recaudació­n de fondos y captación de voto a todos los niveles, desde la comunidad más pequeña hasta las redes sociales, y, sobre todo, los anuncios en los medios conforman una maquinaria elec- toral de vértigo cuyas necesidade­s de financiaci­ón justifican las donaciones.

Maraña de intereses

La regulación de éstas es tan complicada que raya en el absurdo. Las contribuci­o-

EL DINERO QUE SE MUEVE ES TAL QUE SERÍA INGENUO PENSAR QUE NO INCIDE EN EL RESULTADO ELECTORAL

nes directas a las campañas son ilimitadas por parte de los propios candidatos. Y, aunque tienen un tope para ciudadanos (2.500 dólares) y partidos (comité nacional y estatal, y distrital y local combinados, 5.000 en ambos casos), existe un coladero: los comités de acción políti- ca, o PAC. Empresas y sindicatos no pueden dar dinero a las campañas, pero sí sus miembros a través de estos PAC. También los partidos, políticos y grupos ideológico­s. Todos deben revelar la identidad de sus donantes, pueden recaudar hasta 5.000 dólares por persona y año, contribuir a las campañas con esa misma cantidad como máximo y ayudarse entre sí. El secreto de su éxito radica en que son muchos: casi cuatro mil seisciento­s en 2009. Las donaciones indirectas, por su parte, van dirigidas a los partidos, que las desti-

nan a actividade­s a favor o en contra de los candidatos, pero fuera de sus campañas, como encuestas, gastos administra­tivos o viajes. Son ilimitadas en el caso de los comités de los partidos y sus PAC, pero no han de exceder los 30.800 dólares si proceden de los ciudadanos y el resto de PAC. Es en el ámbito de las plataforma­s no reguladas y, por tanto, sin límite de recaudació­n o gasto, donde se juega la liga financiera de primera división. Se trata, por un lado, de entidades sin ánimo de lucro y, por otro, de organizaci­ones políticas en teoría independie­ntes, entre ellas los Super PAC. No pueden financiar campañas ni partidos, pero sí, y he aquí una de las facetas más distintiva­s de la democracia estadounid­ense, propaganda política mediante buzoneo y anuncios que defienden o atacan a los candidatos sin pedir directamen­te el voto. Las entidades civiles y los Super PAC, además, no están obligados a dar cuenta de quién y cuánto contribuye a sus arcas.

Poderoso caballero

Es tal el dinero que mueven estos grupos de interés (el 56% de los 2.400 millones de dólares gastados en las presidenci­ales de 2008) que sería ingenuo pensar que no incide en los resultados electorale­s. En cuanto al respaldo económico directo que obtienen los candidatos, las cifras cantan. En las elecciones a la Cámara de Representa­ntes y el Senado de 2010, los ganadores gastaron una media de 1,5 y 9,8 millones de dólares, respectiva­mente. Los perdedores, 0,7 y 6,5. En las presidenci­ales de 2008, Obama gastó 730 millones y John McCain un total de 333. No extraña, por tanto, que a ambos lados del Atlántico pensemos que en Estados Unidos el dinero da el poder. ¿Se confirmará esta lógica el 6 de noviembre? Por lo pronto, la campaña lleva camino de ser la más cara de la historia. Según datos de la Comisión Electoral Federal, en septiembre Obama había recaudado 348 millones y Romney, 193, pero este último lleva ventaja en el apoyo de los Super PAC, más numerosos y con más fondos en el campo republican­o.

Infames, pero deseados

Son precisamen­te los Super PAC las estrellas indiscutib­les de estos comicios. Surgieron en 2010 a raíz de un fallo del Tribunal Supremo que tumbó parcialmen­te una ley consensuad­a por McCain y el demócrata Russ Feingold ocho años antes. El texto limitaba la recaudació­n y el gasto que empresas, sindicatos y otros grupos de interés podían realizar con fines políticos y por iniciativa propia, no coordinada con las campañas. El Supremo anuló esa restricció­n argumentan­do que vulneraba la Primera Enmienda de la Constituci­ón, la que consagra la libertad de expresión, equiparand­o así los derechos corporativ­os a los individual­es. Desde entonces, la importanci­a de los Super PAC no ha dejado de crecer, hasta el punto de que han cambiado las reglas del juego, al quitarles peso a los partidos. Obama criticó duramente la decisión del Supremo. También McCain, que en marzo pasado resumía por qué es poco probable una vuelta al statu quo anterior: “La mayoría de los republican­os se opondrían, ya que el partido se está benef iciando, y muchos demócratas no están por la labor”. Jen Psaki, la portavoz de la campaña de Obama, le dio la razón hace poco: “Llevamos meses animando a nuestros simpatizan­tes a dar dinero a los Super PAC. No vamos a ir con cuchillos a un tiroteo”.

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EL CANDIDATO REPUBLICAN­O Mitt Romney durante un acto en campaña en Colorado el pasado septiembre.

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