Mujeres invisibles
SUTIL RELATO SOBRE UN COLECTIVO DE EMIGRANTES
A principios del siglo xx, miles de japonesas atravesaron el Pacífico para casarse con compatriotas establecidos en California. Solo conocían a sus maridos por la fotografía que les había facilitado un casamentero y por la carta en que los interesados relataban su próspera vida estadounidense. Una vez en San Francisco, Sacramento, Santa Barbara o Los Angeles, las jóvenes descubrían la verdad: el atractivo y elegante hombre de la foto tenía ahora veinte o treinta años más, o no era él en absoluto, y ni poseía aquella preciosa casa ni el pomposo automóvil ante los que había posado. Pese al engaño, la mayoría de ellas, de origen humilde, no regresaron a Japón para no avergonzar a sus familias o para no ser rechazadas por ellas. Su futuro sería trabajar, trabajar como animales. Esta generación de sacrificadas mujeres es la que escudriña la escritora estadounidense Julie Otsuka, hija y nieta de inmigrantes japoneses, en su segunda novela, finalista del National Book Award de 2011. El Buda se quedó criando polvo en el ático para todas ellas, obligadas a relegar su cultura en un entorno no muy cordial con lo diferente, o forzadas después por los sueños de unos hijos que se harían llamar Doris, Peggy o George. La falsedad de la integración quedó al descubierto en la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno hacinó a los japoneses americanos en campos de internamiento del Medio Oeste. Otsuka echa mano de relatos biográficos y estudios académicos sobre el colectivo para construir esta novela breve, de simplísimo lenguaje y gran sensibilidad. Por encima de sus sufrimientos, af lora el temor de estas mujeres a ser invisibles por partida doble: invisibles para los blancos por ser orientales; invisibles para sus maridos por ser mujeres. “A veces [nuestro esposo] nos miraba directamente sin vernos, y eso siempre era lo peor. ¿Hay alguien que sepa que estoy aquí?” Texto: Empar Revert